‘Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 31 de mayo de 2019)

Queridos hermanos y hermanas:

En este domingo, solemnidad de la Ascensión del Señor, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Los modernos medios de comunicación fueron calificados por el Concilio Vaticano II “como maravillosos inventos de la técnica que,… el ingenio humano, con la ayuda de Dios, ha extraído de las cosas creadas” (IM 1). Vivimos en la sociedad de la información. Las comunicaciones sociales, en sus distintos modos y expresiones, están protagonizando quizás la revolución más decisiva y de más profundas consecuencias desde la segunda mitad del siglo XX y en los inicios del nuevo milenio.

Es tan grande su influencia en la conformación de la sociedad, que la Iglesia pecaría de omisión si no creyera en la necesidad de los medios -prensa, radio, televisión cine e internet- para su misión evangelizadora. Por esta razón, el Concilio estableció la celebración anual de una jornada específica, con el fin de sensibilizar a los cristianos sobre la importancia de los medios, orar por cuantos en ellos intervienen, fomentar su uso responsable y pedir la colaboración económica necesaria para la creación y sostenimiento de los medios de comunicación de la Iglesia (IM, 18).

Los medios son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración de los comportamientos individuales, familiares y sociales. Por ello, deben estar al servicio del desarrollo integral del hombre. El respeto debido a sus destinatarios exige de ellos y de sus profesionales respetar el derecho a la información de los usuarios, lo cual exige informar verazmente, más allá de ideologías, prejuicios, intereses o consignas, que puedan conducir a deformar, manipular o negar la verdad, relativizar lo importante y magnificar lo intranscendente, al servicio de intereses particulares o de grupo.

La libertad de expresión es a los medios lo que el aire al ser humano. Pero la libertad tiene unos límites: la verdad y los derechos humanos. A veces, en nombre de la libertad de expresión, se pueden cometer los mayores atropellos de la libertad de las personas o de sus derechos fundamentales. Por el contrario, la libertad, bien usada y regulada por la justicia, el respeto, la equidad y la veracidad, sirve al bien común y contribuye a la conformación de una sociedad más justa y transparente.

Los medios deben ser siempre camino de humanización y formación en los verdaderos valores en el plano individual y, desde una perspectiva social, vehículos de conocimiento, comunión, cooperación y ayuda recíproca entre los hombres; en definitiva, medios para el entendimiento entre los pueblos y los grupos sociales. Por ello, la Iglesia, desde su deber inexcusable de promover el respeto, la defensa y la promoción de la verdad y de los auténticos derechos del hombre, invita a los medios de comunicación social a servir permanentemente a aquellos valores que dan consistencia y estabilidad a la vida de las personas y de la sociedad, sin dejarse arrastrar por la seducción del sensacionalismo, el amarillismo, la banalidad o la superficialidad.

Porque los medios deben estar al servicio del desarrollo integral de la persona, deben ser instrumentos de comunión, creadores de un clima favorable a la justicia, el servicio al bien común, el respeto a las personas y sus derechos y muy especialmente a los derechos de los más pobres y desfavorecidos.

Es muy grande la tarea que todos, también la Iglesia, tenemos por delante para hacer de los medios instrumentos de comunión y colaboración. Para ello será necesario fomentar en los responsables de los medios, públicos o privados, empresas y profesionales, el amor a la verdadera libertad, propia y ajena, el respeto exquisito a la verdad, la pasión por la justicia y el compromiso eficaz a favor de la solidaridad y fraternidad.

Pero no podemos infravalorar el papel fundamental que tenemos los usuarios. Generalmente se nos brindan los medios que deseamos consumir. En otros casos, los poderosos intentan seducirnos para que deseemos aquello que previamente han concebido y diseñado para obtener un lucro mayor. Educar en el uso libre, responsable y crítico de los medios de comunicación social constituye hoy una de las más urgentes tareas de la familia, de la escuela y de la Iglesia, comenzando por los niños y jóvenes.

Termino mi carta semanal invitándoos a todos a tomar conciencia de la gran importancia que tienen los medios de comunicación en la tarea evangelizadora de la Iglesia y a ser responsables en su uso. Os invito también a orar por los profesionales y ser generosos en la colecta de este domingo. Es necesaria para sostener o crear en la Iglesia medios de comunicación y para ayudar a formar comunicadores cristianos, que anuncien la buena noticia del amor de Dios por cada uno de nosotros. No sería pequeño el fruto de esta jornada si todos, sacerdotes, consagrados y laicos, nos comprometiéramos a difundir más y mejor nuestra hoja diocesana Iglesia en Sevilla.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz día de la Ascensión del Señor.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Continuar leyendo >>

‘Pascua del enfermo’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 24 de mayo de 2019)

Queridos hermanos y hermanas:

Tiene lugar en este domingo la Pascua del Enfermo. En Sevilla, lo celebraremos en la parroquia del Sagrario de la catedral, a las 12 de la mañana. En ella administraré el sacramento de la unción a los enfermos, a las personas ancianas y a los discapacitados. Nos acompañarán profesionales de la salud y los voluntarios que trabajan en este sector pastoral.

La Pascua del Enfermo, es una jornada ya clásica en el calendario anual de las comunidades cristianas. En ella se nos recuerda el quehacer y el compromiso que los cristianos tenemos con nuestros hermanos enfermos. Ellos ocupan un lugar importante en el ministerio público de Jesús y, en consecuencia, deben de ocupar un lugar central en la vida de nuestras comunidades parroquiales y en la vida personal de cada cristiano.

Durante su vida pública, la ocupación principal de Jesús fue anunciar la buena nueva del Reino de Dios y curar toda enfermedad y toda dolencia (Mt 9,35). Y esto es también lo que encarga a sus discípulos: “Id anunciando que el Reino de los cielos está cerca. Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos y expulsad demonios.” (Mt 10,7-8). La cercanía de Jesús a los enfermos es constante. Cura a los enfermos y expulsa a los demonios como signo de la verdad de su mensaje, como revelación del amor y de la misericordia de Dios. Enfermos y endemoniados son los pobres preferidos por Jesús.

El mandato de Jesús a sus Apóstoles sigue vigente. La Iglesia ha heredado esta predilección del Señor por los enfermos. Por ello, en las vísperas de la llamada Pascua del Enfermo, recuerdo a todos los cristianos de la Archidiócesis que la atención preferente, el cuidado esmerado y el servicio solícito a los enfermos debe estar en el centro de interés de las comunidades parroquiales y de cada uno de nosotros. Quiero recordar también que ninguna parroquia debería carecer de uno o varios equipos de pastoral de la salud, que visitan y acompañan a los enfermos en nombre de la comunidad parroquial.  Ellos y nosotros hemos de acercarnos al enfermo con amor, compasión y generosidad, con respeto, misericordia y deseos de servir. Ante un enfermo, los cristianos tenemos que ver siempre la imagen dolorida de Jesús, identificado por amor con todos los dolores y sufrimientos de los hombres.

Aquí tenemos todos un campo inmenso para el ejercicio de las obras de misericordia: los familiares que les cuidan en casa con dedicación exquisita, los sacerdotes que les visitan semanalmente, entendiendo que éste es uno de los quehaceres fundamentales de su ministerio, los religiosos que tienen como carisma el servicio a los enfermos, los voluntarios que colaboran con la Delegación de Pastoral de la Salud en sus visitas a los enfermos en clínicas y hospitales, los miembros de los equipos parroquiales a los que acabo de aludir, y cada uno de nosotros, llamados a compartir nuestro tiempo y nuestro afecto con nuestros familiares, amigos y vecinos enfermos.

En ellos nos espera el Señor, pues Él se identifica especialmente con los pobres y nadie es más pobre que aquel a quien le falta un bien tan preciado como es la salud. Cuando visitamos, servimos y ayudamos a los enfermos, estamos sirviendo, visitando y ayudando en ellos al Señor (Mt 25,36 y 43). Ellos son la viva imagen del Señor crucificado. Ellos, ofreciendo sus dolores a Dios, son un auténtico tesoro para nuestras comunidades y una fuente fecunda de energía sobrenatural para la Iglesia.

Si algún enfermo merece especialmente la solicitud maternal de la Iglesia son los enfermos que no tienen familia y que están solos en sus casas o en los hospitales. Ellos son los predilectos del Señor y deben ser los preferidos de los capellanes, de los servicios de la Delegación Diocesana y de los voluntarios.

Ejemplo paradigmático de servicio y amor es la Santísima Virgen. En Caná, ella siempre atenta a las necesidades de los demás, sirve a aquellos jóvenes esposos propiciando el primer milagro de Jesús (Jn 2,1-11). Al pie de la Cruz tiene presente a toda la humanidad necesitada de redención y por ella ofrece a su hijo al Padre, convirtiéndose en corredentora de todos los hombres. Ambos pasajes nos llenan de esperanza, pues nos convencen de que tenemos una Madre con ojos vigilantes y compasivos, con un corazón maternal lleno de misericordia, con unas manos que quieren ayudar.

Que en la Santísima Virgen, consoladora de los afligidos y salud de los enfermos, encuentren la consolación de Dios y la salud nuestros hermanos enfermos. Que ella, siempre propicia ante las necesidades de los que sufren, bendiga, sostenga y fortalezca a quienes les cuidáis y servís en los hospitales o en vuestras propias casas, y a quienes les visitáis desde las parroquias.

Para los enfermos y todos los que estáis implicados en la pastoral de la salud, capellanes, profesionales de la salud y voluntarios, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz domingo, feliz día del Señor.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Continuar leyendo >>

‘Ante la próxima declaración de la renta’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 17 de mayo de 2019)

Queridos hermanos y hermanas:

Desde el pasado 2 de abril, los españoles estamos convocados a presentar la declaración de la renta. Es el camino para contribuir al sostenimiento de los servicios públicos de que disfrutamos. Con ello contribuimos a una mejor distribución de los bienes, haciendo que lleguen a los más pobres, que de otro modo no podrían disfrutar de los servicios necesarios. Todos conocemos personas que defraudan a Hacienda y que incluso se jactan de ello. Son personas que tienen como lema consciente o inconsciente “vivir a costa de los demás lo máximo posible, contribuyendo lo mínimo posible”. No deja de ser un lema egoísta y un comportamiento moralmente rechazable. Hacer la declaración de la renta en conciencia y con veracidad es obligación de todo ciudadano. Para los cristianos es un deber religioso.

El Nuevo Testamento nos habla con rotundidad de la obligación de pagar los impuestos. Jesús paga el tributo debido al templo (Mt 17,24-27) y encarece la obligación de dar al César lo que es del César (Mt 22,21). San Pablo, por su parte, nos dice: «Pagad a todos lo que debáis, a quien tributo, tributo; a quien impuesto, impuesto…» (Rom 13,7).

Ya el papa Pío XII nos enseñó que «no existe duda alguna sobre el deber de cada ciudadano de soportar una parte de los gastos públicos». Otro tanto afirmaron Juan XXIII, Juan Pablo II, el Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica, que nos asevera que «la sumisión a la autoridad y la corresponsabilidad en el bien común exigen moralmente el pago de los impuestos…». El papa Francisco, por su parte, recientemente  nos dijo que pagar los impuestos “no es un acto de idolatría, sino un acto debido para sentirse ciudadanos”, asegurando que el cristiano “está llamado a comprometerse concretamente en las realidades humanas y sociales sin contraponer a Dios y al César”.

El quinto mandamiento de la Iglesia nos obliga a ayudar a la Iglesia en sus necesidades. Hay un modo muy sencillo de hacerlo: marcando con una equis (x) la correspondiente casilla del impreso de la declaración. Con ello, manifestamos nuestra voluntad de que el 0,7% de nuestros impuestos, se destine a la Iglesia. Ello no supone pagar más impuestos. Debemos ponerlo incluso en el caso de que nuestra declaración resulte a devolver. Hay que advertir también que cabe la posibilidad de marcar simultáneamente la casilla destinada a “otros fines sociales”, cosa que yo recomiendo. En este caso son las ONGs para el desarrollo las destinatarias del mismo porcentaje que percibe la Iglesia. Entre ellas se encuentran muchas organizaciones católicas que sirven a los más pobres en España y en los países del Sur.

Las razones para tomar en serio esta responsabilidad son, entre otras, los bienes que la Iglesia nos procura, el don del bautismo, la filiación divina, la vida de la gracia, el perdón de los pecados, el pan de la Eucaristía y la formación cristiana. Gracias a ella vivimos nuestra fe en una comunidad que nos arropa y acompaña. El ejercicio de la religión, por otra parte, es un bien para la sociedad, pues genera cohesión social, cultura, civismo y educación; favorece el desarrollo verdadero de las personas y de los pueblos y es fuente de valores como la solidaridad, la justicia y la convivencia.

Para cumplir su misión pastoral y evangelizadora, para garantizar el funcionamiento de los Seminarios, de los servicios administrativos y pastorales, para ayudar a las misiones, servir a los pobres, a los enfermos, a las personas que viven en soledad, a los jóvenes, niños, ancianos y familias; para conservar su patrimonio artístico y cultural y para construir nuevos templos la Iglesia necesita medios económicos y la ayuda de sus fieles.

Nuestra Archidiócesis ocupa un puesto destacado entre las Diócesis de España en el porcentaje de declarantes a favor de la Iglesia católica. El año pasado aumentamos un tanto el número de asignaciones. Ha sido un 42,84 el porcentaje de sevillanos que han asignado a la Iglesia católica. El año anterior fue un 42,01 %. Ha habido, pues, una diferencia positiva del 0,82 %. En el último ejercicio fiscal el número de sevillanos que han asignado a la Iglesia ha sido de 320.722, mientras en el ejercicio anterior fueron 309.011. La diferencia es de 11.711 declarantes más. El importe total asignado ha tenido un incremento de 604.091 euros, puesto que la cantidad total en el último año se elevó a 9.864.813 euros, siendo de 9.260.722 euros en el ejercicio de 2017.

Al mismo tiempo que doy las gracias a quienes nos han querido favorecer, vuelvo a llamar a vuestra puerta y a pediros que sigáis colaborando con la Iglesia para hacer el bien y ayudar a quienes tanto lo necesitan. Pido a los sacerdotes que comenten brevemente en la Eucaristía de alguno de los próximos domingos el contenido de esta carta semanal.

Con mi gratitud anticipada, para todos mi saludo fraterno y mi bendición.

 

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

 

Continuar leyendo >>

Vigilia mensual de Adoración a Jesús Sacramentado

(Publicado el miércoles, 15 de mayo de 2019)


Continuar leyendo >>

Boletín informativo de mayo de 2019

Continuar leyendo >>

Carta Pastoral ‘Ante la Coronación Pontificia de la Virgen de los Ángeles’

(Publicado el lunes, 13 de mayo de 2019)

Queridos hermanos y hermanas:

El sábado 18 de mayo tendré el honor de coronar en nuestra Catedral, en nombre del papa Francisco la bendita imagen de Ntra. Sra. de los Ángeles, titular de la Antigua, Pontificia y Franciscana Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Fundación y Nuestra Señora de los Ángeles, de que sin mérito alguno de mi parte soy Hermano Mayor.

Después de saludar al alcalde y a todos los miembros de la  Hermandad, les recuerdo que la piedad popular ha meditado a lo largo de los siglos en el quinto misterio glorioso del Rosario “la coronación de la Virgen María como reina y señora de todo lo creado”. La carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae” de san Juan Pablo II nos introducía en su contemplación con estas palabras: “A esta gloria, que con la ascensión pone a Cristo a la derecha del Padre, es elevada Ella misma con su asunción a los cielos, anticipando así, por especialísimo privilegio, el destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne”.

 La contemplación de la coronación de María transporta nuestros corazones hacia las realidades celestiales, a las que todos estamos llamados. Ella, como primicia, participa en cuerpo y alma de la gloria de su Hijo. La Iglesia peregrina descubre en Ella su vocación más profunda, que no es otra que participar un día en el cielo de la Pascua de su Señor.

La coronación de María como reina y señora de cielos y tierra ha sido enseñada por la Iglesia como verdad que pertenece a la fe. La tradición ha interpretado siempre como referidas a la Virgen estas palabras del salmo 44: “De pie, a tu derecha, está la reina, enjoyada con oro”. El Apocalipsis, por su parte, nos presenta a María como la mujer “vestida de sol, la luna bajo sus pies, coronada con doce estrellas” (12,1). Ambos textos bíblicos tienen su reflejo en la iconografía mariana y constituyen el punto de partida del rito litúrgico de las coronaciones de aquellas imágenes de la Virgen que gozan de una extraordinaria veneración por parte de los fieles.

En el Nuevo Testamento la corona expresa la participación en la gloria de Cristo y es signo de santidad. San Pablo espera recibirla en el último día del Juez justo, junto “con todos aquellos que tienen amor a su venida” (2 Tim 4,8). Santiago nos habla de la “corona de la vida” que recibirán aquellos que perseveran firmes en la fe (Sant 1,12; Apoc 2,10); san Pedro nos asegura que es “la corona de gloria que no se marchita” (1 Ped 5,4); y, de nuevo, san Pablo la presenta como la “corona incorruptible” (1 Cor 9,25), sin parangón con la gloria efímera y los sucedáneos de felicidad de este mundo.

Dios quiera que la coronación de su titular sea para todos los miembros de la Hermandad de Ntra. Sra. de los Ángeles y sus devotos, un verdadero acontecimiento de gracia, que renueve su vida cristiana y que nos recuerde a todos que nuestra primera obligación como cristianos es aspirar a la santidad, cada uno según su propio estado y condición, como nos ha encarecido el papa Francisco en la exhortación apostólica Exultate et jubílate. María, coronada por Dios Padre en su asunción a los cielos, y por la Iglesia como fruto del amor y del cariño de sus hijos, es el modelo más acabado de colaboración con la gracia y de disponibilidad para acoger y secundar el plan de Dios. En eso consiste precisamente la santidad, a la que Ella nos alienta, y para lo contamos con su intercesión poderosa.

La coronación debe fortalecer además el compromiso evangelizador de los miembros de la Hermandad. La Virgen entregó al mundo al Salvador. Como ella, nosotros estamos obligados a anunciarlo y compartirlo con nuestros hermanos con el aliento de la que es Estrella de la Nueva Evangelización, como la llamara Juan Pablo II en La Rábida en 1993. Ella nos acompañará en esta tarea apremiante en nuestra Archidiócesis.

Termino mi carta felicitando de corazón a la Hermandad de os Negritos. Sé que ha preparado a conciencia este acontecimiento y no solo desde el punto material y logístico. Así se lo encarecí al Hermano Mayor en su visita hace tres años para solicitarme la coronación. Les pedí que tuviera una fuerte tonalidad espiritual y que sirviera para incrementar su formación cristiana. Sé que han tenido un serio programa formativo. Les pedí que fueran austeros en los gastos. Me consta que lo han sido y que, como acción social, han querido ayudar con una cantidad importante al centro de las religiosas Adoratrices para mujeres latinoamericanas o africanas que han tenido la desgracia de caer en las redes de la trata manejadas por personas sin escrúpulos.

Para los miembros de las Hermandad de los Negritos y para todos los devotos de la Virgen de los Ángeles, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

                                                           Arzobispo de Sevilla

 

 

Continuar leyendo >>

‘Jornada Mundial de Oración por las vocaciones’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 10 de mayo de 2019)

Queridos hermanos y hermanas:

En este domingo del Buen Pastor celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. En ella tenemos presentes a todos los que han respondido a la llamada de Jesús. A través de ellos Jesús sigue enseñando, santificando, perdonando los pecados, sanando las heridas físicas y morales, consolando a los tristes y acompañando a los que sufren. Son las distintas vocaciones que el Espíritu suscita en su Iglesia para seguir cumpliendo la misión del Buen Pastor.

El mensaje que el Papa Francisco nos ha dirigido en esta Jornada lleva como título “La valentía de arriesgar por la promesa de Dios”. Está dirigido especialmente a nuestros jóvenes, protagonistas del último Sínodo y participantes de diversas formas en la última Jornada Mundial de la Juventud. Porque en el campo de las vocaciones la iniciativa parte de Dios, que espera nuestra respuesta, el Santo Padre invita a toda la comunidad cristiana a pedir Dueño de la mies, con mucha fe y todos los días, que envíe obreros a su mies (Mt 9,38).

La vocación es un don divino. Es Él quien llama, escogiendo a algunos para que le sigan más de cerca y sean sus ministros y testigos. A pesar de que en estos momentos en muchos países la crisis vocacional es profunda, el Señor sigue llamando. Por ello, nuestra primera obligación, desde las familias, las parroquias, los movimientos, grupos apostólicos y comunidades religiosas, es orar incesantemente para que la iniciativa divina encuentre acogida en el corazón de nuestros jóvenes, de forma que sean muchos los que se decidan a arriesgar su vida y entregarla al Señor para colaborar con Él en su obra de salvación.

El mejor modelo de adhesión generosa al plan divino es Jesucristo, que se ofrece al Padre y se inmola por nosotros en el árbol de la Cruz, y que continúa cada día ofreciendo su vida en la Eucaristía por la salvación de la humanidad. En Él tienen nuestros jóvenes el modelo más eximio de diálogo vocacional entre la libre iniciativa del Padre y la respuesta confiada de Cristo, un diálogo que en nuestro caso debe estar impregnado de confianza, que despeje todos los temores ante la propia flaqueza o ante la incomprensión de los demás. Por ello, la Eucaristía, contemplada, recibida y adorada es el ambiente más propicio para descubrir la llamada, abandonarse a la voluntad de Dios, fiarse de Él y responder con prontitud.

Mirando a Cristo y atraídos por Él, en la historia de la Iglesia, muchos hombres y mujeres dejaron familia, posesiones y proyectos vitales para seguir a Cristo en la vida contemplativa, en los institutos de vida consagrada y en el ministerio sacerdotal. Todos ellos han vivido la experiencia que entraña toda vocación, un diálogo fecundo entre Dios y el hombre, un misterioso encuentro entre la predilección del Señor que llama y la libertad del hombre que responde con amor, escuchando al mismo tiempo estas palabras alentadoras: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto” (Jn 15, 16).

En el camino del discernimiento vocacional es natural que afloren los miedos, considerando lo insólito de la llamada, el riesgo que comporta y, al mismo tiempo, la propia flaqueza. En realidad, ninguno de nosotros podemos considerarnos dignos de la elección. Ninguno de nosotros puede considerarse merecedor de acceder al ministerio sacerdotal o de abrazar la vida consagrada. Es al Señor a quien corresponde llevar a término su proyecto de salvación. Por ello, la respuesta nunca puede parecerse al cálculo miedoso del siervo indolente que esconde el talento recibido en la tierra (Mt 25, 14-30). Más bien debe ser análoga a la respuesta de Pedro que, confiando en el Señor, no duda en echar de nuevo las redes pese a haber estado toda la noche faenando sin éxito (Lc 5,5). Semejante fue también la respuesta de la Santísima Virgen en la Anunciación. Ella se abandona a los designios del Altísimo y pronuncia su sí, que le convierte en Madre de Dios.

Concluyo mi carta dirigiéndome a los jóvenes que ahora mismo se plantean su futuro vocacional y sienten en su corazón la caricia del Señor y su propuesta de futuro. ¡Sed valientes. ¡Arriesgad la vida! ¡No os desaniméis ante las dificultades y las dudas; confiad en Dios y seguidle con fidelidad! ¡Contad siempre con su gracia y con la ayuda maternal de la Virgen, que cuidará de vosotros! El premio no es otro que la promesa de Dios, el ciento por uno y la bienaventuranza de aquellos que escuchan la palabra de Dios y la acogen con gratitud y humildad de corazón.

Termino pidiendo a los sacerdotes y religiosos que, o en este sábado, o en este domingo, organicen actos especiales de oración por las vocaciones en las parroquias, iglesias y oratorios, que bien pudiera ser ante el Santísimo expuesto.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Continuar leyendo >>

‘Una calle para el señor Cardenal’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 3 de mayo de 2019)

Queridos hermanos y hermanas:

El pasado día 25 de marzo, el Ayuntamiento de Sevilla nos citó a la ceremonia de dedicación de un tramo de la calle Placentines, justamente el que coincide con el costado este del Palacio Arzobispal, al señor cardenal fray Carlos Amigo Vallejo, arzobispo emérito. Todos conocemos el largo capítulo de merecimientos que a lo largo de veintisiete años de pontificado ha ido atesorando el señor Cardenal. Su amor a Sevilla y a su provincia fueron reconocidos hace tiempo con la concesión de los títulos de Hijo adoptivo de Sevilla y de la provincia, y de otros muchos títulos y condecoraciones.

En esta carta semanal quiero referirme casi exclusivamente a su condición de pastor, destacando el mayor bien que fray Carlos ha hecho a esta tierra, entregándonos el mejor tesoro que posee la Iglesia, Jesucristo, fuente de sentido y esperanza para el mundo, fuente de gozo y de alegría, de firmeza, seguridad y consistencia para cada uno de nosotros.   A lo largo de veintisiete años de generosidad fecunda, el señor Cardenal ha presidido miles de veces la Eucaristía en nuestra catedral y en nuestras parroquias, haciendo presente el misterio de nuestra redención para el perdón de los pecados y para la salvación de todos los hombres.

En su pontificado, el papa Juan Pablo II visitó dos veces Sevilla, en 1982 para beatificar a santa Ángela de la Cruz, y en 1993 para clausurar el Congreso Eucarístico Internacional.  A lo largo de su servicio a nuestra Archidiócesis, fray Carlos ha ordenado en torno a 270 sacerdotes diocesanos, cerca de 130 presbíteros del clero regular y alrededor de 50 diáconos permanentes, confirmando anualmente en unos 4.000 candidatos. En este periodo ha visitado incansablemente las parroquias predicando el Evangelio, enseñando las verdades de la fe, alentando la vida cristiana y el crecimiento de nuestras comunidades, edificándolas con el testimonio sereno de su pro­pia vida.

No puedo olvidar sus visitas continuas a las parroquias de una Archidiócesis tan dilatada como la nuestra. En esas ocasiones, los sacerdotes y los fieles y, sobre todo, los pobres, los enfermos y los que sufren, han podido experimentar la sencilla cercanía de su arzobispo, viendo en él al pastor bueno, que hace presente a Jesucristo Buen Pastor y rabadán del rebaño, que cuida, guía y apacienta a sus ovejas, busca a la oveja perdida, cura y robuste­ce a las más pobres, cansadas o enfermas. También los consagrados, y singularmente las monjas de clausura, pudieron experimentar su cercana paternidad y sus permanentes desvelos por la Vida Consagrada. Los miembros de las Hermandades sintieron también su solicitud de pastor en una parcela verdaderamente decisiva en la vida de esta Iglesia. Otro tanto cabe decir de Cáritas diocesana y sus obras, cuidadas especialmente por don Carlos.

Por medio de las numerosísimas coronaciones de imágenes de la Santísima Virgen, el señor Cardenal contribuyó a enraizar todavía más la devoción a Nuestra Señora en esta parcela de la tierra de María Santísima, que se honra en tener como reina y patrona a la Virgen de los Reyes.

En su pontificado se restauraron o construyeron ex novo 78 templos, se restauró una parte importante del Palacio Arzobispal, dotándole de unos espacios modélicos con destino al archivo histórico. Se unificaron los tres cuerpos de la Biblioteca, la colombina, la capitular y la arzobispal. Al mismo tiempo se recuperó el tercer patio del palacio, construyendo el Hotel Los Seises, como servicio a la ciudad y como fuente de ingresos para el sostenimiento del inmenso inmueble sede del arzobispado. En su tiempo se construyó el nuevo edificio moderno y funcional del Seminario y del Centro de Estudios Teológicos. Igualmente fue iniciativa del señor Cardenal la rehabilitación del complejo del monumento al Sagrado Corazón, sobre todo la Casa de Ejercicios de Betania.

Sólo Dios, nuestro Señor, en su sabiduría infinita que todo lo abarca, conoce con perfección y con detalle lo que nosotros simplemente imaginamos o intuimos, los dones cuantiosísimos que Dios ha concedido a la Iglesia en Sevilla a través del servicio episcopal de fray Carlos, y los fecundos frutos sobrenaturales y apostólicos que ha deparado a nuestra ciudad y a nuestra archidiócesis a través suyo. Por todo ello damos gracias a Dios, y un servidor da gracias también al señor Alcalde y a la corporación municipal, que ha querido honrar al señor Cardenal concediéndole una calle de nuestra ciudad. Ello es signo del aprecio que les merece Fray Carlos y del aprecio que les merece nuestra Iglesia diocesana. Felicito a los miembros del Ayuntamiento y les agradezco su generosidad. Felicito, por fin y sobre todo al señor Cardenal y a su familia, al mismo tiempo que invito a todos a pedir al Señor que le siga concediendo salud, paz, gracia y alegría.

Para todos los que leéis semanalmente esta carta, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz domingo, feliz día del Señor.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

Continuar leyendo >>