Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia del Género Humano, ataviada para el Tiempo Ordinario
(Publicado el sábado, 28 de julio de 2018)
La Parroquia de Santiago el Mayor de Alcalá de Guadaíra da gracias a su santo protector
‘Humanizar las carreteras’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
(Publicado el viernes, 27 de julio de 2018)
Queridos hermanos y hermanas:
La Iglesia en España celebra cada año en el primer domingo de julio la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico. No es una casualidad la elección de esta fecha. Nuestras carreteras comienzan a experimentar un incremento notable en la circulación de vehículos con motivo del inicio de las vacaciones. Es un hecho que a pesar de las campañas de las autoridades, del endurecimiento de las sanciones y de la introducción del carné por puntos, las cifras de accidentes, victimas mortales y heridos siguen siendo muy altas. Ello nos obliga a todos a reflexionar sobre esta plaga de nuestro tiempo, que con la colaboración de todos, autoridades, conductores y peatones, hemos de tratar de aminorar.
En los últimos decenios ha sido vertiginoso el aumento del tráfico de mercancías y el movimiento de personas, algo de suyo bueno, pues es un signo de progreso humano y social. Sin embargo, muchas veces el progreso conlleva trágicas contrapartidas. Hace ya más de treinta años nos lo decía el Papa Pablo VI con estas palabras: “Demasiada es la sangre que se derrama cada día en una lucha absurda contra la velocidad y el tiempo; es doloroso pensar cómo, en todo el mundo, innumerables vidas humanas siguen sacrificándose cada día a ese destino inadmisible”. Así es efectivamente. Basten dos datos estadísticos impresionantes: a lo largo del siglo XX han muerto en la carretera 35 millones de personas, con 1.500 millones de heridos; y sólo en el año 2016 las víctimas mortales fueron 1.200.000, con unos 50 millones de heridos en las carreteras de todo el mundo. Estas cifras escalofriantes suponen un gran desafío para la sociedad y para la Iglesia, maestra en humanidad.
Lo más grave de este drama es que la mayor parte de los accidentes se podrían evitar. En la carretera afloran con demasiada frecuencia los instintos y comportamientos más primitivos: la prepotencia, la soberbia, la mala educación, que se manifiesta en gestos ofensivos y palabras gruesas, el abuso del alcohol, las drogas, el afán de ostentación de las propias habilidades o del vehículo, el frenesí de la velocidad, que cautiva a muchos conductores jóvenes, y la falta de respeto a las normas de circulación. Son muchos los conductores que se comportan al margen de las normas éticas más elementales, y que sin confesarlo abiertamente desprecian el don sagrado de la vida.
Por todo ello, invito a todos los usuarios de vehículos de nuestra Archidiócesis a reflexionar sobre este problema y, sobre todo, a observar las actitudes que debe tener un buen conductor: dominio de sí mismo, prudencia, cortesía, templanza, espíritu de servicio y conocimiento y respeto de las normas de circulación, algo que a los cristianos nos es exigido por motivos religiosos y morales. Nos obliga a ello nuestra fe en el Señor de la vida y el quinto precepto de Decálogo: “No matarás”, que exige no poner en riesgo la propia vida o la de los demás, y cuya trasgresión no es sólo una ofensa a las posibles víctimas, sino también a Dios, autor de la vida.
“No matarás”. Este precepto grave y taxativo de los Mandamientos de la Ley de Dios pide de nosotros los cristianos y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad hacer cuanto esté en nuestras manos para que la carretera sea un instrumento de comunión entre las personas y no de daño mortal; que la buena educación, la corrección y la prudencia nos ayuden a superar los imprevistos; que atendamos a quienes transitan por nuestras carreteras si precisan ayuda, especialmente si son víctimas de accidentes; que el automóvil no sea expresión de poder y dominio, ni ocasión de pecado; que convenzamos a los jóvenes y a los no tan jóvenes para que no cojan el volante si no están en condiciones de hacerlo; que apoyemos a las familias de las víctimas de accidentes; que mediemos entre la víctima y el automovilista agresor para que puedan vivir la experiencia liberadora del perdón; que en la carretera tutelemos al más débil; y que siempre nos sintamos responsables de los demás.
No está demás que os recuerde a todos que en cualquier persona, peatones, conductores, y muy especialmente en las víctimas de accidentes, está el Señor que se identifica misteriosamente con nuestros hermanos, especialmente con los pobres y con los que sufren. Tampoco está de más recomendaros que oréis al emprender el viaje. Qué bueno sería que en su transcurso rezáramos el Santo Rosario, como hacen muchas familias cristianas, para sentir la presencia de la Virgen y encomendarse a su protección. Es una forma magnífica de humanizar e impregnar de espíritu cristiano nuestros viajes.
A los que iniciáis ya el descanso estival, os deseo unas vacaciones felices y gozosas. Que el Señor os acompañe en vuestro camino y que lo descubráis junto a vosotros en la playa, en la montaña o en vuestros lugares de origen.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Nuestra Sección Adoradora en los medios de comunicación - JUNIO DE 2018
(Publicado el martes, 24 de julio de 2018)
Publicada en:
Publicada en:
Publicada en:
Publicada en:
Santa Misa en la solemnidad litúrgica del Apóstol Santiago el Mayor, Patrono de España
Fotografía: Altar Mayor de la Parroquia de Santiago el Mayor de Alcalá de Guadaíra. (https://parroquiasantiagoalcala.wordpress.com)
‘Siempre a favor de la vida’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
(Publicado el viernes, 20 de julio de 2018)
Queridos hermanos y hermanas:
Escribo esta carta semanal al hilo de la actualidad, con el propósito de ayudar a mis lectores a reflexionar sobre un tema del que nos dicen que existe consenso social y sobre el que, en consecuencia, es necesario legislar. Como es bien sabido, la eutanasia es la acción u omisión tendente a acelerar la muerte del anciano o del enfermo terminal o desahuciado con el propósito de ahorrarle sufrimientos. Permitida ya en algunos países, es uno de los signos más evidentes de la deshumanización de nuestra sociedad. Aunque se enmascare con eufemismos tales como muerte digna o muerte dulce, es un verdadero asesinato y, por ello, una acción gravemente inmoral.
Siendo cierto que toda vida humana es digna del máximo respeto, lo es aun más en la ancianidad y la enfermedad. La ancianidad constituye la última etapa de nuestra peregrinación terrena. En su fase final puede discurrir en condiciones muy penosas y precarias. No faltan quienes se cuestionan si tiene sentido la existencia de un ser humano absolutamente dependiente y cercado por el dolor. ¿Por qué seguir viviendo en esas condiciones infrahumanas y dramáticas? ¿No sería mejor aceptar la eutanasia como una liberación? ¿Es posible vivir la enfermedad como una experiencia humana que hay que asumir con paciencia, valor y espíritu cristiano?
Con estas preguntas se confrontan cada día quienes por profesión o parentesco deben acompañar y servir a ancianos o enfermos, especialmente cuando parece que no existen ya posibilidades de curación. La mentalidad eficientista hoy imperante tiende a marginar a estas personas, como si fueran solo un peso y un problema para la sociedad. Quienes creen en la dignidad de todo hombre o mujer, cualquiera que sea su estado y situación, saben que hay que respetarles y sostenerles aunque su estado sea terminal. Entonces es lícito recurrir a los cuidados paliativos, que aunque no curan, pueden aliviar los sufrimientos del enfermo, sin olvidar el amor, el cariño, el consuelo y el acompañamiento, tan importantes como los cuidados clínicos.
Querría subrayar también que en la atención a los ancianos y enfermos deben involucrarse las familias. El ideal sería que sean ellas las que acojan y se hagan cargo de ellos con afecto y alegría, de forma que los ancianos y enfermos terminales puedan pasar el último período de la vida en su casa y prepararse a la muerte en un clima de calor familiar. Si es imprescindible el ingreso en el hospital, es importante que no decaiga el vínculo del paciente con sus seres queridos y su propio entorno. En ambos casos debe facilitarse a estas personas el consuelo de la oración, el acceso a los sacramentos, la visita del sacerdote y el consuelo de los hermanos en la fe, los equipos parroquiales de pastoral de la salud.
Los últimos papas, san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han exhortado muchas veces a los científicos y a los médicos a seguir investigando para prevenir y curar las enfermedades ligadas al envejecimiento, sin ceder jamás a la tentación de recurrir a la eutanasia y al acortamiento de la vida de enfermos y ancianos. Juan Pablo II afirmó en Evangelium vitae que «la tentación de la eutanasia se presenta como uno de los síntomas más alarmantes de la cultura de la muerte que avanza sobre todo en las sociedades del bienestar» (n. 64). De ello deberían tomar buena nota los políticos, científicos, investigadores, médicos y enfermeros.
La vida del hombre es don de Dios que todos debemos custodiar siempre. Tal deber corresponde sobre todo al personal sanitario cuya vocación específica es ser servidores de la vida en todas sus fases, particularmente en la ancianidad y en la enfermedad terminal. En esas circunstancias, el remedio no es quitar la vida al enfermo, aunque él lo pida, sino aliviar sus sufrimientos y dolores, cosa que hoy es posible. Idéntico deber corresponde también a las familias, que no pueden disponer de la vida de su ser querido enfermo. Otro tanto cabe decir de los políticos y legisladores, que no pueden enmendarle la plana al único dueño de la vida que es Dios. En estos momentos, en Occidente y en España necesitamos un compromiso real para que la vida humana sea respetada en todas sus fases, desde la concepción hasta el último aliento.
Para los cristianos la fe en Cristo ilumina la enfermedad y la ancianidad. Muriendo en la cruz, Jesús dio al sufrimiento humano un valor y un significado trascendente. Ante el sufrimiento y la enfermedad los creyentes no podemos perder la serenidad, porque nada, ni siquiera la muerte, puede separarnos del amor de Cristo. En Él y con Él es posible afrontar y superar todas las pruebas y, precisamente en el momento de mayor debilidad, experimentar los frutos de la Redención. El Señor resucitado se manifiesta en cuantos creen en Él como el viviente que transforma la existencia dando sentido salvífico también a la enfermedad y a la muerte.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
‘En el cincuentenario del Camino Neocatecumenal’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
(Publicado el viernes, 13 de julio de 2018)
Queridos hermanos y hermanas:
El sábado 5 de mayo, una muchedumbre de cerca de 150.000 personas se dio cita en Tor Vergata, en los alrededores de Roma, en torno al papa Francisco, para dar gracias a Dios en el cincuentaaniversario de la llegada a Roma del Camino Neocatecumenal. Los peregrinos provenían de España y de toda Europa, de todas las naciones de América y hasta de Mongolia, Australia y la Isla de Guam.
Conocí a Kiko Argüello en la noche de un sábado de finales de mayo de 1967 en el Seminario de Sigüenza. Estudiaba el último curso de Teología. El Orfeón Donceli, con el coro del Seminario, grabamos los dos primeros discos de Kiko para el sello Pax de PPC. Cada vez que oigo las canciones Hacia ti morada santa, Amén Amén, Amén o Resucitó, recuerdo con nostalgia aquella larga noche, en plenos exámenes, en la que cantamos hasta el amanecer. A partir de entonces seguí con interés y con asombro el prodigioso desarrollo del Camino, que hoy está presente en 134 naciones de los cinco continentes, con 20.000 comunidades en más de 6.000 parroquias y cerca de 2.000 familias en misión en ciudades de todo el mundo necesitadas de un nuevo anuncio del Evangelio. En los últimos veinte años el Camino Neocatecumenal ha abierto 120 seminarios Redemptoris Mater, de los que ya han salido 2.400 sacerdotes mientras 2.300 seminaristas se preparan para la ordenación.
Personalmente tengo una gran estima por el Camino, un verdadero don de Dios para la Iglesia de nuestro tiempo, camino providencial de conversión y de vida cristiana para centenares de miles de hombres y mujeres de todo el mundo. No dudo de que su origen es el Espíritu Santo, que se ha servido de Kiko Argüello y de Carmen Hernández, para suscitar en la Iglesia un carisma fundamentalmente laical, que busca la vuelta al Evangelio químicamente puro, como lo vivían las primeras comunidades cristianas, como nos aseguran los Hechos de los Apóstoles. Buscan además anunciar a Jesucristo a nuestro mundo con entusiasmo, con desenvoltura, sin vergüenza y sin complejos, conscientes de que éste es el mejor servicio que pueden prestar a nuestro mundo, pues Jesucristo es la única fuente de esperanza que nunca defrauda.
Conozco a muchos matrimonios del Camino generosísimos en la transmisión de la vida, que han formado familias cristianas ejemplares, algunas de las cuales, padres e hijos, han marchado a la misión, dejando sus trabajos y sus casas, confiando en la providencia de Dios, que cuida de los pájaros del cielo y de los lirios del campo. Muchas de ellas vienen a que el arzobispo les dé la bendición antes de marchar. Me admira su fe, su confianza en Dios y su ardor apostólico. Soy consciente de que el Camino ha sido blanco de críticas e incomprensiones, fruto de prejuicios fáciles que se disuelven cuando uno se acerca a sus miembros sin apriorismos y con sencillez de corazón.
Felicito al Camino Neocatecumenal en este aniversario y me uno al Te Deum que sus miembros cantaron con el Papa Francisco el pasado 5 de mayo. En él reconocieron que su nacimiento, su prodigioso desarrollo y todo el bien que ha hecho en este medio siglo es obra de la gracia de Dios, pues como dice san Pablo, ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que da el incremento (1 Cor 3,7). Agradezco de corazón el bien que el Camino está haciendo a la Iglesia y el mucho bien que ha hecho y sigue haciendo en nuestra archidiócesis.
Queridos hermanos y amigos, miembros del Camino: antes de concluir esta carta semanal, quiero deciros que el Señor cuenta con vosotros para seguir anunciando su nombre por doquier. Cuenta también con vosotros la Iglesia diocesana de Sevilla. Desde el afecto que os profeso y que en estos años os he manifestado muchas veces, permitidme que os encarezca que viváis la inserción real en la Diócesis. Huid de la tentación del ensimismamiento. Sed fermento y levadura en vuestros barrios y en vuestros lugares de trabajo para transformar la masa de la sociedad según los criterios del Evangelio.
Insertaos con sencillez en vuestras parroquias, colaborando con todos los grupos y viviendo la auténtica comunión. Sed apóstoles y miembros activos y dinámicos de vuestras comunidades parroquiales. Sed luz y sal. Mostrad a Jesucristo a los hombres y mujeres de hoy. Mostradles cómo el Señor ha transformado vuestras vidas, iniciando en vosotros una preciosa historia de salvación. Sed heraldos de la Nueva Evangelización, con la palabra y con el buen olor de Cristo, es decir, con el testimonio luminoso, convencido y convincente de vuestras obras. Amad y obedeced siempre a la Iglesia, en cuyo seno habéis renacido a la fe. Que la Santísima Virgen os proteja, os defienda y os aliente con su amor maternal.
Para vosotros, para vuestras familias y para todos los fieles de la Archidiócesis, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
‘La Hospitalidad Sevilla-Lourdes’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
(Publicado el viernes, 6 de julio de 2018)
Queridos hermanos y hermanas:
Escribo estas líneas para saludar a las más de doscientas personas, incluidos cuarenta enfermos, que han formado parte de la peregrinación organizada por la Hospitalidad Diocesana Sevilla-Lourdes, erigida hace once años por mi predecesor, el señor Cardenal Arzobispo emérito, fray Carlos Amigo Vallejo. Se trata de una asociación privada de fieles de ámbito diocesano, cuyo presidente es don Antonio Lancha, siendo su consiliario el sacerdote don Carlos Coloma. La finalidad de la Hospitalidad es contribuir a la difusión de la devoción a la Santísima Virgen en su advocación de Lourdes, organizar una peregrinación anual con los enfermos al santuario de Nuestra Señora y trabajar pastoralmente en la ayuda a los enfermos, discapacitados físicos o psíquicos y cualquier persona que sufre en el alma o en el cuerpo. Desde sus inicios esta institución organiza también una peregrinación de similares características a Fátima.
La Hospitalidad es una asociación de voluntarios comprometidos en el acompañamiento, ayuda y servicio a los enfermos que cada año peregrinan a los dos santuarios emblemáticos citados. El objetivo último de ambas peregrinaciones es que los enfermos y quienes les acompañan tengan un encuentro personal, cálido y comprometido con la Santísima Virgen y, a través de ella, con su Hijo Jesucristo, un encuentro que transforme su vida y la llene de sentido, esperanza y alegría.
El número de hospitalarios en Sevilla se eleva a doscientos. Puesto que tanto Lourdes como Fátima están estrechamente ligados al mundo del dolor, los hospitalarios no abandonan a los enfermos a lo largo del año, tanto a los que están acogidos en instituciones, como a los que son cuidados en sus casas, especialmente cuando no tienen familia. Son varios los que colaboran en la Ciudad de San Juan de Dios en Alcalá de Guadaíra, visitando a los chicos acogidos, participando con ellos en la Santa Misa dominical y llevando a cabo diversos proyectos culturales, visitas y excursiones.
Los hospitalarios visitan a los acogidos en Regina Mundi en San Juan de Aznalfarache, a los ancianos y enfermos de Onuva en La Puebla del Río, en el Centro de acogida de San José de la Montaña en Sevilla, en la Fundación de la Hermandad del Rocío de Triana para discapacitados en Castilleja, y en el Centro de acogida de enfermos de Olivares. Colaboran además con los comedores benéficos de las Hijas de la Caridad en el Pumarejo y Triana y acuden también a residencias de ancianos y de discapacitados de titularidad particular donde inculcan la devoción a la Virgen y dan testimonio de verdadera caridad cristiana.
A lo largo del año, la Hospitalidad organiza sesiones de formación y también retiros espirituales y encuentros de oración. Se relaciona fructuosamente con la delegación diocesana de Pastoral de la Salud. En su seno existe un clima admirable y enriquecedor de paz, amistad y ayuda mutua, y un tono espiritual loable. Ello se debe a la colaboración de todos sus miembros, comenzando por el Presidente, el Consiliario, los sacerdotes colaboradores y todos los miembros de la Hospitalidad, personas de mucha calidad humana y de sincera religiosidad.
A todas agradezco su esfuerzo y compromiso. Mi gratitud también a las personas y empresas que con sus donativos y prestaciones hacen posible las dos peregrinaciones anuales a Lourdes y Fátima, verdaderos acontecimientos de gracia para los enfermos y sus cuidadores, muchos de los cuales confiesan que a pesar del cansancio, reciben mucho más de lo que dan, pues como nos dice el Señor, según el testimonio de san Pablo, “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35).
Mi gratitud a la Hospitalidad que nos enseña con su testimonio a todos los cristianos de la Archidiócesis que los enfermos y los discapacitados son los predilectos del Señor y que deben ser también los predilectos de la comunidad cristiana. En los comienzos de su vida pública, en la sinagoga de Nazaret Jesús nos declara el núcleo más genuino de su mensaje cuando nos dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, pues me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, para proclamar la liberación de los cautivos, devolver la vista a los ciegos y liberar a los oprimidos…” (Lc 4,18).
Esta es la tarea del Señor en su vida histórica y esta es también la tarea que quiere cumplir a través de nosotros, sus discípulos, llamados a vivir un amor sincero y generoso, que se aprende en la mesa de la Eucaristía y junto al sagrario, un amor que tiene que regenerar nuestra sociedad, purificarla de todas las injusticias, de todas las violencias, de todas las agresiones contra la vida de los más débiles, un amor que tiene que hacer de nuestra Archidiócesis una comunidad sensible a las necesidades de los pobres y angustiados, de los ancianos y enfermos, de todos los que sufren o se sienten solos o abandonados.
A todos, y muy especialmente a los hospitalarios y sus enfermos, mi saludo cordial y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla