‘En la fiesta de la Sagrada Familia’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 28 de diciembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

En el marco precioso de la Navidad celebramos en este domingo la fiesta de la Sagrada Familia. Comienzo mi carta semanal saludando a los Delegados diocesanos, a los sacerdotes y laicos comprometidos en la Pastoral Familiar en los Centros de Orientación Familiar y en las parroquias. Os manifiesto mi afecto fraterno, mi aprecio y gratitud por la hermosa tarea que realizáis, tan urgente y necesaria en esta hora de la Iglesia y del mundo.

Pocos flancos de la pastoral de la Iglesia son tan urgentes y fecundos como la pastoral de la familia y de la vida, un campo verdaderamente apasionante y en el que hay tanto por hacer. A todos os invito a fortalecer la comunión en los planos doctrinal y pastoral. Es de capital importancia que todos los que servimos en este sector tan esencial en la vida y en la acción de la Iglesia trabajemos unidos, naveguemos en la misma barca, remando con el mismo ritmo, con la misma intensidad y en la misma dirección. Lo contrario sólo conduce a la ineficacia y a la esterilidad, en un campo verdaderamente importante en la vida de la Iglesia y en el que no podemos derrochar energías inútilmente.

No es el momento de hacer un análisis sobre la situación de la familia en el mundo occidental y en España, que ciertamente está sumida en una profunda crisis. Sí quisiera subrayar el altísimo valor social y eclesial que encierra la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer y en el amor conyugal, santificado por la gracia del sacramento y abierto a la transmisión de la vida. Las palabras de la Constitución Gaudium et Spes, a pesar de sus cincuenta años largos de vigencia, no han perdido un ápice de actualidad: “La salud integral de la persona, de la sociedad y de la comunidad cristiana está estrechamente ligada a la salud integral de la comunidad conyugal y familiar” (GS 48). Esta afirmación del Concilio Vaticano fue reformulada por Juan Pablo II con estas palabras: “El futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la familia”. Otro tanto nos ha dicho en esos años cientos de veces el papa Francisco, que bien recientemente nos ha recordado la afirmación de GS “la familia es la escuela del más rico humanismo”.

En los últimos años se ha repetido hasta la saciedad que esta “es la hora de la familia”. Efectivamente, es la hora de establecer una pastoral familiar orgánica desde las parroquias; de acompañar a los matrimonios para que vivan gozosamente su fidelidad, la espiritualidad que les es propia y entiendan el matrimonio como una auténtica vocación dentro de la Iglesia y un camino específico de santificación; de acompañar a los novios para que se preparen con seriedad para el matrimonio y asuman plenamente el proyecto de Dios en sus vidas; de ayudar a esposos y novios a que descubran la dimensión más profunda y auténtica de la sexualidad según el plan de Dios; de ayudar a los matrimonios y a las familias con problemas o en situaciones difíciles; de reclamar a los poderes públicos una mayor atención y ayuda a la familia en todos los sentidos, económico, educativo y cultural; y de ayudar a los matrimonios para que sean los primeros transmisores y comunicadores de la fe a sus hijos, conscientes de que la familia es la primera célula de la Iglesia, la Iglesia doméstica.

Es este un tema de capital importancia en el marco de la nueva evangelización. Los padres, en efecto, son los primeros educadores y evangelizadores de los hijos. Nadie puede suplantarles ni privarles de este sagrado derecho, que están llamados a ejercer en primera persona. Ellos deben ser los primeros responsables del anuncio del Evangelio a sus hijos, a través de la palabra y de su testimonio de vida. En la iniciación cristiana de sus hijos en el hogar es cuando los padres cristianos “llegan a ser plenamente padres, es decir, engendradores no sólo de vida corporal, sino también de aquella que, mediante la renovación del Espíritu brota de la Cruz y Resurrección de Cristo”, como escribiera Juan Pablo II en Familiaris consortio (n. 9).

Es un hecho constatable que, entre nosotros, desde hace décadas, se ha interrumpido la transmisión de la fe en la familia. Muchos padres han dimitido de la obligación primordial de ayudar a sus hijos a conocer al Señor, iniciarles en la oración y los hábitos de piedad, en la devoción a la Virgen, el descubrimiento del prójimo y la experiencia de la generosidad. Es una consecuencia fatal de la secularización de nuestra sociedad, en la que valores religiosos representan bien poco. Es urgente, pues, que la pastoral familiar ayude a los padres a redescubrir su misión como primeros evangelizadores de sus hijos, para lo que cuentan con la gracia del sacramento.

 Para todas las familias de la Archidiócesis, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Continuar leyendo >>

A la venta los décimos del Sorteo Extraordinario del Niño de la Lotería Nacional

(Publicado el martes, 25 de diciembre de 2018)

Como siempre, cada décimo se venderá a 23 €, de los cuales 3 € serán en concepto de colaboración con nuestra Sección Adoradora Nocturna.

Con este donativo podemos llevar a cabo muchos de los actos que organizamos durante el año, entre otros fines, porque, con cada pequeña aportación, logramos hacer mucho.

Y además, siempre está la ilusionante posibilidad de que nos sonría la suerte y el número salga premiado, como ha sucedido en alguna ocasión.
Continuar leyendo >>

Vigilia de Adoración a Jesús Sacramentado para despedir el año

(Publicado el lunes, 24 de diciembre de 2018)

Continuar leyendo >>

Boletín informativo de diciembre de 2018

(Publicado el viernes, 21 de diciembre de 2018)

Continuar leyendo >>

‘Para vivir de verdad la Navidad’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

Queridos hermanos y hermanas:

¡Santa y feliz Navidad! Este es mi deseo en la víspera de la Nochebuena para todos los cristianos de la Archidiócesis. No es para menos. El lunes, en la Misa de medianoche, la liturgia nos anunciará de nuevo la gran noticia que hace dos mil años el ángel anunció a los pastores: “No temáis, os traigo la Buena Nueva, una gran alegría para todo el pueblo: en la ciudad de David os ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). Y volveremos a escuchar el cántico de los ángeles: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Por ello, nos alegramos y regocijamos con la liturgia de la Iglesia, porque con el nacimiento de Jesús «se manifiesta la benignidad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres» (Tit 3,4). Así es en realidad. La encarnación y el nacimiento del Señor es fruto del amor deslumbrante de Dios por la humanidad. «El Verbo, igual con el Padre -escribe san Juan de Ávila- quiso hacer romería y pasar por el mundo peregrino. Por amor toma ropa de paño grueso, el sayal de nuestra humanidad» (Serm. 16).

La admiración, el estupor y la gratitud deben ser en estos días las consecuencias naturales de la contemplación del don de la Encarnación, gratitud en primer lugar al Padre de las misericordias, de quien parte la iniciativa. Dios Padre se apiada del hombre perdido y se acerca a nosotros por medio de su Verbo. Pone en Él un corazón humano y lo hace uno de los nuestros. En Cristo el Padre se nos entrega, gesto que es tanto más de agradecer por cuanto que esto acontece, como dice san Pablo, cuando nosotros estábamos lejos y vivíamos de espaldas a Dios (Rom 5,8-10). Esta es la maravilla que en estos días de Navidad contemplamos y celebramos con gratitud.

Nuestra acción de gracias deberá detenerse también en Jesús, quien en su entrada en el mundo dirige a su Padre esta oración filial: «He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad» (Heb 10,5-7). Jesús obedece al Padre para reparar la desobediencia de Adán (Hebr 5,8), obedece hasta la muerte por nosotros (Fil 2,8), con la sumisión del que es enteramente libre. Agradezcamos al Señor en estos días su obediencia, pues en ella está en el origen de nuestra salvación.

No olvidemos en nuestra contemplación serena y agradecida a la tercera persona de la Santísima Trinidad, pues la Encarnación se realizó «por obra y gracia del Espíritu Santo». Él fue la sombra fecunda que obró el prodigio (Lc 1,35) en una especie de Pentecostés anticipado. Por ello, llenos de gratitud, alabamos también al Espíritu Santo.

Por último, en esta Navidad hemos de acercamos con amor filial a Santa María, la «llena de gracia» (Lc 1,28), la esclava obediente a la Palabra de Dios (Lc 1,38). Con María la humanidad tiene una deuda permanente e impagable. Su fiat, su sí, su hágase en mí según tu palabra hace posible nuestra salvación. Con gran generosidad responde a Dios que ella es su esclava y que desea ardientemente que se realice con su cooperación su proyecto salvador. Nosotros admiramos con emoción su grandeza y con gratitud inmensa la alabamos como causa de nuestra alegría.

Un nuevo modo de agradecer el nacimiento del Señor es reconocer y respetar la dignidad del hombre, que en la encarnación recobra toda su grandeza. En el oficio de lecturas del día de Navidad nos dirá san León Magno que, al precio de la sangre de Cristo, Dios ha concedido al hombre una dignidad extraordinaria: ha sido hecho partícipe de la naturaleza divina, miembro del cuerpo místico y templo del Espíritu Santo. Cristo, pues, descubre al hombre la grandeza de su vocación. Por ello, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado (GS, 22). En su encarnación, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre, identificándose especialmente con el hambriento, el sediento, el desnudo, el transeúnte y el inmigrante, el enfermo y el privado de libertad (Mt 25,31-46).

En consecuencia, agradecemos el don de la Encarnación, cada vez que reconocemos, respetamos y defendemos la dignidad inalienable del hombre, cuando lo valoramos como Dios lo valora y le amamos como Dios le ama. Cuando curamos sus heridas o aliviamos su soledad, cuando damos de comer al hambriento o cobijo a los sin techo, cuando tutelamos y defendemos la dignidad de nuestros hermanos.

En su nacimiento el Señor se hace enteramente solidario con nosotros. Por ello, sólo viviremos auténticamente la Navidad si una fuerte carga de fraternidad alienta nuestras relaciones y sacude nuestra indiferencia ante los hermanos. La cercanía a los pobres es una actitud obligada si queremos vivir coherentemente la Navidad.

Os reitero a todos mi felicitación más cordial ¡Santas y felices Pascuas para todos los cristianos de la Archidiócesis!

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

Continuar leyendo >>

‘Una Navidad cerca de los pobres’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 14 de diciembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

De acuerdo con los datos que nos brinda Cáritas diocesana, en nuestra Archidiócesis, tener trabajo no significa dejar de ser pobre. De hecho, uno de cada cuatro sevillanos con empleo está en riesgo de exclusión porque sus salarios son ínfimos. El empleo remunerado ya no sirve de garantía para salir de ser la pobreza. Según la Encuesta de Población Activa del cuarto trimestre de 2017, en la provincia de Sevilla hay 206.900 personas en paro y la tasa de desempleo alcanza el 22,4 por ciento, con un 20,15 por ciento de hombres y un 25,08 de mujeres. Llama la atención el hecho de que el número de hogares con todos sus miembros activos en paro se eleva a 70.762, mientras que 67.799 personas desempleadas no reciben ninguna prestación, casi el 34 por ciento del total de los parados.

Las frías cifras que nos ofrecen las estadísticas tienen rostros concretos, nombres y apellidos. Cualesquiera que sean las causas de su situación, son personas que sufren, que no tienen trabajo, que pasan hambre y frío, que en ocasiones carecen de vivienda, de luz eléctrica y de medios para promocionarse culturalmente. Es evidente que este triste panorama nos interpela a todos, a los responsables políticos, a la sociedad y también a la Iglesia y a los cristianos.

Estamos ya en vísperas de Navidad. Todo indica que, como en los años anteriores, van a ser muchos los que van a intentar secuestrar el sentido religioso de estos días santos. Desde hace semanas, los reclamos publicitarios nos invitan al derroche y al consumismo desenfrenado, que solapa y secuestra el Misterio y ofende a los pobres. Por ello, un año más os invito a vivir unas Navidades austeras, pues la alegría verdadera no es fruto de los grandes banquetes ni de los regalos ostentosos. Nace del corazón puro, de la buena conciencia y del encuentro cálido con el Señor, que viene a transformar y a plenificar nuestras vidas. Vivid también unas Navidades solidarias. El Señor viene a nuestro encuentro también en los pobres, en los pequeños, en los que no cuentan, en los débiles y desfavorecidos, en los que carecen de lo necesario para vivir, en quienes han perdido la esperanza.

En la liturgia del Adviento el profeta Isaías nos recuerda que el Señor viene a “enjugar las lágrimas de todos los rostros”. Y lo quiere hacer a través nuestro. Sólo así “celebraremos y nos gozaremos con su salvación…” (Is 25, 9-10). Esto quiere decir que sólo disfrutaremos de la alegría auténtica de la Navidad quienes, movidos por la caridad de Cristo, nos acerquemos a los pobres poniéndonos de su parte y en su lugar, compartiendo con ellos nuestros bienes, viviendo también muy cerca de los inmigrantes y refugiados, de los enfermos y de los ancianos que viven solos.

Una forma práctica y segura de ejercer la caridad con los pobres es a través de Cáritas Diocesana o de las Cáritas parroquiales, de las que todos nos debemos sentir orgullosos. Conozco y aprecio el esfuerzo que estas instituciones están haciendo a través de sus programas de asistencia a enfermos y desvalidos y de sus proyectos de empleo y lucha contra la exclusión social. Valoro también los planes de formación del voluntariado acerca de la identidad eclesial de Cáritas, el impulso que está dando al Fondo Diocesano de Comunicación Cristiana de Bienes y todos los programas que tratan de robustecer la esperanza vacilante de los pobres. Agradezco además el trabajo de los voluntarios de la sede diocesana y de las Cáritas parroquiales.

Invito a todos los fieles de la Diócesis a colaborar con nuestras Cáritas siempre, pero especialmente en estos días. En la sinagoga de Nazaret el Señor nos declara el núcleo más genuino de su mensaje cuando nos dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí: me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, para proclamar la liberación de los cautivos, devolver la vista a los ciegos y liberar a los oprimidos…” (Lc 4,18). Esta fue la tarea del Señor en su vida histórica entre nosotros y es también la tarea que quiere realizar a través de sus discípulos, que en el tiempo de la Iglesia debemos cumplir esta Escritura, siendo testigos del amor de Dios por el hombre, que de forma tan cercana y visible se hace patente en los misterios que celebramos en Navidad.

En nombre de los pobres, agradezco a los directivos, técnicos y voluntarios de Cáritas su entrega, su defensa de la dignidad de la persona humana y su servicio a los necesitados. Cuidad siempre las raíces sobrenaturales de vuestro compromiso caritativo, pues quienes se comprometen en el servicio de la caridad en la Iglesia han de ser personas movidas ante todo por el amor de Cristo, que despierta en ellos el amor al prójimo.

Para todos, especialmente para los pobres,  para los socios, voluntarios y técnicos de Cáritas, mi saludo afectuoso y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Continuar leyendo >>

Vigilia mensual de Adoración a Jesús Sacramentado

(Publicado el martes, 11 de diciembre de 2018)

Continuar leyendo >>

Carta Pastoral ‘Vivamos con intensidad el Adviento’

(Publicado el viernes, 7 de diciembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

De la mano de la Virgen Inmaculada hemos comenzado el nuevo año en la Liturgia de la Iglesia y, simultáneamente, el tiempo santo de Adviento. En él nos preparamos para recordar la venida del Señor en carne hace veinte siglos y su nacimiento en la cueva de Belén. Pero la celebración del nacimiento del Señor es algo más que un recuerdo, un aniversario o un cumpleaños. Es un acontecimiento actual, porque la liturgia místicamente lo actualiza cada año y porque toca y compromete profundamente nuestra existencia: el Señor que vino al mundo en la primera Navidad y que volverá glorioso al final de los tiempos, quiere venir ahora a nuestros corazones y a nuestras vidas.

Del mismo modo que el pueblo de Israel se preparó para la venida del Mesías, que era esperado como el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a nuestros primeros padres, renovada a los patriarcas y reiterada una y mil veces por la palabra de los profetas, así también hoy el nuevo pueblo de Dios, los cristianos, nos preparamos intensamente para celebrar el recuerdo actualizado de aquel gran acontecimiento, que significó el comienzo de nuestra salvación. Sólo si disponemos nuestro corazón para acoger al Señor, como lo hicieron María y José, los pastores y los magos, el Adviento y la Navidad será para nosotros un hito de gracia y salvación.

A lo largo de las cuatro semanas de Adviento escucharemos en la liturgia a los profetas que anunciaron la llegada del Mesías esperado. Isaías, Zacarías, Sofonías y Juan el Bautista nos invitarán a prepararnos para recibir a Jesús, a allanar y limpiar los caminos de nuestra alma, es decir, a la conversión y al cambio interior, para acoger con un corazón limpio al Señor que nace, que debe nacer o renacer con mayor intensidad en nuestras vidas.

Adviento significa advenimiento y llegada; significa también encuentro de Dios con el hombre. En estos días, el Señor, que vino hace 2000 años, se va a hacer el encontradizo con nosotros. Para propiciar nuestro encuentro con Él, yo os propongo algunos caminos: en primer lugar, el camino del desierto, la soledad y el silencio interior, tan necesarios en el mundo de ruidos y prisas en que estamos inmersos, que tantas veces propicia actitudes de inconsciencia, alienación y atolondramiento. Necesitamos en estos días cultivar la interioridad; necesitamos entrar con sinceridad y sin miedo en el hondón de nuestra alma para conocernos y tomar conciencia de las miserias, infidelidades y pecados que llenan nuestro corazón e impiden que Jesucristo sea verdaderamente el Señor de nuestras vidas. Qué bueno sería iniciar o concluir el Adviento con una buena confesión, que nos reconcilie con el Señor y con la Iglesia, permitiéndonos reencontrarnos con Él.

El Adviento es tiempo además de oración intensa, prolongada, humilde y confiada, en la que, como los justos del Antiguo Testamento, repetimos muchas veces Ven, Señor Jesús. La oración tonifica y renueva nuestra vida, nos ayuda a crecer en espíritu de conversión, a romper con aquello que nos esclaviza y que nos impide progresar en nuestra fidelidad. Por ello, es siempre escuela de esperanza. La oración nos ayuda además a abrir las estancias más recónditas de nuestra alma para que el Señor las posea, las ilumine y dé un nuevo sentido a nuestra vida.

Nuestro encuentro con el Señor que viene de nuevo a nosotros en este Adviento no será posible sin la mortificación, el ayuno y la penitencia, que preparan nuestro espíritu y lo hace más dócil y receptivo a la gracia de Dios. Tampoco será posible si no está precedido de un encuentro cálido con nuestros hermanos, con actitudes de perdón, ayuda, desprendimiento, servicio y amor, pues no podemos decir que acogemos al Señor que viene de nuevo a nosotros, si no renovamos nuestra fraternidad, si no le acogemos en los hermanos, especialmente en los más pobres y necesitados.

El Adviento es uno de los tiempos especialmente fuertes del año litúrgico. Por ello, hemos de vivirlo con intensidad y con esperanza, la virtud propia del Adviento, la esperanza en el Dios que viene a salvarnos, que viene a dar respuesta a nuestras perplejidades y sinsentidos, a poner bálsamo en nuestras heridas, a devolvernos la libertad y a alentarnos con la promesa de la salvación definitiva, de una vida eterna, feliz y dichosa.

Acabamos de celebrar la solemnidad de la Inmaculada Concepción. La Santísima Virgen es el mejor modelo del Adviento. Ella acogió a su Hijo, primero en su corazón y después en sus entrañas. Ella, como dice la liturgia, esperó al Señor con inefable amor de Madre y preparó como nadie su corazón para recibirlo. Que ella sea nuestra compañera y guía en nuestro camino de Adviento. Que Ella nos ayude a prepararnos para recibir al Señor y para que el encuentro con Él transforme nuestras vidas y nos impulse a testimoniarlo y anunciarlo.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Continuar leyendo >>

Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia, ataviada para el Tiempo de Adviento y la Solemnidad de su Inmaculada Concepción

(Publicado el sábado, 1 de diciembre de 2018)




Fotografías: N. H. A. D. Juan Escamilla Martín.
Continuar leyendo >>

‘La más hermosa tradición sevillana’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 30 de noviembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

El próximo sábado celebraremos la solemnidad de la Inmaculada Concepción, verdad definida como dogma de fe por el Beato Pío IX el 8 de diciembre de 1854, al proclamar que la Santísima Virgen, “fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción”.

La Concepción Inmaculada de María es una de las obras maestras de la Santísima Trinidad. En la plenitud de los tiempos, Dios Padre prepara una madre para su Hijo, que se va a encarnar para nuestra salvación por obra del Espíritu Santo. Y piensa en una mujer que no tenga parte con el pecado, no contaminada por la mancha original, limpia y santa.

La Concepción Inmaculada de María es consecuencia de su maternidad divina. Es además el primer fruto de la muerte redentora de Cristo al aplicársele anticipadamente los méritos de su inmolación pascual. En María aparece de forma esplendorosa la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.

El sentido de la fe del pueblo cristiano, ya en los primeros siglos de la Iglesia, percibe a la Santísima Virgen como “la Purísima”, “la sin pecado”, convicción que se traslada a la liturgia y a las enseñanzas de los Santos Padres y teólogos. En el camino hacia la definición, pocas naciones han contraído tantos méritos como España. La conciencia de que María fue concebida sin pecado original aflora especialmente en Andalucía en la época barroca, en las obras de nuestros poetas, pintores y escultores y, sobre todo, en la devoción de nuestro pueblo.

Sevilla, que venía celebrando la fiesta de la Inmaculada desde 1369, no queda a la zaga en la defensa del privilegio concepcionista. El fervor por “la pura y limpia” crece incesantemente a partir del Renacimiento. En su honor se erigen cofradías, se celebran fiestas religiosas y salen a la luz numerosas publicaciones. Pero será en septiembre de 1613 cuando se produzca lo que el profesor Domínguez Ortiz califico como el estallido inmaculista. El detonante fue un sermón predicado por el P. Diego de Molina, prior del convento de Regina Angelorum en la fiesta de la natividad de María, en el que manifestó alguna duda sobre la concepción sin mancha de la Santísima Virgen apoyándose en Santo Tomás.

La reacción no se hizo esperar. El pueblo sencillo, que desde antiguo veneraba la purísima Concepción de la Santísima Virgen, mostró con vehemencia su oposición. Las órdenes religiosas más proclives al dogma de la Purísima, especialmente franciscanos y jesuitas, con el apoyo del arzobispo don Pedro de Castro y Quiñones, alentaron manifestaciones populares, desagravios, concursos de poesía, novenas, funciones solemnes, procesiones, rondas nocturnas cantando coplas alusivas, ediciones de pasquines y hojas volanderas en las que podían leerse letrillas de claro gracejo sevillano.

Los cronistas de la época nos dicen que la conmoción popular provocó incluso problemas de orden público. A raíz de estos hechos el Arzobispo, a una con el Cabildo, en julio de 1615 envió a Roma una legación para solicitar la reafirmación de la doctrina inmaculista e, incluso, su definición dogmática.

La respuesta de la Santa Sede tuvo lugar en octubre de 1617 mediante una bula de Paulo V, en la que, sin definir el dogma, reafirmaba la doctrina inmaculista y prohibía a los contrarios exponer sus doctrinas. Ni qué decir tiene que la respuesta de Roma fue recibida en Sevilla con alborozo y entusiasmo. Hubo corridas de toros, iluminación de calles, repique general de campanas y cultos extraordinarios. Mientras tanto, el 23 de septiembre de 1615, la Hermandad del Silencio había sido la primera en incorporar a sus reglas el juramento anual de defender el privilegio inmaculista hasta la efusión de sangre, voto al que se sumaron la práctica totalidad de las Hermandades de la ciudad en el año 1616, y que siguen renovando cada año en sus fiestas de Regla. Un año después, se suma la Universidad hispalense, el Cabildo catedralicio y el Ayuntamiento, imponiéndose la obligación de jurar la defensa de esta doctrina en los actos de toma de posesión de sus cargos.

Si Sevilla ardió en entusiasmo inmaculista tras los sucesos de 1613, con mayor razón exteriorizó su fervor mariano con ocasión de la definición del dogma en la fiesta de la Inmaculada de 1854. En esta ocasión se celebraron solemnísimos cultos y toda suerte de festejos, se encendieron luminarias y repicaron las campanas de la Catedral y de toda la Archidiócesis.
Esta es la historia sumaria de una de las más hermosas tradiciones sevillanas, que todos estamos obligados a mantener y acrecentar, creciendo cada día en amor a la Virgen, imitándola en su pureza de corazón y en su alejamiento del pecado, conociendo e imitando sus virtudes, poniéndola en el centro de nuestro corazón y de nuestra vida cristiana, e invocándola como medianera de todas las gracias necesarias para ser fieles.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz fiesta de la Inmaculada.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Continuar leyendo >>

‘Solidaridad con el sufrimiento de Venezuela, Nicaragua y Honduras’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 23 de noviembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

En los últimos meses no dejan de llegarnos noticias preocupantes y dolorosas sobre los países hermanos de Hispanoamérica. Los medios de comunicación nos dan noticia de la crisis económica de Argentina, de los sufrimientos de Venezuela, que vienen de lejos, de los conflictos sangrientos que vive Nicaragua, víctima de una dictadura implacable, y de la marcha de una legión de hondureños que huyen de su país ante la pobreza y el clima de violencia insoportable. Estoy convencido de que el sentimiento de solidaridad con estos países hermanos es compartido por todos los sevillanos. Nos unen el idioma, la cultura y la fe en Jesucristo.

Pero no sólo nos llegan noticias casi siempre desgarradoras. Están llegando también a los barrios de nuestras ciudades y pueblos muchos hermanos latinoamericanos buscando la paz, la esperanza y un futuro mejor que no encuentran en sus lugares de origen. Los hermanos de Venezuela llevan tiempo emigrando a nuestro país, a Sevilla y a sus pueblos. Son en muchas ocasiones personas de gran valía y alta cualificación profesional. Últimamente vienen a nosotros también hermanos de la querida República de Nicaragua. En ambos países se están viviendo situaciones de represión y de conculcación sistemática de los derechos humanos, cuando no de violencia extrema, que hacen temer un enfrentamiento civil. Por ello, son muchos los venezolanos y nicaragüenses que vienen a España en demanda de asilo y de refugio. Es seguro que todos nosotros nos hemos conmovido contemplando en los medios el triste e infructuoso peregrinar de millares de hondureños que han salido de su patria huyendo del hambre y de una violencia generalizada.

Como en los tiempos de San Óscar Romero, la iglesia latinoamericana está dando un testimonio emocionante de fidelidad al Evangelio defendiendo la vida, la justicia y la libertad de su pueblo. Eso le está costando ser perseguida de diversas maneras: sacerdotes maltratados y templos y sagrarios profanados. Hasta el Nuncio de Su Santidad y varios obispos están siendo amenazados y acosados por su clara defensa de la vida y la dignidad de los campesinos, los estudiantes y las familias de su pueblo. También las iglesias de los países vecinos están siendo ejemplo de solidaridad y de acogida, sobre todo con los venezolanos, viviendo aquello a lo que nos exhorta el Señor en el evangelio: “Tuve hambre y me distéis de comer, fui peregrino y me acogisteis” (Mt 25,35).

Un número significativo de venezolanos y nicaragüenses llegan a España arropados por amigos y familiares que llevan ya tiempo entre nosotros. Normalmente, la primera institución a la que acuden buscando consuelo y ayuda es la Iglesia. Silenciosamente entran en nuestros templos y, con gran piedad, rezan al Señor y a la Santísima Virgen con lágrimas en los ojos. Silenciosamente salen de nuestras iglesias con el corazón dolorido y a la vez consolado y esperanzado. También llegan a nuestras Cáritas parroquiales solicitando ayuda. A los párrocos, a los directores y voluntarios de las Cáritas parroquiales y a los responsables de las bolsas de Caridad de nuestras Hermandades les pido que acojan con especial solicitud a los hermanos que, recién llegados de estos países, necesitan nuestra escucha, nuestra comprensión y nuestra ayuda. Personalmente he pedido al Director de Cáritas diocesana que busque la forma más eficaz de hacerles llegar nuestra ayuda. He encargado también al Delegado de Migraciones que muestre la cercanía y la solicitud de la Iglesia con estos hermanos.

Mucho me duelen los comentarios xenófobos y racistas que circulan por las redes sociales, sobre todo cuando son de personas cercanas a la Iglesia. Se difunden datos falsos y rumores infundados que hieren a los inmigrantes y hacen daño a nuestras propias comunidades. Hemos de acallar esos rumores. Los inmigrantes no son causantes de los problemas sociales que tienen nuestros barrios o nuestros pueblos. Son ellos los que sufren muchas veces situaciones de explotación e injusticia. Ellos, por el contrario, con su ilusión, su ternura, su amor a la vida y su fidelidad a sus culturas y tradiciones, están enriqueciéndonos a todos. Por otra parte, ellos rejuvenecen nuestras comunidades parroquiales y nos evangelizan con su fe sencilla y fervorosa, como he comprobado con gozo en mis visitas a las parroquias.

Antes de concluir, envío un abrazo fraterno a mis hermanos en el episcopado de Venezuela, Nicaragua y Honduras, en unos momentos en los que ellos y su pueblo están viviendo situaciones difíciles y dolorosas. En esta hora es preciso recordar las palabras del Evangelio: “Dichosos vosotros cuando os injurien y os persigan y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía. Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt 5,11-12). Que la Santísima Virgen, patrimonio común de España e Hispanoamérica, cuide, bendiga y proteja a estos pueblos hermanos y a sus pastores.

Para todos, y muy especialmente para nuestros hermanos de Venezuela, Nicaragua y Honduras, mi abrazo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Continuar leyendo >>

Boletín informativo de noviembre de 2018

(Publicado el lunes, 19 de noviembre de 2018)

Continuar leyendo >>

‘II Jornada Mundial de los Pobres’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 16 de noviembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

El 13 de junio del año pasado, el papa Francisco hacía público un mensaje titulado “No amemos de palabra sino con obras”. Con él instituía la “Jornada mundial de los pobres” que, en su segunda edición, celebramos en este domingo.

En aquel documento nos decía el Papa que el amor a los pobres es “un imperativo que ningún cristiano puede ignorar”, pues “el amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de los pobres”. Añadía el papa Francisco que el amor a los pobres no se concreta en las palabras vacías ni en las emociones momentáneas ante una desgracia o una catástrofe, sino en “una respuesta de amor” a la entrega de Jesús por nosotros que, con la gracia de Cristo, se transforma en misericordia efectiva con nuestros hermanos más necesitados, traducida en obras concretas.

Así lo vivieron las primeras generaciones cristianas, haciendo suyas las enseñanzas de Jesús (cf. Mt 5, 3; Hch 2, 45; St 2, 5- 6, 14-17). Pero no siempre ha sido así. En ocasiones nos hemos olvidado de los pobres, a pesar de que el Espíritu Santo siempre nos ha recordado este mandato capital del Evangelio, a través de quienes, como los santos, han dedicado su vida al servicio de los últimos.

El Papa nos precavía del peligro de pensar que cumplimos el mandamiento del amor con ayudas esporádicas o con voluntariados puntuales, que tranquilizan nuestra conciencia, pero que no nos llevan a un verdadero encuentro con los pobres y a un compartir fraterno que se convierta en un estilo de vida. Esto sólo es posible desde la oración auténtica y desde la conversión continua, que nos estimulan a vivir la caridad y el gozo cuando tocamos con las manos “la carne de Cristo” en sus pobres.

A continuación, el Santo Padre nos decía que, si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres. Así lo pedía en la vigilia de Pentecostés de 2013 a los movimientos eclesiales: «Y cuando des la limosna, ¿tocas la mano de aquel a quien le das la limosna, o le echas la moneda?». A continuación, el Papa nos invitaba a todos a ver y tocar en los pobres y enfermos la carne de Cristo, tomando sobre nosotros el dolor de los pobres. Esta recomendación es una constante en la historia de la caridad cristiana: ver en los pobres y en los enfermos el rostro doliente del Señor. Nuestro Miguel Mañara pedía a sus hermanos de la Santa Caridad que sirvieran a los enfermos desde la cercanía y la inmediatez corporal, lavando, besando, y curando sus llagas. La razón es la identificación misteriosa del Señor con los pobres y enfermos: “debajo de aquellos trapos –escribe Mañara- está Cristo pobre, su Dios y Señor”.

Otro tanto predicaba a sus fieles san Juan Crisóstomo: “Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez”. Esto quiere decir que estamos llamados a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de su soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades.

La realidad de la pobreza en nuestro mundo compromete nuestra vida, con frecuencia demasiado cómoda. No nos quedemos paralizados o resignados, como si la pobreza en el mundo fuera un mal fatal contra el que no podemos luchar. Impliquémonos con generosidad sin poner condiciones.

La Jornada Mundial de los Pobres espolea nuestra conciencia un tanto adormecida y quiere ser un fuerte llamamiento a nuestra conciencia creyente, pues los pobres nos permiten entender el Evangelio en su verdad más profunda. Sería bueno que en la semana previa a esta Jornada se organicen encuentros de solidaridad y ayuda concreta; que, como signo de la realeza de Cristo, se invite a los pobres y a los voluntarios a participar conjuntamente en la Eucaristía que celebraremos el domingo siguiente, en el que recordaremos que la iglesia debe ser en el mundo “el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

Una vez más recuerdo que Sevilla capital tiene el triste privilegio de poseer tres de los cinco barrios más pobres de España y cinco de los quince barrios más pobres de la Europa. A la Vicaría para la Nueva Evangelización, a Cáritas Diocesana y a las Delegaciones Diocesanas más directamente concernidas, encomiendo la programación de esta Jornada.

Para todos, y muy especialmente para los pobres y quienes viven más cerca de ellos ayudándoles y sirviéndoles, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan Jose Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

Continuar leyendo >>

Vigilia Mensual de Adoración a Jesús Sacramentado

(Publicado el martes, 13 de noviembre de 2018)

Continuar leyendo >>

‘Día de la Iglesia Diocesana’, carta pastoral de monseñor Juan José Asenjo (11-11-2018)

(Publicado el jueves, 8 de noviembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

El próximo día 11 de noviembre celebraremos el Día de la Iglesia Diocesana con el lema “Vivimos y celebramos la fe en comunidad, porque somos una gran familia contigo”. Aprovecho esta circunstancia para reflexionar con vosotros sobre el ser más íntimo de la Iglesía.

La Iglesia es como la prolongación de la Encarnación, la Encarnación continuada, el sacramento de Jesucristo, su prolongación en el tiempo. es la escalera de nuestra ascensión hacia Dios. La Iglesia es Cristo que sigue entre nosotros predicando, enseñando, acogiendo, perdonando los pecados, salvando y santificando, hasta el punto de que, si el mundo perdiera a la Iglesia, perdería la Redención.

La Iglesia no es el intermediario engorroso del que uno trata de desembarazarse por inútil y molesto. Al contrario, es el ámbito necesario y natural de nuestro encuentro con Jesús y la escalera de nuestra ascensión hacia Dios, en frase muy gráfica de san Ireneo de Lyon. Sin ella, antes o después, todos acabaríamos abrazándonos con el vacío, o terminaríamos entregándonos a dioses falsos. Ella es el regazo materno que nos ha engendrado y que nos permite experimentar con gozo renovado cada día la paternidad de Dios.

Al sentirla como madre, hemos de sentirla también como espacio de fraternidad. Junto con sus otros hijos, nuestros hermanos, hemos de percibirla como nuestra familia, el hogar cálido que nos acoge y acompaña, como la mesa en la que restauramos las fuerzas desgastadas y el manantial de agua purísima que nos renueva y purifica. Su Magisterio no es un yugo o una carga insoportable que esclaviza y humilla nuestra libertad, sino un don, una gracia impagable, un servicio magnífico que nos asegura la pureza original y el marchamo apostólico de su doctrina.

Hemos de vivir nuestra pertenencia a la Iglesia con alegría y con inmensa gratitud al Señor que permitió que naciéramos en el seno de una familia cristiana, que en los primeros días de nuestra vida pidió a la Iglesia para nosotros la gracia del bautismo. Si no fuera por ella, estaríamos condenados a profesar la fe en solitario, a la intemperie y sin resguardo. Gracias a ella, nos alienta y acompaña una auténtica comunidad de hermanos.

Hemos de vivir también nuestra pertenencia a la Iglesia con orgullo, con la conciencia de ser miembros de una buena familia, una familia magnífica, una familia de calidad, pues si es verdad que en ella hay sombras y arrugas por los pecados de sus miembros, es también cierto que la luz, ayer y también hoy, es más intensa que las sombras, y que la santidad, la generosidad y el heroísmo de muchos hermanos y hermanas nuestros es más fuerte que nuestro pecado y nuestra mediocridad.

Hemos de vivir además nuestra pertenencia a la Iglesia con responsabilidad, de manera que nuestra vida sea una invitación tácita a penetrar en ella, conocerla, vivirla y sentarse a su mesa. Hemos de procurar, por fin, que lo que la Iglesia es para nosotros, lo sea también a través de nosotros, es decir, regazo materno y cálido hogar, puente, escalera, lugar de encuentro, mesa fraterna, manantial y, sobre todo, anuncio incansable del Señor a nuestros hermanos, con la conciencia de que éste es el mejor servicio que podemos prestarles.

En las vísperas del Día de la Iglesia Diocesana, invito a todos a crecer en amor a nuestra Archidiócesis, a rezar por ella y a colaborar con ella en el cumplimiento de su mision. Mantener las instituciones eclesiales exige medios económicos cuantiosos, para retribuir modestamente a los sacerdotes, garantizar el funcionamiento de los Seminarios y demás servicios diocesanos, servir a los pobres, construir nuevos templos y restaurar y conservar nuestro ingente patrimonio artístico y cultural. Por ello, una de las finalidades de esta jornada es solicitar la ayuda generosa de los fieles.

Una forma de ayudar a la Iglesia es a través de la declaración de la renta, cada año al final de la primavera, asignando el 0,7 % de nuestros impuestos a favor de la Iglesia católica. Otras formas loables son las donaciones directas, en forma de cuotas, suscripciones, donativos, legados o testamentos y siendo generosos en la colecta de este domingo, que tiene como destino la Archidiócesis.

Pido a los sacerdotes y religiosos que en esta jornada procuren explicar con sencillez a los fieles la naturaleza de la Iglesia particular, la misión del obispo y de los sacerdotes, la importantísima misión de los Seminarios y el peculiar servicio salvífico y sobrenatural que la Diócesis presta a los fieles. Les ruego además que expliquen el lema de la jornada y hagan con esmero la colecta.

Pidamos al Señor que esta jornada contribuya a fortalecer nuestra conciencia de familia, a amar con sentimientos de gratitud filial a nuestra Archidiócesis, a crecer en actitudes de colaboración con ella, a asumir y aplicar el Plan Pastoral, y a valorar y sentir como algo muy nuestro todo lo diocesano.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla

Continuar leyendo >>

‘La esencia del Cristianismo’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 2 de noviembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

Pocas religiones son tan complejas como la religión judía en su normativa moral y en sus prescripciones rituales. Según los especialistas, las normas que imponia el Pentateuco eran  697. Abarcaban todos los ámbitos de la vida, el culto, la vida de familia: la vida política y económica, las profesiones, los alimentos, la comida, la higiene personal, etc. Todas estas prescripciones eran vividas por los judíos observantes y temerosos de Dios. Hoy las observan, sobre todo, los judíos ortodoxos, conocidos como Hassidim. Representan un 10% en Israel y son identificables por sus vestimentas peculiares y los tirabuzones que nacen de sus sienes.

Precisamente porque el número de prescripciones era exagerado, ya desde el principio de la historia de Israel, se busca reducir tal cantidad de preceptos a un número mínimo. El libro del Deuteronomio, como escucharemos en la primera lectura de este domingo, los reduce a uno solo: “Escucha Isael, el Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos  y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado”. Es el célebre Shemá Israel, que los judíos deben recordar dos veces al día. Cuando van a la sinagoga atan estos versiculos del Deuteronomio en las muñecas y en la frente. Los sitúan también en unas tablillas en las jambas de la puerta de la casa, y las tocan y las besan con devoción al entrar y salir. Otro recordatorio de la soberanía de Dios sobre nosotros es la kipá o solideo que los judíos varones llevan en la cabeza para recordarse que Dios se encuentra por encima de ellos, por lo que tienen que comportarse de acuerdo con la ley divina.

La Palabra de Dios de este domingo nos habla de la soberanía de Dios.  Para muchos contemporáneos nuestros, la adoración del Dios vivo y verdadero que se nos ha manifestado en Jesucristo, es una actitud difícil e, incluso, insoportable. A poco que observemos la realidad que nos circunda, concluiremos que el mundo actual es un mundo autosuficiente y orgulloso de sus avances técnicos, un mundo que ha alumbrado una antropología sin Dios y sin Cristo, considerando al hombre como el centro y medida de todas las cosas, entronizándolo falsamente en el lugar de Dios y olvidando que no es el hombre el que crea a Dios, sino Dios quien crea al hombre. Para una parte de la cultura moderna, la adoración y sumisión a Dios entraña una alienación intolerable. Por ello, la cultura occidental, ensimismada y cerrada a la trascendencia, ha renunciado a la adoración y reconocimiento de la soberanía de Dios y, como consecuencia, ha perdido el sentido del pecado y de los valores permanentes y fundantes.

En este domingo todos estamos llamados a aceptar con gozo la soberanía de Cristo sobre nosotros y nuestras familias, entronizándolo de verdad en nuestro corazón, como Señor y dueño de nuestros afectos, de nuestros anhelos y proyectos, de nuestro tiempo, nuestros planes y nuestra vida entera. Que hagamos verdad hoy y siempre aquello que cantamos en el Gloria: “…porque sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo Jesucristo”.

Pero el Evangelio de este domingo nos descubre también la novedad del mensaje Cristiano. Un rabino al que preocupa la multiplicidad de preceptos del judaísmo y que querría verlos reducidos a lo esencial, pregunta a Jesús: ¿Cuál es el mandamiento principal y primero de la Ley?  El Señor le responde diciendo que son dos los preceptos principales de la nueva ley. Recordando el texto del Deuteronomio,  amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, añade Jesús que siendo éste el primero, el segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como  a ti mismo.

Aquí está la novedad del mensaje cristiano: frente a un amor restrictivo, vigente en Israel, reducido a los de la propia raza; en una sociedad en la que estaba vigente el ojo por ojo y diente por diente, Jesús predica un amor universal, incluso a los enemigos, a los que no piensan o no votan como yo, son de distinta religión, de distintas culturas o costumbres. Cualquier hombre o mujer por ser imagen de Dios, tiene una dignidad inmensa, es hijo de Dios, redimido por la sangre preciosa de Cristo, y en consecuencia es hermano mío. Jesús ha querido identificarse misteriosamente con nuestros hermanos. Por ello, el menosprecio, la explotación y la injusticia contra un semejante, es un menosprecio y un delito cuyo destinatario es el Señor. Otro tanto debemos decir de las ayudas o servicios que prestamos a nuestros hermanos. Esta es la mejor prueba de nuestro amor a Dios, pues como nos dice san Juan, si alguno dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso.

 Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Continuar leyendo >>

A la venta los décimos del Sorteo Extraordinario de Navidad de la Lotería Nacional

(Publicado el martes, 30 de octubre de 2018)

Como siempre, cada décimo se venderá a 23 €, de los cuales 3 € serán en concepto de colaboración con nuestra Sección Adoradora Nocturna.

Con este donativo podemos llevar a cabo muchos de los actos que organizamos durante el año, entre otros fines, porque, con cada pequeña aportación, logramos hacer mucho.

Y además, siempre está la ilusionante posibilidad de que nos sonría la suerte y el número salga premiado, como ha sucedido en alguna ocasión.
Continuar leyendo >>

Boletín informativo de octubre de 2018

Continuar leyendo >>

‘La violencia contra las mujeres, una lacra que no cesa’, Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 26 de octubre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

El dramático crecimiento de los actos de violencia doméstica que se viene registrando en los últimos años en España, pone de manifiesto la urgencia de responder a la llamada que nos hiciera el Papa Juan Pablo II, con ocasión de la IV Conferencia Mundial sobre la mujer, celebrada en Pekín en 1995: “A las puertas del tercer milenio no podemos permanecer impasibles y resignados ante este fenómeno. Es hora de condenar con determinación, empleando los medios legislativos apropiados de defensa, las formas de violencia que con frecuencia tienen por objeto a las mujeres”.

Como ha señalado repetidas veces el Papa Francisco, quien contempla los sufrimientos de nuestro mundo con los ojos del Evangelio no puede permanecer ajeno ante el incremento de la violencia que se registra en el ámbito familiar, que afecta a los mayores y a los no nacidos, pero que se centra sobre todo en las mujeres maltratadas. En este último caso, la violencia se ejerce como medio de control de la mujer, sea esposa o pareja de hecho, a través del miedo y la intimidación, e incluye el abuso emocional y psicológico, los golpes y el ataque sexual, llegándose, tal como nos muestran las crónicas de sucesos de los medios de comunicación, a terribles homicidios que culminan en muchos casos con el suicidio o autolesión del propio agresor.

Los estudios que se han realizado sobre este problema demuestran que la violencia doméstica se produce en familias de todos los niveles económicos y de educación, y que tiene difícil pronóstico, ya que la violencia se ejerce normalmente en la privacidad de los hogares, donde muchas veces queda envuelta en el silencio.

Por lo que se refiere a las causas de este grave fenómeno, los especialistas sostienen que un pequeño porcentaje de los casos se debe a un desorden psicofísico. En muchos casos intervienen otros factores, como son el alcoholismo, la drogadicción o una situación laboral precaria. Los hombres que maltratan a sus mujeres son normalmente extremadamente celosos y posesivos, y lo más preocupante es que muchos de ellos han crecido en hogares en los que ya se ejercía la violencia. Los terapeutas familiares señalan, en efecto, que la violencia familiar es una conducta aprendida, que se transmite de generación en generación.

En muchos casos los hombres que maltratan a sus mujeres se sienten justificados para actuar de esta forma como consecuencia de una determinada cultura que propugna la superioridad del varón sobre la mujer. Entonces recurren  a la violencia como un modo de dar cauce a sus tensiones, frustraciones y problemas de todo tipo, en una sociedad saturada de violencia en el cine y en la televisión.

Frente a esta mentalidad, debemos recordar que el hombre y la mujer son seres humanos con la misma dignidad, y que ambos fueron creados a imagen de Dios. El modo de actuar de Jesús en sus encuentros con mujeres marginadas en la sociedad judía de entonces, como es el caso de la hemorroisa (Mc 5,25-34) o la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8,1-11), también nos impulsa a estar cerca de las mujeres maltratadas, para las que se deben reivindicar medidas legales de protección.

Pero el endurecimiento de estas medidas no es suficiente para salvaguardar la dignidad de la mujer. Por ello, hay que hacer un esfuerzo, tan grande como sea posible, para erradicar las verdaderas causas que propician el actual incremento de los casos de violencia doméstica, que son en realidad factores de tipo cultural o ideológico. En este sentido, convendría no perder de vista la relación que establece el Directorio de la pastoral familiar de la Iglesia en España entre la violencia contra las mujeres y la revolución sexual, de mediados del siglo XX, y que conforma en gran medida actualmente la relación hombre-mujer (n. 11).

Personalmente estoy convencido de que en la raíz del problema está la desaparición de Dios del horizonte de la vida diaria de tantos hermanos nuestros. Por ello, hemos de intensificar la evangelización y el anuncio de Jesucristo a nuestro pueblo, sin olvidar el anuncio de la moral cristiana y del Evangelio de la Familia, que es manantial de respeto por la dignidad de la mujer, de amor, paz y reconciliación. Es este el mejor camino para luchar contra la marea negra de la violencia contra las mujeres, que si se ejerce dentro del matrimonio, encierra una especial malicia moral, ya que el amor del esposo por la esposa siempre debe ser signo del amor de Jesucristo por su Iglesia. Ello exige, en consecuencia, un amor del todo especial, protección y respeto.

Concluyo mi carta semanal invitando a acoger y ayudar con amor a las mujeres maltratadas desde nuestras parroquias y desde nuestras Cáritas, a acompañar desde nuestros COFs a los matrimonios en dificultades y a ayudar a los novios a prepararse auténticamente para el matrimonio.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla

 

Continuar leyendo >>

Los Reyes Magos de Alcalá de Guadaíra: Adoradores Honoríficos del Santísimo Sacramento

(Publicado el jueves, 25 de octubre de 2018)

Como en años anteriores, la Antigua y Franciscana Sección de Alcalá de Guadaíra de la Venerable Archicofradía Sacramental de Adoración Nocturna Española, celebró un íntimo y entrañable acto en el Monasterio de Santa Clara: Santa Misa y entrega de diplomas de Adoradores Honoríficos a las cristianos que recibieron el inmenso honor de encarnar durante este año 2018 a los Reyes Magos, personajes bíblicos que adoraron a Dios hecho Niño; el mismo al que los adoradores nocturnos adoran hecho Sacramento y Pan Eucarístico.

En efecto, en el transcurso de la Santa Misa, oficiada por el Rvdo. Sr. D. Rafael Calderón García, Arcipreste de la ciudad, se realizó esta entrega de diplomas que los acredita como adoradores de Honor de Jesús Sacramentado al haber encarnado a los personajes evangélicos que fueron los primeros adoradores: dejándolo todo corrieron a adorar al Niño Dios, que, aunque han pasado más de dos mil años, es el mismo que los adoradores actuales adoran en la custodia, bajo la apariencia del Pan, apariencia en la que quiso quedarse entre nosotros hasta la consumación de los tiempos. En esta ocasión los nuevos Hermanos de Honor de la Sección adoradora de esta Archicofradía Sacramental son: D. Juan Miguel Domínguez Cansino, como Rey Melchor (en su nombre recibió el diploma su hijo D. Juan Miguel Domínguez Seda, al encontrarse este de viaje por motivos profesionales); D. Manuel Alba Huéscar, como Rey Gaspar y D. Francisco Quesada González, como Rey Baltasar. En próximas fechas recibirá el correspondiente diploma la señorita Cristina Ortiz Ambrosio, quien ha encarnado a la Estrella de la Ilusión, que no pudo estar presente por razones ineludibles.

Por la profundidad y oportunidad de la homilía del Padre Rafael, que es adorador nocturno del Santísimo Sacramento, reproducimos aquí el texto íntegro de la misma:

Queridos hermanos:

Nos ha tocado vivir en una sociedad, en un tiempo, que no es mejor ni peor que otros: es el que nos ha tocado vivir, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Pero tiene, queridos hermanos, estos tiempos que vivimos una lucha, y muchos de los que nos rodean enarbolan como bandera de esa lucha una palabra que suena con mucha solemnidad y mucha rimbombancia: libertad, luchar por ser libres.

Fijaros, vivimos en un mundo donde siempre que escuchamos a algún político o alguien así, que quiere reflexionar sobre la libertad, profundiza sobre este término, siempre concluyendo que se es más libre que en otros tiempos, porque hay más derechos, más igualdades… Cuando los creyentes escuchamos esta palabra y escuchamos estas reflexiones, ¿qué deberíamos pensar? ¿Qué deberíamos de pensar según Cristo?

Deberíamos pensar que es verdad que vivimos un tiempo en el que se enarbola la bandera de la libertad, pero la gran pregunta es: ¿verdaderamente somos libres? Porque muchas veces, lo que se dice, lo que se expone, queda en una ideología vacía, no tiene profundidad alguna. ¿En verdad somos libres?

Yo creo que somos muy poco libres en los tiempos que nos ha tocado vivir. Somos esclavos de demasiadas cosas. Tenemos gente que está por encima de nosotros que diariamente quiere prohibir cosas, casi siempre con las que no están de acuerdo. Es un tiempo de libertad, pero uno mira la prensa y escucha otros medios de comunicación, y hay gente que solo piensa en prohibir, en dictar leyes que coarten la libertad del que piensa en contrario, el que piensa diferente, el que dice lo que no es, según quien lo diga, políticamente correcto.

Por tanto, libres, lo que se dice libres, debemos decir que por mucho que haya gente que enarbole esas historias, somos poco libres. Quizás hemos cambiado la visión, por decirlo de alguna manera, y hemos pasado de unas épocas donde en cierta forma se conservaba un sentido de adoración a Dios, que me imagino que no sería un sentimiento general, a un tiempo donde se adoran otras cosas, otros sentimientos, otras circunstancias, y nos dicen que adorando esas cosas, somos más libres. Pero, ¿somos más libres? Tengo que decir que yo creo que no. Lo único que tenemos que hacer es reflexionar sobre nuestra vida. ¿Cuántas esclavitudes tenemos que, aunque sean poco llamativas, hacen nuestra vida no liberada?

¿Cuántos hermanos nuestros hay esclavos del dinero, que adoran a ese dios, que según Cristo corrompe el corazón del hombre?

¿Cuántos hermanos nuestros adoran a ese dios ideología, de modo que quitan a Dios para poner unos pensamientos muchas veces muy peregrinos?

¿Cuántos hermanos nuestros adoran a dioses: el dios de la apariencia, el dios de la soberbia? En este tiempo, creerse que se es y se está por encima es algo que se lleva mucho.

¿Cuántos hermanos nuestros adoran al dios de lo material? Ahí entramos todo, desde el móvil, que nos falta un día y nos parece que nos falta la vida, hasta las veinte mil historias que nosotros en nuestra vida vamos haciendo como indispensables.

Nos dicen que somos libres y nos venden que somos libres, y mientras menos creyentes y menos Dios pongamos, más libres. Pero no nos damos cuenta de que no somos libres: nos han propuesto otros dioses para adorar, otros dioses para poner en los altares del mundo. Pero libertad, ninguna. No somos libres ni a la hora de opinar, pues repetimos como papagayos las opiniones de aquellos que salen en televisión, que más que formar nuestras conciencias, lo que hacen es adormecerlas, para que todos igualados, pensemos y digamos lo mismo. Y aquel que se sale de eso es señalado con la letra escarlata de que es como si fuera un extraterrestre.

¿Somos más libres, en definitiva, por no adorar al Dios de Jesucristo, y somos más libres por adorar a dioses que el mundo y que la gente, que no cree, nos propone? Pues rotundamente, en esta noche y siempre, los que somos creyentes debemos decir que no, que no somos más libres por quitar a Dios de nuestras vidas, que no somos más libres por no arrodillarnos ante el único ante el cual deberíamos entregar nuestro corazón, que es aquel que nos ha creado.

No somos más libres, aun diciendo que somos cristianos, por vivir, decir y hacer como si no lo fuéramos. Todo lo contrario, somos más esclavos, tenemos menos libertad. Sobre todo, hermanos, menos libertad en el espíritu y la conciencia. Quizás podamos ir hasta la esquina, pero nuestro corazón puede andar bien poco.

Nosotros, en esta noche, le deberíamos pedir al Señor sentirnos verdaderamente libres. Y no hay mayor libertad para nosotros, que adorar al único Dios y al único Señor, que es Jesucristo. Porque adorar a Jesucristo es poner en medio de todo, el bien del hombre. Adorar a Jesucristo es adorar al que es Amor de los amores. Adorar a Jesucristo es adorar la generosidad, el respeto, el perdón. Adorar a Jesucristo no es simplemente un acto piadoso, sino tener el corazón lleno de esos sentimientos de Cristo, que él nos enseña, para que le imitemos. Decir “amé a Cristo” no es supeditarse a un ser que te hunde, que te hace inferior, sino todo lo contrario: adorar al Señor, adorar a Jesús, es adorar a un ser que nos hace tener más dignidad, más libertad y más felicidad que nada en el mundo puede ofrecer.

Por eso vamos a pedir en esta noche, en esta Eucaristía, pues que de verdad acudamos a Cristo para sentirnos libres, que adoremos a Cristo para sentirnos libres, y que pongamos su palabra en medio de nosotros para sentirnos libres. Que así sea.

Tras la Comunión, D. Juan Jorge García García, Presidente de la Sección adoradora, dedicó unas breves palabras a los Reyes Magos y Estrella, indicando el sentido de la ceremonia, e invitándolos a que, al igual que el día 5 de enero adoraron la Imagen del Niño Jesús, ahora lo hagan ante la Real y Verdadera presencia de Jesucristo en las Sagradas Especies del Pan y del Vino. Finalizó encomendándolos a ellos y a sus familiares a la protección de la Madre de Jesús: la Santísima Virgen María, Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia del Género Humano, cotitular de la Antigua y Franciscana Sección alcalareña.

Tras la Bendición del Sacerdote, se rezó una oración a la Santísima Virgen, cuya Imagen había presidido el acto desde su altar en el lado del Evangelio.

No faltó la tradicional foto de los nuevos adoradores honoríficos con el arcipreste de la ciudad, tras la cual pasaron a firmar en el Libro de Honor de la Archicofradía Sacramental, dejando unas bellas y sentidas palabras que leyeron en presencia de miembros del Consejo Directivo de la Sección Adoradora y las Hermanas Clarisas, que son también adoradoras de dicha Sección, de la que es presidente honorario el Emmo. y Rvdmo. Sr. Fray Carlos Amigo Vallejo, Cardenal Arzobispo Emérito de Sevilla.












Redacción y fotografías: N. H. A. D. Francisco Burgos Becerra.
Continuar leyendo >>

‘El DOMUND de los jóvenes’, cara pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 19 de octubre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

Un año más el DOMUND llama a nuestras puertas. El espléndido mensaje que el papa Francisco ha escrito con motivo de esta Jornada, y que quiero glosar en esta carta, está dirigido a todos, pero particularmente a los jóvenes, que son los protagonistas del Sínodo de los Obispos, que se está celebrando en Roma. Ya al comienzo del mensaje nos dice el Santo Padre que a todos los cristianos se nos ha confiado la misión de anunciar a Jesucristo a nuestro mundo. Añade citando a san Juan Pablo II que la misión refuerza la fe (Redemptoris misio, 2).

El próximo Sínodo ayudará a la Iglesia a comprender mejor lo que el Señor quiere decir a los jóvenes y a las comunidades cristianas. Cada hombre y mujer es una misión, y esta es la razón de nuestra existencia. Cita el Papa una frase de su exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 273: Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Afirma después que la Iglesia quiere mostrar a los jóvenes el camino, la verdad y el auténtico sentido de la nuestra vida, que sólo nos brinda Jesucristo. Invita después a los jóvenes a no tener miedo encontrarse con Cristo y con su Iglesia. Apelando a su propia experiencia de joven y de adulto afirma que en el Señor y en su Iglesia se encuentra el tesoro que llena de alegría la vida. Gracias a la fe –nos confiesa- he encontrado el fundamento de mis anhelos y la fuerza para realizarlos.

Por amor a Jesucristo y su Evangelio, incontables hombres y mujeres, y muchos jóvenes, se han entregado, a veces hasta el martirio, al servicio de los hermanos. De la cruz de Jesús aprendieron la lógica divina del ofrecimiento de sí mismos (cf. 1 Co 1,17-25). Inflamados por el amor de Cristo respondieron con su vida a la pregunta ¿Qué haría Cristo en mi lugar?, y se entregaron a la misión de llevar a todos el Evangelio. Lo hicieron por el “contagio” del amor, por la atracción y el testimonio, que acerca a los alejados, y con la alegría y el entusiasmo de quienes han descubierto el sentido y la plenitud de su vida.

Quienes se encuentran lejos del Evangelio y de la Iglesia forman las periferias, “los confines de la tierra”, allí donde Jesús envía a sus discípulos misioneros con la certeza de tener siempre con ellos a su Señor (cf. Mt 28,20; Hch 1,8). Esto es precisamente la missio ad gentes. La periferia más cierta de la humanidad necesitada de Cristo es la indiferencia hacia la fe o incluso el odio contra el cristianismo o lo religioso. Allí quiere enviar el Papa a los jóvenes, que son la esperanza de la misión.

El papa Francisco da las gracias a todas las realidades eclesiales que permiten a los jóvenes encontrarse con Cristo vivo en su Iglesia, las parroquias, asociaciones, movimientos y comunidades religiosas. Muchos se sienten fascinados por la persona del Señor y su mensaje. Muchos, sensibles ante los males del mundo, se embarcan en diversas formas de militancia y voluntariado. A estos jóvenes les pide el Papa que su encuentro con el Señor les impulse a compartirlo con otros jóvenes o adultos, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra.

Invito a todos los fieles de la Archidiócesis a pedir insistentemente al Señor que mire a los ojos de los jóvenes de nuestra Archidiócesis, chicos y chicas, para que sean valientes y sean muchos los que se decidan a seguirle en el sacerdocio o en la vida consagrada, dedicando su vida al servicio de la Iglesia, al servicio del anuncio del Evangelio y al servicio de sus hermanos. ¿La recompensa? La alegría y la felicidad desbordante que yo he contemplado en los rostros de los misioneros y misioneras sevillanos cuando me visitan con ocasión de sus vacaciones. Puedo asegurar que no he conocido personas más felices en su entrega al Señor, a la evangelización y a sus hermanos, especialmente los más pobres.

Pero la llamada a la misión no es exclusivamente para los jóvenes. Todos, también los adultos, estamos llamados a comprometernos valientemente en el anuncio de Jesucristo en nuestro entorno. España es hoy ya un país de misión. Son muchos los conciudadanos nuestros que han abandonado la fe o la práctica religiosa. Son muchos los ciegos que no han conocido el esplendor de Cristo, y son muchos los cojos que van tambaleándose por la vida y necesitan apoyarse en el Señor. Nosotros se lo podemos mostrar, compartiendo con ellos el tesoro de nuestra fe.

No olvidemos la oración diaria y los sacrificios voluntarios por los misioneros. No olvidemos tampoco la ayuda económica el próximo domingo. Seamos generosos en la colecta.

Que la Santísima Virgen nos ayude a todos, jóvenes y adultos, a ser discípulos misioneros. Para todos y muy especialmente para nuestros misioneros y misioneras diocesanos, mi abrazo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan Jose Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

 

Continuar leyendo >>

‘Santa Nazaria Ignacia’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 12 de octubre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

Muchos de nosotros hemos visitado alguna vez la Casa de Ejercicios Betania, situada junto al Monumento al Sagrado Corazón en San Juan de Aznalfarache. Allí hemos encontrado paz, sosiego y silencio para rezar y repensar junto al Señor los grandes temas de nuestra vida. La casa, propiedad de la archidiócesis, está regida desde hace años por las religiosas Misioneras Cruzadas de la Iglesia, fundadas en 1925 por la Beata Nazaria Ignacia March, que el próximo domingo será canonizada por el papa Francisco en la plaza de San Pedro de Roma. Escribo esta sencilla carta semanal en su homenaje y como signo de mi gratitud y de la Iglesia diocesana de Sevilla a sus religiosas, que tan buen servicio nos prestan en un ámbito tan decisivo como es el crecimiento espiritual de cuantos frecuentan la Casa.

Madre Nazaria Ignacia nació el 10 de enero de 1889 en Madrid en el seno de una familia numerosa y sinceramente cristiana. Como consecuencia de graves dificultades económicas, la familia hubo de emigrar a Méjico. En el mismo barco viajaba un grupo de Hermanitas de los Ancianos Desamparados, fundadas por el venerable Saturnino López Novoa y santa Teresa Jornet. El Señor se sirve de esta circunstancia para que en 1908 Nazaria Ignacia ingrese en la citada Congregación, iniciando enseguida su noviciado en la casa madre de Valencia. Después de su profesión perpetua en 1912, junto con nueve compañeras, es destinada a fundar en Oruro (Bolivia). Durante más de 12 años, formó parte de la comunidad de Hermanitas, sirviendo con abnegación a los ancianos pobres y abandonados, recorriendo pueblos y ciudades postulando limosnas para socorrerlos.

Ya en esa época, ante la tremenda ignorancia religiosa del pueblo, su alejamiento de Dios, la escasez de sacerdotes y la multiplicación de las sectas, el Espíritu Santo le inspira fundar una congregación con una impronta más directamente apostólica. Martillea su mente la frase del Señor, “la mies es mucha y los obreros son pocos” (Lc 10,2). En los Ejercicios Espirituales del año 1920, en la meditación del Reino, ve clara la urgencia de trabajar con todas sus fuerzas por la extensión del Reino de Cristo, intuyendo la necesidad de fundar una nueva familia religiosa que sea como una cruzada apostólica al servicio de la Iglesia.

Con el apoyo de monseñor Abel Antezana, primer obispo de Oruro, de monseñor Sieffert, obispo de la Paz, y del nuncio Apostolico en Bolivia, monseñor Cortesi, el 16 de junio de 1925 Nazaria Ignacia sale de las Hermanitas, para poner los fundamentos de una nueva familia eclesial en una antigua casa de Jesuitas desamortizada. Cuenta con un capital de cuarenta centavos y le acompañan en esta aventura diez jóvenes bolivianas, a las que forma, al mismo tiempo que las inicia en el apostolado en los pueblos limítrofes. El 12 de febrero de 1927, tiene lugar la aprobación diocesana de la congregación, “hija primeriza, tierna, y legítima de la Iglesia boliviana”, como escribió monseñor Antezana. El 8 de junio de 1935, la Santa Sede publica el Decretum Laudis, pasando a ser instituto de derecho pontificio. El día 9 de junio aprueba definitivamente la congregación con el nombre de Misioneras Cruzadas de la Iglesia.

Dos frases de la Beata resumen perfectamente su carisma: “En amar, obedecer y cooperar con la Iglesia en la obra de predicar el Evangelio a toda criatura, está nuestra vida, el ser lo que somos”. “Este es nuestro espíritu: guerrero, fiel, nada de cobardías, todos amores, amor sobre todo a Cristo y en Cristo a todos. Repartirse entre los pobres, animar a los tristes, dar la mano a los caídos; enseñar a los hijos del pueblo, partir el pan con ellos, en fin, dar toda su vida, su ser entero por Cristo, la Iglesia y las almas”. Todo ello se concreta en la atención a niñas abandonadas, visitas a presos, catequesis en las parroquias y en los cuarteles, y un trabajo sin descanso en la promoción de la mujer y la defensa de sus derechos, para lo cual funda en Bolivia el primer “Sindicato de obreras” de América latina. Crea también comedores populares, “Ollas del Pobre” y hogares para los más abandonados de la sociedad.  Como cosa curiosa destaco su preocupación por la unidad de los cristianos, pidiendo a sus religiosas encomendar esta intención en sus plegarias diarias.

Es de destacar la admirable extensión de la congregación ya en vida de Madre Nazaria. Hoy está presente en 17 países de América, Europa y África. Muere en Buenos Aires el 6 de julio de 1943. Sus restos son venerados en la casa madre de Oruro. Fue beatificada por Juan Pablo II en Roma el 27 de septiembre de 1992.

Felicito de corazón a sus hijas. Las encomiendo a su santa Madre, para que sean siempre fieles y el Señor les conceda muchas y generosas vocaciones. Invito a todos los fieles a imitar a la nueva santa, al mismo tiempo que les saludo fraternalmente con mi bendición.

 

+ Juan Jose Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Continuar leyendo >>

‘En honor a la verdad’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla sobre las inmatriculaciones de bienes eclesiásticos

(Publicado el martes, 2 de octubre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

Cualquiera que siga mínimamente la actualidad habrá advertido que en los últimos meses aparecen en los medios de comunicación opiniones a favor y en contra de las inmatriculaciones de bienes eclesiásticos llevadas a cabo en los últimos años por la Iglesia en España en los Registros de la Propiedad. Algunos las califican como fraudulentas. Se refieren sobre todo a la Mezquita-Catedral de Córdoba, a la Catedral de Sevilla, con la Giralda y el Patio de los Naranjos, y a la Catedral de la Seo de Zaragoza. Las dos primeras fueron inmatriculadas respectivamente en los años 2006 y 2010, es decir en los años de mi servicio a Córdoba primero y a Sevilla después. Esta circunstancia me autoriza a pronunciarme con conocimiento de causa sobre estos hechos. Lo hago en honor a la verdad para salvaguardar el buen nombre de la Iglesia.

Puedo asegurar que la Iglesia no ha sustraído nada a nadie, ni se ha apropiado de algo que no fuera nuestro, es decir, del Pueblo de Dios. Hemos inmatriculado en los Registros de la Propiedad los bienes que siempre han sido de la Iglesia, bienes que ella creó, que ha conservado y cuidado con diligencia, y que pone a disposición de todos, creyentes y no creyentes, en primer término, para el culto y la evangelización, su genuina razón de ser, y también para la difusión cultural de nuestro patrimonio. No se inmatricularon antes, porque hasta 1998 estaba prohibida la inscripción en los Registros de la Propiedad de los templos destinados al culto católico. Lo permitió, por razones de seguridad jurídica en dicho año, el gobierno del Partido Popular a través de una modificación del Reglamento Hipotecario, que considerando inconstitucional la señalada prohibición, autorizaba a la Iglesia a registrar sus edificios, incluidos los templos, siguiendo para ello el procedimiento previsto en el artículo 206 de la Ley Hipotecaria y los artículos concordantes de su Reglamento.

Esta posibilidad fue suprimida en el año 2015. Mientras tanto, en las dos legislaturas de gobiernos socialistas (2004-2011), el régimen jurídico de las inmatriculaciones de los inmuebles eclesiásticos permaneció vigente. Al amparo del mismo, la diócesis de Córdoba inmatriculó algunos bienes en los años de mi servicio pastoral a dicha Iglesia particular. Otro tanto ha llevado a cabo la archidiócesis de Sevilla en estos años y en el periodo del cardenal Amigo Vallejo.

Por lo que respecta a la Catedral de Córdoba, a pesar de que desde instancias municipales se asegura que la mezquita–catedral nunca ha sido propiedad de la Iglesia, cuarenta y tres eminentes medievalistas aseveran lo contrario. La documentación archivística de la propia catedral, que está al alcance de los investigadores y que en estos días se ha dado a conocer, no admite lugar a dudas. El obispado de Córdoba y su cabildo tienen títulos jurídicos fehacientes para defender la propiedad de la mezquita-catedral por la Iglesia católica.

Además, poseen títulos históricos incontestables. Las excavaciones arqueológicas dirigidas por el arquitecto Félix Hernández en los años treinta del siglo pasado demostraron la existencia en el subsuelo de la mezquita-catedral de un complejo episcopal que puede datarse entre los siglos IV y VI. Allí se encuentran los restos arqueológicos de la basílica visigótica dedicada a san Vicente Mártir. Sería deseable que prosiguieran las excavaciones. Se descubrirían, sin duda, la domus episcopalis, es decir la casa del obispo y de los clérigos, la escuela clerical y los servicios de caridad del obispo. En el año 2004, descubrimos y expusimos a la contemplación de los visitantes y turistas una parte mínima de la basílica, un pequeño sacellum o habitación donde se reservaba la Eucaristía para los enfermos. Tanto los muros, construidos en el siglo VI, como la solería de mosaico del siglo IV, están plagados de símbolos cristianos. Como curiosidad, quiero decir que en los muros se pueden contemplar ladrillos de autor, es decir firmados en uno de los lados. Junto al característico crismón cristiano se puede percibir la siguiente leyenda: ex oficina Leontii, es decir, del alfar de Leoncio. Todo este complejo fue destruido tras la invasión musulmana del año 711, aprovechando sus materiales para construir parte de la mezquita, cuya estructura arquitectónica básica se ha mantenido posteriormente gracias al cuidado de obispos y cabildos.

La Mezquita de Córdoba fue donada por el rey Fernando III el Santo a la Iglesia tras la rendición de la ciudad el 29 de junio de 1236, siendo purificada y consagrada al día siguiente por el obispo de Osma, Juan Domínguez. Por lo demás, las autoridades civiles, tanto nacionales y autonómicas como municipales, han reconocido múltiples veces en la firma de diversos convenios que obran en la secretaría del cabildo cordobés, que la diócesis y dicho cabildo son los legítimos titulares de la mezquita-catedral, propiedad indiscutible de la Iglesia cordobesa. Un ejemplo paradigmático, aunque no único, es la firma de un convenio para la restauración del coro y del crucero que un servidor suscribió solemnemente en la capilla de Villaviciosa de la catedral cordobesa el 12 de mayo de 2006 con la señora ministra de Cultura, doña Carmen Calvo. En dicho convenio se reconocía que la diócesis de Córdoba y su cabildo son los titulares del edificio.

Por lo que respecta a la Catedral de Sevilla las cosas sucedieron de forma análoga a lo acontecido en Córdoba. San Fernando entregó a la Iglesia hispalense la antigua mezquita, con el alminar y el Patio de los Naranjos, indisolublemente unidos a aquella.  Entre los muchos documentos conservados en el archivo de la catedral, que avalan desde el siglo XIII la donación de la mezquita mayor a la Iglesia de Sevilla, baste mencionar el conocido privilegio de Alfonso X el Sabio de 5 de agosto de 1252 por el que da a la Iglesia hispalense “todas las mezquitas que son en Seuilla, quantas fueron en tiempos de moros, que las aya libres e quitas pora siempre por juro de heredat”. Se exceptúan tres “que son agora sinogas de los judíos”. Más tarde, en el año 1285, el rey Sancho IV cedió al cabildo el derecho de patronazgo real sobre las parroquias de la ciudad de Sevilla y arzobispado, salvo las excepciones de El Salvador y algunos priorazgos. A lo largo de los siglos, la propiedad por parte del arzobispado y su cabildo sobre su catedral no ha sido cuestionada por nadie, hasta el punto de que, en el decreto de desamortización de 1841, en el que se establece que “todas las propiedades del clero secular… son bienes nacionales” (art. 1º), se exceptúan “los edificios de las Iglesias catedrales, parroquiales, anejos o ayuda de parroquia” (art.6º).

Durante más de siglo y medio el arzobispo y el cabildo de Sevilla se sirvieron de la mezquita almohade para el culto cristiano, hasta que el cabildo catedralicio decidió el 8 de julio de 1401 construir un nuevo templo, pues la antigua mezquita almohade se encontraba en precario estado de conservación después del terremoto ocurrido en 1356. Según la tradición oral sevillana la decisión de los canónigos se plasmó en las siguientes palabras: «Hagamos una iglesia tan hermosa y tan grandiosa que los que la vieren labrada nos tengan por locos». Según el acta capitular de aquel día la nueva obra debía ser «una tal y tan buena, que no haya otra su igual». En consecuencia, podemos afirmar sin temor alguno a equivocarnos, que la Magna Hispalensis fue construida por la Iglesia, del mismo modo que es evidente que tanto ella como la singularísima mezquita-catedral cordobesa, están hoy magníficamente conservadas gracias al compromiso constante de obispos y cabildos.

Después de todo lo escrito, manifiesto mi perplejidad por esta deriva incomprensible sobre los bienes inmuebles de la Iglesia, deriva que a mi juicio no se funda en argumentos objetivos de carácter jurídico o histórico, sino en apriorismos y prejuicios. Estoy convencido de que la pretensión de anular las inmatriculaciones para que estos edificios señeros pasen a propiedad pública no tiene recorrido legal. Pido a Dios que la verdad se abra camino y la convivencia respetuosa se afiance entre nosotros.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla

 

Continuar leyendo >>