‘En la fiesta cristiana del trabajo’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 27 de abril de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

El próximo martes, uno de mayo, celebraremos la memoria litúrgica de san José Obrero y, con ella, la fiesta cristiana del trabajo. Por ello, dedico mi carta semanal a esta realidad que importa mucho a la Iglesia porque el trabajo es consustancial al ser humano, camino de realización de la persona y condición inexcusable para el bienestar y la felicidad de las familias y de la sociedad. En estas vísperas, saludo cordialmente a todos los trabajadores de la Archidiócesis, a cuantos no tienen trabajo o lo realizan en condiciones precarias o que degradan su dignidad. Saludo también  a los jóvenes, víctimas más directas de la crisis económica, junto con las mujeres y los inmigrantes. Manifiesto a todos mi solidaridad y cercanía. Saludo también a cuantos vivís la fe y el compromiso cristiano cerca del mundo del  trabajo, miembros de la HOAC, la JOC, Hermandades del Trabajo y la Delegación Diocesana de Pastoral Obrera.

Muchos son los retos a los que deben hacer frente hoy los trabajadores: el desempleo que no acaba, los salarios insuficientes, la explotación de los inmigrantes, los horarios excesivos y la dificultad para conciliar la vida laboral y familiar, problemas que mellan la dignidad de las personas y generan exclusión y pobreza. Estudios recientes nos dicen que en Andalucía el paro afecta a un 24,4 de los adultos y a un 47,9 de los menores de 25 años, mientras que el 33,2% de la población tiene problemas en relación con la vivienda, y en el flanco de la salud, el 24,8% tiene algún tipo de dificultad, todo lo cual genera exclusión social.

Nuestra Iglesia diocesana, fiel al mandato de su Señor, quiere estar cerca de los pobres y de los oprimidos por la injusticia. No podemos tener mejores señas de identidad. Por ello, con la Doctrina Social de la Iglesia recordamos a todos la importancia del trabajo para la realización y humanización de la persona, la relación estrecha entre trabajo y familia, pues el trabajo es el sostén de la familia, y la relación también decisiva entre trabajo y sociedad. Sin trabajo para todos, la entera  sociedad se resiente.

Los técnicos de Cáritas nos dicen que uno de los ámbitos que mayor exclusión y pobreza genera es la carencia de empleo, mientras que un trabajo regular y estable dignifica a la persona y cohesiona a la sociedad. Por ello, la Doctrina Social de la Iglesia exige un trabajo digno para las personas y las familias. No puede ser, pues, precario, escaso o que no permita construir un proyecto de vida. Como nos dijera el papa Benedicto XVI en la encíclica Caritas in Veritate, es necesario promover un trabajo decente, que permita vivir con dignidad.

En este marco se inserta la iniciativa diocesana que, que cumple ya su  cuarto año, y que hemos denominado Acción conjunta contra el paro, con el lema Ante el parado, activa tu conciencia. Fue promovida conjuntamente por Cáritas diocesana, las Delegaciones de Pastoral Obrera, Pastoral Social-Justicia y Paz, Migraciones, y la Fundación Cardenal Spínola de Lucha Contra el Paro, con el apoyo de otras instituciones y movimientos eclesiales de la Archidiócesis. En las distintas fases de esta campaña hemos ido tomando conciencia de la persistencia de injusticias que afectan a los trabajadores y a sus familias, deshumanizando la vida, precarizando el trabajo, dificultando la vida familiar y los proyectos personales, anteponiendo el beneficio a la dignidad del trabajo y de la persona.

A lo largo de estos años, los distintos grupos parroquiales, comunidades y movimientos, hemos sentido la necesidad de  promover y crear un entorno propicio al trabajo decente, que elimine tantas injusticias y sufrimiento, de acuerdo con las exigencias de la dignidad humana y el bien común, tal y como pidiera el papa Francisco en su discurso en el Parlamento Europeo en noviembre de 2014 al afirmar que “ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana”.

Esta tarea, hacer posible un trabajo decente, corresponde a toda la sociedad, pero es también una tarea eclesial, porque lo que está en juego es la dignidad de la persona y la suerte de los pobres. Por ello, invito a toda la comunidad diocesana a seguir implicándose en esta campaña.

Consciente de la riqueza que supone para la Archidiócesis la presencia perseverante de los militantes de los Movimientos Apostólicos, de los equipos de pastoral obrera y de los voluntarios de las instituciones implicadas en la campaña, con mucha gratitud les animo a perseverar en esta hermosa tarea. A todos les invito a seguir recordándonos a todos  la dignidad inalienable de la persona, imagen de Dios, y sus derechos inviolables, y  que el tesoro de la fe en Jesucristo y su Evangelio es el único camino para la construcción de un mundo más justo y fraterno, como Dios lo soñó.

Para todos, mi saludo fraterno  mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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Vigilia de Adoración al Santísimo Sacramento

(Publicado el viernes, 20 de abril de 2018)

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Reunión formativa de la Misión Parroquial

Mañana sábado, 21 de abril, a las 18:00 horas, la Sección, como parte integrante de la feligresía de la Parroquia de Santiago el Mayor, celebrará en el Monasterio de Santa Clara la quinta reunión formativa del segundo curso de la Misión Parroquial. Tendrá lugar en el locutorio de las Hermanas Pobres de Santa Clara, junto al patio interior anexo a la iglesia.

Es preciso llevar consigo el libro "Misiones Populares: Formarnos para la Misión II", editado por la Vicaría Episcopal para la Nueva Evangelización de la Archidiócesis de Sevilla.
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Boletín informativo de abril de 2018

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‘Jornada Mundial de Oración por las vocaciones’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy el domingo del Buen Pastor. El Evangelio nos presenta a Jesucristo como el pastor que llama y reúne a sus ovejas, las conoce por su nombre, las cuida, guía y conduce a frescos pastizales, busca la oveja perdida y da la vida por ellas. Él es al mismo tiempo modelo y espejo de los pastores de la grey que Él adquirió con su sangre.

En este domingo, celebramos también la LV Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. En ella se nos recuerda que en la tarea salvadora, que nace del misterio pascual, el Buen Pastor necesita colaboradores para cumplir la misión recibida del Padre y que Él confió a sus apóstoles. A través de humildes instrumentos humanos, el Señor ha de seguir predicando, santificando, perdonando los pecados, sanando las heridas físicas y morales, consolando a los tristes, enseñando a los ignorantes y acompañando a quien se siente solo o abandonado. Son las distintas vocaciones que el Espíritu suscita en su Iglesia para seguir cumpliendo la misión del Buen Pastor al servicio del Pueblo de Dios.

En el mensaje que el Papa Francisco nos ha dirigido con ocasión de esta jornada nos dice que el manantial de la pastoral vocacional es Dios y su gracia. En este domingo damos gracias a Dios por la vocación y el testimonio de tantos sacerdotes y consagrados, que en el ministerio pastoral, en la oración, el trabajo y el silencio del claustro, en el servicio a los pobres y marginados, en el acompañamiento a los enfermos y ancianos y en la escuela católica están gastando generosamente su vida al servicio de Dios y de sus hermanos. Es incalculable la riqueza que aporta a la Iglesia el ministerio sacerdotal y la vida consagrada en sus múltiples carismas e instituciones. Que en esta Jornada y siempre les acompañemos con el afecto y la oración para que sean fieles a la llamada recibida y el Señor nos conceda muchas, santas y generosas vocaciones.

Consciente de que la oración es el alma de la pastoral vocacional, invito a todos los fieles de la Archidiócesis a pedir insistentemente, hoy y todos los días, “al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Os pido también que os impliquéis en esta pastoral, que es tarea de toda la comunidad cristiana, especialmente de los sacerdotes, consagrados, catequistas, educadores y padres. Las familias cristianas han sido siempre el manantial del que han surgido las vocaciones. Un clima familiar sereno, alegre y piadoso, iluminado por la fe, en el que se acoge y celebra el don de la vida, y en el que se vive la comunión y la unidad entre sus miembros, favorece el florecimiento vocacional. De ahí la relación estrecha entre la pastoral vocacional y la pastoral familiar.

Me dirijo ahora a los sacerdotes y consagrados, a quienes urge antes que a nadie esta pastoral preciosa. Os recuerdo con el Papa Francisco, que el testimonio de nuestra entrega suscita vocaciones. Invitad a los jóvenes a plantearse su futuro vocacional, orad con vuestras comunidades por las vocaciones, cultivad la pastoral de los monaguillos, que ha sido siempre venero de vocaciones sacerdotales y, sobre todo, procurad que vuestra vida sencilla, entregada, pobre, casta y alegre, suponga una invitación expresa para que muchos jóvenes se decidan a seguir nuestra vocación.

No puedo concluir sin decir una palabra a los jóvenes, que están viviendo una etapa trascendental, en la que tratan de diseñar su futuro. Yo os propongo un camino apasionante y fecundo para vuestra realización personal: seguir a Jesús en el sacerdocio o en la vida consagrada. Como san Pablo después de su conversión, preguntad también vosotros al Señor: “¿Qué quieres que haga?”, ¿qué quieres que haga con la vida que me has regalado?, ¿qué quieres que haga por ti?, y mostradle vuestra entera disponibilidad, sin planes previos y con una gran confianza.

Un amigo de Jesús no diseña su existencia sin contar con el Señor. Las grandes decisiones sobre nuestro futuro hemos de tomarlas con Él, con espíritu de fe, obediencia y amor, arriesgándonos a ponernos a su alcance para que Él tome y conquiste nuestra vida, la convierta, posea y oriente al servicio del Evangelio, de la Iglesia y de los hermanos. Esta es la única forma de acertar. Esta es la puerta estrecha que da acceso a la felicidad, de la mano del Señor. Es la mejor forma de emplear la vida, guiada y poseída por Él y abierta a los hermanos con su mismo amor.

Él nos ha dicho que “no hay amor más grande que el de aquel que da la vida por sus amigos”. Él ha prometido recompensar con el ciento por uno a quien entregue su vida por Él y por el Evangelio. A Él le pido que os conceda un corazón generoso.

Para todos vosotros, mi saludo fraterno y mi bendición.

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‘ El Señor ha resucitado, Aleluya’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el lunes, 2 de abril de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

Termina la Semana Santa con la solemnidad de la Resurrección del Señor. La Iglesia, que ha estado velando junto al sepulcro de Cristo, proclama jubilosa en la Vigilia Pascual las maravillas que Dios ha obrado a favor de su pueblo desde la creación del mundo y a lo largo de toda la historia de la salvación. Canta, sobre todo, el gran prodigio de la resurrección de Jesucristo, del que las otras maravillas eran sólo pálida figura. Jesucristo, la luz verdadera que alumbra a todo hombre, que pareció oscurecerse en el Calvario, alumbra hoy con nuevo fulgor, disipando las tinieblas del mundo y venciendo a la muerte y al pecado. Jesucristo resucitado, brilla hoy en medio de su Iglesia e ilumina los caminos del mundo y nuestros propios caminos.

La resurrección del Señor es el corazón del cristianismo. Nos lo dice abiertamente San Pablo: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe… somos los más desgraciados de todos los hombres” (1 Cor 15,14-20). La resurrección del Señor es el pilar que sostiene y da sentido a toda la vida de Jesús y a nuestra vida. Ella es el hecho que acredita la encarnación del Hijo de Dios, su muerte redentora, su doctrina y los signos y milagros que la acompañan. La resurrección del Señor es también es el más firme punto de apoyo de la vida y del compromiso de los cristianos, lo que justifica la existencia de la Iglesia, la oración, el culto, la piedad popular, nuestras tradiciones y nuestro esfuerzo por respetar la ley santa de Dios.

Para algunos, la resurrección de Jesús es una quimera, un hecho legendario o simbólico sin consistencia real. No sería otra cosa que la pervivencia del recuerdo y del mensaje del Maestro en la mente y en el corazón de sus discípulos. Gracias a las mujeres, que ven vacío el sepulcro del Señor, y a los numerosos testigos que a lo largo de la Pascua contemplan al Señor resucitado, nosotros sabemos que esto no es verdad. La resurrección del Señor es el núcleo fundamental de la predicación de los Apóstoles. Ellos descubrieron la divinidad de Jesús y creyeron en Él, cuando le vieron resucitado. Hasta entonces se debatían entre brumas e inseguridades.

Ser cristiano consiste precisamente en creer que Jesús murió por nuestros pecados, que Dios lo resucitó para nuestra salvación y que, gracias a ello, también nosotros resucitaremos. Por ello, el Domingo de Pascua es la fiesta primordial de los cristianos, la fiesta de la salvación y el día por antonomasia de la felicidad y la alegría. La resurrección de Jesús es el triunfo de la vida, la gran noticia para toda la humanidad, porque todos estamos llamados a la vida espléndida de la resurrección.

La fe en la resurrección no ocupa hoy el centro de la vida de  muchos cristianos. Precisamente por ello, nuestro mundo es tan pobre en esperanza. Lo revelan cada día no pocas noticias dramáticas. La resurrección del Señor, sin embargo, alimenta nuestra esperanza. Gracias a su misterio pascual, el Señor nos ha abierto las puertas del cielo y prepara nuestra glorificación. Los cristianos esperamos “unos cielos nuevos y una tierra nueva”, en los que el Señor “enjugará las lágrimas de todos los ojos, donde no habrá ya muerte ni llanto, ni gritos, ni fatiga, porque el mundo viejo habrá pasado” (Apoc 21,4).

sta esperanza debe iluminar todas las dimensiones y acontecimientos de nuestra vida. Para bien orientarla, tenemos que aceptar esta verdad fundamental: un día resucitaremos, lo que quiere decir que ya desde ahora debemos vivir la vida propia de los resucitados, es decir, una vida alejada del pecado, del egoísmo, de la impureza y de la mentira; una vida pacífica, honrada, austera, fraterna, cimentada en la verdad, la justicia, la misericordia, el perdón, la generosidad y el amor a nuestros hermanos; una vida, por fin, sinceramente piadosa, alimentada en la oración y en la recepción de los sacramentos.

La resurrección del Señor debe reanimar nuestra esperanza debilitada y nuestra confianza vacilante. Esta verdad original del cristianismo debe ser para todos los cristianos manantial de alegría y de gozo, porque el Señor vive y nos da la vida. Gracias a su resurrección, sigue siendo el Enmanuel, el Dios con nosotros, que tutela y acompaña a su Iglesia “todos los día hasta la consumación del mundo”. Desde esta certeza, felicito a todas las comunidades de la Archidiócesis. Que el anuncio de la resurrección de Jesucristo os anime a vivir con hondura vuestra vocación cristiana. Así se lo pido a la Santísima Virgen,  que hoy más que nunca es la Virgen de la Alegría. Que ella nos haga experimentar a lo largo de la Pascua y de toda nuestra vida la alegría y la esperanza por el destino feliz que nos aguarda gracias a la resurrección de su Hijo.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz Pascua de Resurrección.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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