Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia del Género Humano ataviada para la Festividad de la Inmaculada Concepción
(Publicado el domingo, 27 de noviembre de 2016)
Carta pastoral ‘Clausura de la fase diocesana del proceso de canonización de nuestros mártires’ (TEXTO y AUDIO)
(Publicado el viernes, 25 de noviembre de 2016)
Queridos hermanos y hermanas:
En la tarde de este domingo, 27 de noviembre, tendremos en la catedral, la clausura de la fase diocesana del proceso de canonización de los mártires de la Guerra Civil en nuestra Archidiócesis. La apertura del proceso tuvo lugar el 3 de octubre de 2014. En estos dos años largos se han ido reuniendo los datos, escritos y epopeyas martiriales de los protagonistas, además de los testimonios de quienes conocieron los hechos y de quienes con posterioridad han podido aportar datos verídicos.
Su número, después de depurar escrupulosamente la lista inicial se eleva a veintiuno. De ellos, diez son sacerdotes, un seminarista y diez laicos, entre ellos una mujer de Constantina, María Dolores Sobrino, asesinada en la sacristía de la parroquia y la más mayor de todos los que conforman la causa. La encabeza el Siervo de Dios Manuel González-Serna Rodríguez, párroco del citado pueblo de la Sierra norte, donde fue asesinado y cuya fama de santidad era notoria antes de su martirio acaecido el 23 de julio de 1936. Entre los seglares contamos con dos abogados, un farmacéutico, un sacristán, un carpintero, un empleado de banca, un empleado municipal y dos propietarios. Cuatro de ellos eran solteros y seis casados. El más joven, con 19 años, era el seminarista Enrique Palacios Monrabá, que murió junto a su padre Manuel Palacios Rodríguez en Cazalla de la Sierra.
La mayoría pertenecían a la Adoración Nocturna, a la Acción Católica o militaban en la defensa de la Iglesia en la vida pública y fueron martirizados por su condición de cristianos fervientes. Todos ellos son honra y prez de nuestra Iglesia particular, hitos gloriosos de nuestra historia diocesana. Ellos son el paradigma de lo que debe ser una vida cristiana piadosa y santa, generosa, consecuente y fiel. Ellos, junto con los demás santos sevillanos de todas las épocas, constituyen nuestro patrimonio más preciado, un auténtico patrimonio de santidad. Todos ellos murieron perdonando a sus verdugos y fueron varios a los que se les ofreció la libertad a cambio de apostatar de su fe, resistiendo los halagos de quienes les juzgaban.
Quiero subrayar que los trabajos que se han llevado a cabo en estos dos años largos y la decisiva fase del proceso que se iniciará con la entrega de las actas en la Congregación para las Causas de los Santos en los próximos días, es una iniciativa exclusivamente religiosa y eclesial. Que nadie vea en ella otra intención. Sólo pretendemos honrar a nuestros mártires, dar a conocer a toda la Iglesia el heroísmo y la fortaleza de quienes murieron por amor a Jesucristo y mostrar a los cristianos de hoy el testimonio martirial de su vida cristiana vivida hasta sus últimas consecuencias. Efectivamente, todos ellos son modelos y testigos del amor más grande, pues fueron cristianos de profunda vida interior, devotos de la Eucaristía y de la Santísima Virgen. Vivieron cerca de los pobres y fueron apóstoles convincentes de Jesucristo. En las penosísimas circunstancias que acabaron con su vida terrena, mientras les fue posible, se confesaron, se alimentaron con el pan eucarístico e invocaron filialmente a la Virgen con el rezo del santo Rosario. En la cárcel confortaron a sus compañeros de prisión y nunca renegaron de su condición de sacerdotes o laicos fervientes. Sufrieron con fortaleza vejaciones y torturas sin cuento y murieron perdonando a sus verdugos y orando por ellos. Vivieron los instantes finales de su vida con serenidad y alegría admirables, alabando a Dios y proclamando que Jesucristo era el único Rey y Señor de sus vidas.
El final de la fase diocesana de su proceso de canonización debe constituir para toda la Archidiócesis un acontecimiento de gracia y un estímulo para ser cada día más fieles al Señor. Efectivamente, como rezamos en uno de los prefacios de los santos, a través de su testimonio admirable, el Señor fecunda sin cesar a su Iglesia, con vitalidad siempre nueva, dándonos así pruebas evidentes de su amor. Ellos nos estimulan con su ejemplo en el camino de la vida y nos ayudan con su intercesión. El testimonio de estos candidatos a la beatificación, a medida que se vayan conociendo sus biografías, nos ayudará a fortalecer nuestra condición de discípulos y amigos del Señor, a robustecer nuestra esperanza, a acrecentar nuestra caridad hacia Dios y hacia nuestros hermanos y a revitalizar nuestro testimonio apostólico.
En el contexto de la Nueva Evangelización y la transmisión de la fe, es preciso dar a conocer sus vidas, sus escritos y su experiencia de Dios en publicaciones sencillas, comenzando por nuestra hoja diocesana Iglesia en Sevilla y la web de la Archidiócesis. Es necesario que mostremos todos estos tesoros en la acción pastoral. En ellos pueden encontrar los sevillanos de hoy auténticos ideales, programas de vida y magníficos ejemplos a seguir, pues ellos son nuestros modelos y también nuestros intercesores.
Para todos los fieles de la Archidiócesis, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla
Ya a la venta la lotería de Navidad
(Publicado el martes, 22 de noviembre de 2016)
Sobre el Año Jubilar Teresiano
Carta pastoral ‘Convocados a una esperanza firme’
(Publicado el viernes, 18 de noviembre de 2016)
Queridos hermanos y hermanas:
En los domingos finales del año litúrgico, que concluiremos el domingo día 20 con la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, y a lo largo del mes de noviembre, que la Iglesia dedica de modo especial a encomendar a nuestros hermanos difuntos, la Palabra de Dios y la liturgia nos recuerdan las realidades finales de nuestra vida: la muerte, la realidad más segura con que el hombre cuenta a la hora de programar su futuro, y la pervivencia e inmortalidad del hombre después de la muerte.
Sobre la muerte y el destino futuro del hombre, en la cultura actual se dan posturas muy cerradas a la transcendencia, y por lo tanto, a la esperanza. Para muchos, la muerte es el final absoluto, una puerta que se abre al vacío. Después de ella sólo existe la nada. Es la postura del existencialismo, que afirmaba que el reino del hombre es la tierra. “Ya no hay cielo, ya no hay infierno, sólo hay tierra” escribía el filósofo francés J. P. Sartre. Otro filósofo francés, Albert Camus, afirmaba que “si hay un pecado contra la vida, no es tanto desesperar de ella, como esperar otra vida”.
En la cultura actual, hay personas también que reducen la pervivencia del hombre a la fama, a la gloria o al recuerdo que puedan dejar después de esta vida. Eso sería únicamente lo que queda de nosotros. Hay quien piensa, por fin, que soñar con una existencia dichosa después de la muerte no es más que un bello sueño que inventamos para consolarnos de las penalidades y sufrimientos de la vida presente. Adolfo Marsillach, actor y director de teatro, respondía hace unos años con estas palabras a la pregunta ” ¿Cree usted que el hombre sobrevive a la muerte corporal : “No. Quien cree en la inmortalidad del hombre es porque no se atreve a afrontar la propia realidad y se inventa maravillosos cuentos de hadas para consolarse”. La postura más lógica ante la muerte según este actor es la protesta, la rebeldía y, en el mejor de los casos, una infinita resignación ante lo irremediable.
Frente a estas posturas fuertemente cerradas a la esperanza, la Iglesia tiene el deber de proclamar que la existencia humana no se limita a los muchos o pocos años que podamos vivir sobre la tierra y que la muerte no es el final, sino el comienzo de una vida más plena, feliz y dichosa que Dios, nuestro Señor, nos tiene reservada si hemos vivido en plenitud nuestra vocación cristiana.
Esta es la enseñanza que nos brinda en estos domingos la Palabra de Dios. En la primera lectura del domingo pasado encontrábamos el testimonio lúcido y valiente de los siete hermanos Macabeos, cien años antes de Jesucristo, que prefieren la tortura y la muerte a manos de un rey inicuo, antes que renunciar a su fe, y que no les importa perder la vida presente porque están convencidos de que les espera una vida inmortal y feliz junto a Dios.
Esta es también la enseñanza del Evangelio: ante las trampas que le tienden a Jesús los saduceos, un grupo religioso judío minoritario pero influyente, que negaba la resurrección de la carne, Jesús proclama la resurrección de los muertos porque Dios no es Dios de muertos sino de vivos, porque Dios es el amigo de vida, como nos dice el libro de la Sabiduría.
Ante la duda, la perplejidad y la angustia del hombre de hoy sobre su destino, los cristianos tenemos el deber de proclamar con el Credo Apostólico que creemos en la resurrección de la carne y en la vida eterna. Esta esperanza tiene que iluminar nuestro presente. Porque el cristiano cree en la resurrección de la carne, porque espera unos cielos nuevos y una tierra nueva y una existencia dichosa junto a Dios, el cristiano debe ser una persona alegre, con la alegría de que estaban penetradas las primeras comunidades cristianas, con la alegría y la esperanza a que nos invita San Pablo, en la segunda lectura de hoy.
La espera del encuentro definitivo con el Señor debe traslucirse en el cumplimiento de nuestra obligaciones familiares y profesionales, ante el dolor, el sufrimiento y la enfermedad, ante la consideración de nuestra propia muerte, a la hora de recordar con esperanza la muerte de los seres queridos y, sobre todo, respetando siempre la Ley santa de Dios.
La esperanza en la vida futura no puede ser un escapismo de nuestras obligaciones profesionales, ni amortiguar nuestro compromiso en la construcción de un mundo más humano, más justo y más fraterno, de acuerdo con los planes de Dios. El Concilio Vaticano II nos dejó escrito en Gaudium et spes que la esperanza en unos cielos nuevos y una nueva tierra no inhibe sino que estimula nuestra dedicación al trabajo y a las realidades terrenas como una exigencia de nuestra fe.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Vigilia de Adoración a Jesús Sacramentado
(Publicado el lunes, 14 de noviembre de 2016)
Terminadas las Preces Expiatorias, rezaremos Completas junto a la Comunidad de Hermanas Pobres de Santa Clara.
Alrededor de las 22:30 horas concluirá este culto con el Rito de despedida del Santísimo Sacramento.
NOTA.- Todos los adoradores y adoradoras deben portar la medalla y/o la insignia.
I Reunión formativa de la Misión Parroquial
Recordamos que el templo no abre hasta las siete de la tarde aproximadamente. Por tanto, quien desee asistir deberá acceder al Convento por la calle Alcalá y Orti, 39.
Carta pastoral ‘Somos una gran familia contigo. Día de la Iglesia diocesana 2016’
(Publicado el viernes, 11 de noviembre de 2016)
Queridos hermanos y hermanas:
Escribo estas líneas en las vísperas del Día de la Iglesia Diocesana, que en este año celebramos en este domingo, 13 de noviembre, con el lema, “Somos una gran familia CONTIGO”. Se trata de una jornada importante y ya tradicional en el calendario anual de la Iglesia en España. Su finalidad primera es lograr que todos los fieles percibamos con nitidez que los bienes de la salvación que nos procura la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, nos vienen a través de una realidad más inmediata y cercana, la Iglesia particular o Diócesis, que es una porción de la Iglesia establecida en un territorio determinado y confiada a un obispo para que la apaciente con la colaboración de los presbíteros, de los diáconos y también de los laicos.
En este domingo todos estamos llamados a reflexionar sobre lo que la Archidiócesis representa en nuestra vida. La Iglesia fundada por el Señor es como la Encarnación continuada, la prolongación de Cristo en el tiempo, el sacramento de Jesucristo, el ámbito natural de nuestro encuentro con Dios. La Iglesia es Cristo mismo que sigue predicando y enseñando, acogiendo a todos, perdonando los pecados, salvando y santificando. Es, como escribiera san Ireneo de Lyon en los finales del siglo II, la escalera de nuestra ascensión hacia Dios. Es el puente que salva la lejanía y la distancia entre el Cristo celestial, único mediador y salvador, y la humanidad peregrina. Siguiendo a san Cipriano de Cartago, es la madre que nos ha engendrado y que nos permite tener a Dios por Padre. Al sentirla como madre, la sentimos también como nuestra propia familia, como el hogar cálido que nos acoge y acompaña, la mesa familiar en la que restauramos las fuerzas desgastadas y el manantial de agua purísima que nos purifica y nos renueva.
Lo que la Iglesia es para toda la humanidad, eso mismo es proporcionalmente la Iglesia diocesana. Por ello, invito a los fieles de nuestra Iglesia particular a vivir nuestra pertenencia a la Archidiócesis con alegría y con inmensa gratitud al Señor. Si no fuera por ella, estaríamos condenados a vivir nuestra fe a la intemperie, de forma aislada, individual y por libre. Gracias a ella podemos vivir nuestra vida cristiana alentados, acompañados y arropados por una auténtica comunidad de hermanos. Pero hemos de vivir también nuestra pertenencia a la Iglesia con responsabilidad, de manera que lo que la Iglesia es para nosotros, lo sea también a través nuestro, es decir: puente, escalera, hogar fraterno, familia, mesa y manantial y, sobre todo, anuncio ilusionado y entusiasta de Jesucristo a nuestros hermanos con obras y palabras.
Finalidad importante en esta jornada es fortalecer nuestra conciencia de familia y de pertenencia a la Iglesia que peregrina en Sevilla, tan rica en historia y en frutos de santidad. En este domingo, damos gracias a Dios por pertenecer a este pueblo y a esta Iglesia y, sobre todo, rezamos por nuestra Archidiócesis, por sus obispos, sus sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y fieles, para que cada día crezcamos en comunión con el Señor, en fidelidad a las respectivas vocaciones, en unidad y comunión fraterna, en compromiso apostólico y evangelizador y en cercanía y servicio a los pobres y a los que sufren.
Antes de concluir, quiero pedir a los sacerdotes y religiosos con cura de almas que en esta jornada ayuden a los fieles a descubrir la naturaleza de la Iglesia particular, la misión del obispo y el peculiar servicio salvífico y sobrenatural que la Archidiócesis presta a la sociedad. Les ruego además que hagan con interés la colecta, entregando a los fieles los materiales de esta jornada y el boletín de domiciliación bancaria de cuotas a favor de la Archidiócesis, que pueden ser mensuales, trimestrales, semestrales o anuales, que han de enviar a la Administración diocesana, bien directamente o a través de la parroquia.
Tengo que confesar que el número de suscripciones en estos momentos es verdaderamente exiguo y que a los sacerdotes corresponde procurar multiplicar. Gracias a estas cuotas, la Diócesis podrá ayudar más a las parroquias en sus obras de restauración, en la construcción de nuevos templos, en la conservación de las casas y centros parroquiales, garantizando al mismo tiempo el funcionamiento de la Curia y de los servicios diocesanos, sosteniendo los Seminarios y los centros de estudio, y sirviendo a los pobres.
Que los mártires y santos sevillanos y, sobre todo, la Santísima Virgen de los Reyes, patrona de la Archidiócesis, venerada entre nosotros con tantos títulos hermosísimos y entrañables, nos ayuden a fortalecer nuestra conciencia de familia, a amar con gratitud filial a nuestra Iglesia diocesana, a crecer en colaboración con ella y a valorar y sentir como algo muy nuestro todo lo que a la Diócesis se refiere.
Agradeciendo de antemano la generosidad de los sacerdotes y de los fieles, para todos mi abrazo fraterno, con mi oración y bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Carta pastoral ‘Ante el Jubileo de las Hermandades’
(Publicado el viernes, 4 de noviembre de 2016)
Queridos hermanos y hermanas:
Dirijo esta carta semanal a los cofrades de nuestra Archidiócesis que peregrinan este sábado a la Catedral para ganar el Jubileo de la Misericordia. En este contexto les ofrezco algunas reflexiones que les pueden ayudar en su compromiso cofrade. En los siete años que llevo sirviendo a Sevilla, las Hermandades han constituido una de las preocupaciones relevantes de mi ministerio. A lo largo de este período he recibido en mi despacho a un gran número de Hermanos Mayores, Juntas de Gobierno y Directores Espirituales. A invitación vuestra, queridos cofrades, he presidido numerosas Eucaristías en honor de vuestros Titulares. En todas ellas he tratado de reflexionar con vosotros sobre la identidad de estas instituciones, que pertenecen a la entraña más íntima de la religiosidad sevillana. Nuestros encuentros me han permitido conoceros y valorar las ricas posibilidades evangelizadoras que encierra la llamada religiosidad popular, como reconoce el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia publicado por la Santa Sede en diciembre de 2001.
Os tengo que confesar que he cumplido este servicio con mucho agrado, lo cual quiere decir que lo he hecho de corazón. Actuar de otra forma, además de una necia injusticia, supondría un auténtico suicidio para quien tiene como primer deber de su ministerio pastorear, enseñar y santificar a los fieles, anunciarles a Jesucristo y llevarlos a Dios.
En contacto con vosotros, ha ido creciendo en mí la convicción, que he compartido más de una vez con algunos de vosotros, de que las Hermandades brindan a los pastores de la Iglesia un ingente potencial religioso y evangelizador, pues son para sus miembros, lo mismo que la Iglesia, sacramento de Jesucristo, es decir, camino, medio e instrumento para el encuentro con Dios.
En muchas ocasiones he reconocido con gozo que las Hermandades, tan numerosas en nuestra Archidiócesis, han sido camino de formación y de fe para muchos cristianos. He reconocido también con gratitud que la piedad popular ha amortiguado entre nosotros los efectos de la secularización.
En los escritos y homilías que os he dirigido, he insistido en la esencial dimensión religiosa de las Hermandades. He pedido a los Directores Espirituales, Hermanos Mayores y Juntas de Gobierno que custodien con mimo sus mejores esencias, que mantengan con nitidez y sin equívocos su clara identidad religiosa y que no consientan que los aspectos sociales o culturales, de suyo relativos y secundarios, prevalezcan sobre lo que debe constituir el corazón de estas instituciones, que son, ante todo y sobre todo, asociaciones públicas de fieles con una finalidad muy clara, el culto, el apostolado, la santificación de sus miembros y el ejercicio de las obras de caridad.
Defender todo esto es servir a la verdad más auténtica de las Hermandades, mientras que permitir que estos valores se desvirtúen o perviertan, es abrir la compuerta de la secularización interna, un mal fatal que todos hemos de tratar de conjurar. De poco servirían vuestros cultos esplendorosos, si en vuestra vida asociativa la primera preocupación de los cofrades no fuera su propia santificación, el amor a Jesucristo y a su santa Iglesia, la comunión fraterna, la unidad en el seno de la Hermandad y la comunión con los pobres. Estaríamos ante una enorme fachada de cartón piedra, detrás de la cual sólo existe el vacío.
A lo largo de estos años os he insistido también en la comunión con la Iglesia, en la real inserción en la parroquia, en la colaboración con el sacerdote, con el obispo y con la Archidiócesis, con sus Planes Pastorales, proyectos, acentos e iniciativas. Os he invitado también a ser libres ante cualquier tipo de poder, a evitar la emulación y los gastos inmoderados, que muchas veces son una ofensa a los pobres, que deben estar muy en el corazón y en el centro de vuestros afanes y programas colectivos.
He pedido a los responsables que acabo de citar que ayuden a sus hermanos a cultivar la vida interior, que estimulen su participación en los sacramentos, pues todo ello, más el amor a Jesucristo y a su Madre bendita, es lo único que da vigor, estabilidad, unidad y consistencia a estas instituciones a las que tanto amáis. Les he sugerido que citen de vez en cuando a los hermanos para rezar juntos, para tener una celebración comunitaria de la penitencia o para hacer un retiro, especialmente en los tiempos fuertes del año litúrgico.
He insistido mucho en la importancia de la formación, pues sólo se ama aquello que bien se conoce. Sólo podremos dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza si conocemos el misterio y la persona de Jesús y las verdades capitales de la fe y de la moral cristianas. Más de una vez he afirmado que a mí me bastaría con que los cofrades conocieran en profundidad el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica. No les exigiría mucho más.
Bienvenidos a nuestra Catedral. Que vuestra peregrinación sea un verdadero acontecimiento de gracia. Para vosotros y vuestras familias, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Monseñor Santiago Gómez Sierra presidió la Misa de Inicio de la Misión en la Parroquia de Santiago de Alcalá de Guadaíra
(Publicado el martes, 1 de noviembre de 2016)
Redacción: N.H.A.D. Francisco Burgos Becerra.