Carta Pastoral con motivo de la ‘III Jornada Mundial de los Pobres’
(Publicado el sábado, 16 de noviembre de 2019)
Evangelio del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
Jesús nos ha dicho que “el final de los tiempos no vendrá enseguida”. Ahora es el tiempo de dar testimonio, y no dejarse engañar por personas ni supuestos signos que anuncian la proximidad del fin.
El tiempo histórico que los cristianos están llamados a vivir viene marcado por las dificultades y contradicciones. La actitud requerida es la perseverancia. La fidelidad a Jesucristo debe ser total y continua, con la seguridad de que su ayuda no faltará. Por lo tanto, debemos mirar al futuro con serenidad y paz. La Palabra no nos quiere infundir angustia, sino animarnos a tener más confianza en Dios y serle fieles. La fatiga y las desgracias de la vida cotidiana han de ser una ocasión para ir madurando en nuestra fe y dar un testimonio de vida coherente en Jesús. Es decir, tomar el presente con seriedad (que no es sinónimo de tristeza ni miedo), para vivir en vigilancia pensando en el futuro sin descuidar el presente en todas sus dimensiones.
Santa Misa y Vigilia de Adoración al Santísimo Sacramento
(Publicado el domingo, 10 de noviembre de 2019)
Carta Pastoral por el Día de la Iglesia Diocesana ‘Sin ti no hay presente. Contigo hay futuro’
(Publicado el sábado, 9 de noviembre de 2019)
Evangelio del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
En el evangelio de este domingo, Jesús nos muestra su visión de la vida eterna: el Padre nos tiene preparada una vida totalmente nueva después de la resurrección. Se trata -nada más y nada menos- de una participación en su misma Vida divina. Dios es un Dios de vivos, no de muertos.
Los cristianos confesamos en el Credo que creemos en la Vida futura. Esta fe se debe traducir en esperanza, que ilumina nuestra visión de la vida futura…, y de la presente. Estamos “de paso”, como peregrinos hacia la Patria futura y definitiva.
Ahora bien, creer y pensar en la Vida eterna futura no supone escapar de los compromisos de esta vida temporal. Más bien lo contrario: adelantar a este mundo el Reino de Dios. Debemos, eso sí, dar importancia a las cosas que de verdad la tienen, relativizando lo demás: la mayoría de las veces lo urgente no es lo importante.
Somos, pues, un Pueblo en marcha que tiene como meta el Reino de los cielos. Nos fiamos plenamente de Jesús, el Maestro.
Crónica de la Función Conmemorativa del CXVII aniversario de la Sección y Besamanos de Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia del Género Humano
(Publicado el martes, 5 de noviembre de 2019)
Evangelio del Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
(Publicado el domingo, 3 de noviembre de 2019)
Carta Pastoral ‘Noviembre, mes de los difuntos’
(Publicado el viernes, 1 de noviembre de 2019)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy celebramos la solemnidad de Todos los Santos y mañana la Conmemoración de los Fieles Difuntos, y no quiero que vaya adelante este mes, que en la piedad popular está dedicado a los difuntos, sin dedicar una de mis cartas semanales a quienes “nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz”. El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 958) nos dice que “la Iglesia peregrina… desde los primeros tiempos del cristianismo, honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció sufragios por ellos, pues, `es una idea piadosa y santa orar por los difuntos para que sean liberados del pecado’ (2 Mac, 12,46)”.
La visita al cementerio y la oración por nuestros familiares, amigos y bienhechores difuntos, especialmente en el mes de noviembre, es en primer lugar una profesión de fe en la resurrección de la carne, en la vida eterna y en la pervivencia del hombre después de la muerte, uno de los artículos capitales del Credo Apostólico. Gracias a la resurrección del Señor, los cristianos sabemos que somos ciudadanos del Cielo, que la muerte no es el final, sino el comienzo de una vida más plena, feliz y dichosa, que Dios nuestro Señor tiene reservada a quienes viven con fidelidad su vocación cristiana y mueren en gracia de Dios y en amistad con Él.
Los sufragios por los difuntos, entre los que hay que contar también la mortificación y la limosna, son además una confesión explícita de nuestra fe en el dogma de la Comunión de los Santos y de nuestra convicción cierta de que los miembros de la Iglesia peregrina, junto con los Santos del Cielo y los hermanos que se purifican de sus pecados en el purgatorio, constituimos un pueblo y un cuerpo, el Cuerpo Místico de Jesucristo. Somos una familia, en la que todos nos pertenecemos, que participa de un patrimonio común, el tesoro de la Iglesia, del que forman parte los méritos infinitos de Jesucristo, todos los actos de su vida, muy especialmente su pasión, muerte y resurrección, y la oración constante de quien “vive siempre para interceder por nosotros” (Hebr 7,25). A este patrimonio precioso pertenecen también los méritos e intercesión de la Santísima Virgen y de todos los Santos, la plegaria de las almas del purgatorio y nuestras propias oraciones, sacrificios y obras buenas, que hacen crecer el caudal de caridad y de gracia del Cuerpo Místico de Jesucristo.
Los miembros de la Iglesia no somos islas. Todos, vivos y difuntos, estamos misteriosamente intercomunicados por lazos tan invisibles como reales. Todos nos necesitamos y podemos ayudarnos. “Como la Iglesia –nos dice Santo Tomás de Aquino- está gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común”. De él todos podemos participar. Por ello, acudimos cada día al Señor y nos encomendamos a la Santísima Virgen, a los Santos y a nuestro ángel custodio. Del mismo modo, podemos y debemos encomendar la fidelidad y perseverancia en nuestros compromisos a la intercesión de las almas del purgatorio, a las que también nosotros podemos ayudar a aligerar su carga y a acortar la espera del abrazo definitivo con Dios, con nuestras oraciones, sacrificios y sufragios, singularmente con el ofrecimiento de la santa Misa. Como es natural, hemos de encomendar en primer lugar a nuestros seres queridos, familiares, amigos y conocidos, pero también a todas las almas del purgatorio, sobre todo, a aquellas que no tienen quienes recen por ellas o están más necesitadas.
En el último día de nuestra vida, en la presencia del Señor, conoceremos en qué medida las oraciones y sacrificios de otras personas por nosotros nos mantuvieron en pie y afianzaron nuestra vida cristiana. Entonces comprobaremos el valor salvífico de nuestra plegaria y de nuestras buenas obras para otros hermanos, cercanos o lejanos, conocidos o desconocidos. Entonces sabremos también cómo nuestra tibieza y nuestros pecados debilitaron el tesoro de gracia del Cuerpo Místico de Cristo, haciéndonos reos de los pecados ajenos, lo cual ya desde ahora debe estimularnos a afinar en nuestra fidelidad al Señor y en el cumplimiento de nuestros deberes.
Al mismo tiempo que os invito a encomendar, especialmente en este mes, a las benditas ánimas del purgatorio a la piedad y misericordia de Dios, entre las que seguramente tenemos familiares y amigos, os recuerdo con el papa Pío XII, en su encíclica Mystici Corporis, el misterio, que él llama “verdaderamente tremendo y que nunca meditaremos bastante”, que la salvación de un alma dependa de las voluntarias oraciones y mortificaciones de otros miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo. Este misterio sorprendente debe ser para todos una interpelación constante y una llamada apremiante a la santidad y a vivir con responsabilidad nuestra vida cristiana, pues muchos bienes en la vida de la Iglesia están condicionados a nuestra fidelidad.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Hoy, Solemne Función en honor de Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia del Género Humano, en Acción de Gracias por el CXVII Aniversario Fundacional de la Sección
Hoy quiero cantarte, Señora de los Ángeles,
A la venta los décimos del Sorteo Extraordinario de Navidad de la Lotería Nacional
a Sección Adoradora Nocturna.