‘Con Jesús a Belén, ¡Qué buena noticia!’, Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 25 de enero de 2019)

Queridos niños y niñas de nuestra Archidiócesis:

Celebramos en este domingo la Jornada de la Infancia Misionera con el lema “Con Jesús a Belén. ¡Qué buena noticia!”. Es un lema muy alegre por dos motivos: por ir acompañados por el Niño Jesús y por transmitir su buena nueva llena de vida, ilusión y esperanza. Todos los niños y niñas estáis invitados a realizar un recorrido con Jesús, un niño como vosotros, pero también el Hijo de Dios, el primer misionero que viene a hablarnos del amor de Dios Padre, amoroso y bueno con todos sus hijos y con la humanidad entera. Este año le acompañamos desde la anunciación en Nazaret, hasta su nacimiento en la humildad de Belén.

La gran noticia misionera es que Dios se ha hecho pequeño, uno de nosotros, por amor a todos. Belén es el escenario donde estalla, como dice el papa Francisco, “la alegría del Evangelio”, que tiene que alcanzar a toda la tierra a través de nuestro anuncio. Vosotros, queridos niños y niñas, podéis ser participantes activos y destacados en esta gran misión de la Iglesia. Podéis ser incluso ejemplo para vuestros padres y para todos los adultos. Vuestro buen corazón, vuestra simpatía, vuestra alegría y sonrisa son instrumentos de Dios para anunciar la buena nueva de su amor infinito e incondicional.

Acompañar al Niño Jesús supone estar a su lado, confiar en él, dialogar con él a través de la oración, que es una verdadera necesidad en nuestra vida. Acompañar al Niño Jesús supone también compartir su cariño y amistad con otros niños de todo el mundo y hablar de él a otros niños que quizá no han tenido la oportunidad de conocerlo. ¡Cuántos niñas y niños de todo el mundo, y también en España y en Sevilla, necesitan saber del Niño Jesús y de su buena nueva! No sólo saber de Él, sino lo más importante, gozar de su amistad, de su intimidad y de su cariño. El Niño Jesús es vuestro mejor compañero en vuestro crecimiento y maduración. Es quien os ayuda a crecer y os invita a ser como Él, solidarios y entregados a los demás.

¡Qué noticia más hermosa saber que Dios nos quiere a todos! Esa es la buena nueva que vosotros, queridos niños y niñas, estáis invitados a anunciar acompañando al Niño Jesús. Ese amor maravilloso de Dios nos ayuda a todos a ser mejores personas y a ser compasivos y generosos con quienes más lo necesitan. Dios se sirve de nuestro amor, de vuestro amor, queridos niños y niñas, para mostrar al mundo entero que estamos llamados a ser una gran familia de hermanos e hijos de Dios.

La solidaridad con los que más lo necesitan es una forma preciosa de manifestar el amor de Dios y de mostrar cómo nos queremos dentro de la gran familia que conformamos todos los hijos de Dios. Podéis ser unos excelentes misioneros aportando algo de vuestros ahorros a las colectas misioneras. Incluso animando a otros niños a hacerlo. Esto será una prolongación de vuestra participación, durante la reciente Navidad, en la operación SEMBRADORES DE ESTRELLAS, en la que regalabais con una sonrisa en la calle preciosas estrellas de Navidad que anunciaban el mensaje de Jesús. Este bonito gesto seguro que ha provocado sonrisas en la gente, y ha ayudado a tomar conciencia de lo que es el auténtico espíritu navideño. De esta manera, vosotros mismos pasáis a formar parte de la gran familia misionera, generosa y solidaria con los más necesitados. Adultos, jóvenes, niños, todos estamos invitados a ser generosos misioneros. Y juntos, lo haremos mejor.

Acabamos de celebrar las fiestas de la Natividad del Señor, el misterio del nacimiento del Niño Jesús, que tiene una clara tonalidad misionera. En la Nochebuena y santa los ángeles anuncian a los pastores el nacimiento del Señor: «No temáis, porque os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2,10-11). Después de adorar al Niño, inmediatamente los pastores corren presurosos a Belén a anunciar a sus parientes y paisanos esta gran noticia. Eso mismo debéis hacer vosotros con vuestros padres y hermanos, con vuestros amigos, compañeros de estudios y vecinos. Anunciad a todos que Jesús ha nacido, que Jesús vive y que nos ama entrañablemente.

Que la Santísima Virgen nos ayude a todos, niños, jóvenes y adultos, y especialmente a vosotros, a ser generosos y a comprometernos en la misión, acompañando al Niño Jesús a Belén y anunciando su mensaje de amor y esperanza para toda la humanidad.

Para todos vosotros, para vuestros padres y hermanos y para todos los que os han acompañado de una forma o de otra en la bella tarea de colaborar con los misioneros y misioneras, mi abrazo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla

 

 

 

 

 

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‘Fiesta de la Vida Consagrada’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

Queridos hermanos y hermanas consagrados:

El próximo sábado celebraremos la fiesta de la Presentación del Señor, la fiesta de la luz y de los cirios, conocida en el lenguaje de la religiosidad popular como la fiesta de las Candelas. Con la Presentación de Jesús en el templo, María y José cumplen la ley de Moisés y se da cumplimiento también a la profecía de Malaquías: “el Señor entra en el santuario y es ofrecido a Dios como primogénito para ser rescatado después mediante la ofrenda de los pobres”.

Celebramos el encuentro de Dios con su pueblo. Dios se hace el encontradizo con los que esperan la salvación de Israel. Es el caso de Simeón y Ana. Simeón, movido por el Espíritu Santo, va al templo, reconoce en Jesús al Salvador, lo toma en sus brazos, da gracias, bendice a Dios y bendice a María, anunciándole su participación en la Pasión de su Hijo. Ana, que pasa la vida en la oración y el ayuno, da gracias a Dios al reconocer al Mesías esperado y habla de Él a cuantos desean su venida. A estos dos personajes se une María, que va al templo a ofrecer a su Hijo a Dios y a ofrecerse con Él, como intuye Simeón y se cumple singularmente al pie de la Cruz.

Tanto Simeón como Ana descubren al Señor en la debilidad y el desvalimiento de un niño. Y es que el Reino que Jesús inaugura no se funda en la fuerza de los poderosos, sino en la pobreza y la debilidad. Nace de la cruz, escándalo para los judíos y necedad para los griegos. No se asienta en el dinero o el poder, sino que es como el grano de mostaza, la semilla insignificante, la sal, la levadura inaparente o la lámpara que brilla en un lugar oscuro. Simeón, Ana y María nos descubren en esta fiesta cuáles son las disposiciones necesarias para encontrar a Dios y proclamarlo en medio del pueblo: la humildad, la sencillez y la piedad orante.

En la fiesta de la Presentación del Señor al Padre celestial, celebramos la Jornada de la Vida Consagrada. El domingo día 3, a las cinco de la tarde en la Catedral, los religiosos estáis convocados a renovar vuestro ofrecimiento y consagración al Señor y a rememorar vuestro primer encuentro con Jesús, cuando os sentisteis seducidos por Él y os decidisteis a seguirle y entregarle la vida, encuentro que después se selló el día de vuestra profesión religiosa. La Jornada de la Vida Consagrada os invita a todos a robustecer ese encuentro.

¿Por qué caminos? El lugar privilegiado es el santuario. Nos lo ha dicho el profeta Malaquías. En él se reúne la asamblea para renovar el memorial del Señor. Aquí se hace presente para ser adorado, visitado y acompañado. El santuario, la capilla debe ser el centro y el corazón de vuestras comunidades, vuestro verdadero hogar, el horno en el que se cuece el pan de la fraternidad, el manantial de vuestra vida interior, donde nos vamos configurando con Él por el trato y la amistad, lo único que da sentido y esperanza a nuestra vida, lo único que da consistencia y perspectivas de futuro a nuestro apostolado y al servicio a nuestros hermanos.

Pero el santuario del nuevo Pueblo de Dios es también el Cuerpo de Cristo, su santa Iglesia, prolongación de la Encarnación. De ahí la necesidad de crecer en eclesialidad, de amar a la Iglesia y de vivir en comunión con ella, también con la Iglesia particular de Sevilla, a la que servimos participando en sus planes y programas, en sus gozos y esperanzas, en sus tristezas y angustias, pues ella es también, como concreción cercana de la Iglesia universal, mediadora y sacramento de nuestro encuentro con Jesús.

Hay un tercer ámbito de encuentro con el Señor: nuestros hermanos. Dios se hace el encontradizo con nosotros también a través de ellos. El Hijo de Dios se ha encarnado en la persona de cada hombre y de cada mujer, especialmente en los más débiles y pobres, en los parados, en los marginados, en los enfermos, los ancianos que vivían solos y los niños, en los que sufren y nos necesitan. En ellos nos espera el Señor y nosotros hemos de salir a su encuentro movidos por el Espíritu.

Pero no basta con que nosotros nos hayamos encontrado con el Señor. Hemos de ser mediadores, como Simeón y Ana, para que otros muchos hermanos nuestros experimenten el gozo del encuentro.  Todo ello queda bellamente expresado en este día por el lenguaje de los símbolos, la luz, que no es nuestra luz, sino la luz de Cristo y de la Iglesia, luz de las gentes. Que la Santísima Virgen, nos aliente a ser portadores de luz, lámparas vivientes en nuestras obras, en nuestras vidas, en nuestras tareas pastorales y en la vida de nuestras comunidades.

Para todos los consagrados, mi abrazo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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‘En Caná de Galilea creció la fe de sus discípulos en Él’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 18 de enero de 2019)

Queridos hermanos y hermanas:

Concluidas las solemnidades de la Natividad del Señor y su manifestación al mundo, después de haber celebrado el domingo pasado la fiesta del bautismo del Señor, iniciamos en este domingo el Tiempo Ordinario. Comento el Evangelio del día para que os sirva como punto de partida en vuestra reflexión y en vuestra oración a lo largo de esta jornada.

El Evangelio de hoy nos refiere un episodio bien conocido: las bodas de Caná, que nos narra san Juan. Estas bodas tienen lugar en los umbrales de la vida pública del Señor. Después de concluir los cuarenta días de ayuno en el monte de la Cuarentena, inmediatamente después de su bautismo en el Jordán, una vez elegidos sus primeros discípulos, Jesús sube con ellos a Galilea, su tierra. Concretamente a la aldea de Caná, donde se celebraba la boda de unos novios muy vinculados a Jesús, o por los lazos de la sangre o por razones de amistad. A la llegada de Jesús, allí se encontraba la Virgen, que había recorrido los ocho kilómetros que separan Caná de su aldea de Nazareth.

Todos conocemos muy bien la escena que nos narra el evangelista: la imprevisión de los novios o la afluencia de invitados no esperados, hace que el vino empiece a faltar apenas iniciados los festines nupciales. La Virgen, siempre atenta a las necesidades de los demás, seguramente prestaba su ayuda en la atención a los invitados, y se da cuenta de la situación y expone con sencillez a Jesús la necesidad: “No tienen vino”, le dice. Jesús, consciente de que no ha llegado todavía la hora de realizar milagros, se resiste. Pero ante la actitud llena de confianza de la Virgen, que manda a los servidores ponerse a sus órdenes, el Señor pide que llenen seis tinajas con cien litros de agua cada una, que luego convierte en vino de excelente calidad.

María, pues, anticipa la hora de Jesús con su oración sencilla, modelo de toda oración cristiana, puesto que no pide ni exige nada, sino que expone simplemente una necesidad. A mismo tiempo robustece la fe incipiente de los discípulos en la mesianidad y divinidad de Jesús.

Son muchas las enseñanzas que contiene este fragmento del Evangelio, de una gran riqueza teológica y de simbolismo. Me fijo en un aspecto: destaco el significado profundo de los milagros de Jesús. El primero, como todos los que realizará a lo largo de la vida pública, tienen como finalidad inmediata solucionar un problema humano: curar una dolencia o una enfermedad. Pero además son signos o señales. En el Evangelio que acabamos de proclamar, hemos escuchado que “en Caná de Galilea, Jesús realizó su primer signo, manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos”.

Jesús, a través de sus milagros, se muestra como Hijo de Dios, como verdadero Mesías, como Salvador. A través de los milagros interpela, invita a su seguimiento, trata de provocar la adhesión a su persona.

El evangelista nos dice que los primeros discípulos (Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Natanael, Mateo…) creyeron en Él. Por ello, puede ser oportuno que en esta semana, al hilo de estas reflexiones, nos preguntarnos ¿cómo es nuestra fe?, ¿cómo es mi fe en Jesús? ¿Es una fe rutinaria, sociológica, derivada del hecho de haber nacido en un país cristiano, en una cultura cristiana, en el seno de una familia cristiana, pero que no ha sido asumida personalmente porque no tiene repercusiones en la vida de cada día?

¿Cómo es nuestra fe? Puede suceder que estemos tan satisfechos de nuestra vida cristiana porque creemos en todo aquello, verdades, dogmas, que Dios nos ha revelado y la Iglesia nos enseña, sin la más mínima duda. Y esto es importante y necesario. Pero no basta. La fe no solamente es creer en algo, es sobre todo creer en una persona viva, Jesús; en alguien que nos conoce por nuestro propio nombre, que nos ama entrañablemente, que nos oye, que es el único camino, la única verdad, la única posible plenitud.

Todo ello exige un trato constante, frecuente a través de la oración, una auténtica necesidad en nuestra vida, y un mayor compromiso cristiano. En el caso de los Apóstoles, la fe en Jesús, que opera su primer milagro en Caná de Galilea, transforma sus vidas: ya no se separarán de Él y abandonándolo todo, dedicarán sus vidas al servicio del Reino. En nuestro caso, la fe en Jesús debe transformar nuestra existencia, debe traslucirse en todas las circunstancias y situaciones de nuestra vida, en un mayor compromiso en nuestra vida de familia, en nuestras relaciones sociales, en nuestras costumbres, en nuestras diversiones, en nuestro trabajo.

A todos os encomiendo a María, madre e intercesora, garantía de nuestra fidelidad y siempre fuente de paz, de consuelo, de gozo y de esperanza. Ella nos ayudará a amar, a adorar y servir a Jesús.

Contad con mi afecto y bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

 

 

 

 

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Boletín informativo de enero de 2019

(Publicado el jueves, 17 de enero de 2019)

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Vigilia mensual de Adoración a Jesús Sacramentado

(Publicado el domingo, 13 de enero de 2019)

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‘Que todos sean uno para que el mundo crea’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 11 de enero de 2019)

Queridos hermanos y hermanas:

A partir del día 18 de enero, los católicos de todo el mundo y también nuestros hermanos de las demás iglesias y comunidades eclesiales cristianas, celebraremos la Semana de Oraciones por la Unidad, que clausuraremos el día 25, fiesta de la conversión de san Pablo. En estos días volvemos con mayor intensidad sobre el drama de nuestras rupturas y divisiones, algo que está en contradicción con la positiva voluntad de Cristo, que en la víspera de su Pasión, pide al Padre que su Iglesia sea una para que el mundo crea (Jn 17,21).

Los ecumenistas sitúan la fecha emblemática del nacimiento del movimiento ecuménico en el año 1910, coincidiendo con el primer Congreso Mundial de Misiones Protestantes, celebrado en Edimburgo, con el fin de compartir experiencias y ayudarse mutuamente en el campo de la evangelización. En esta asamblea, el Espíritu Santo sorprendió a los reunidos en la voz de un joven indio, que participaba como observador, que quiso hacer patente su dolor y su escándalo ante el cristianismo dividido. Estas fueron sus palabras ya históricas: “Vosotros nos habéis mandado misioneros que nos han dado a conocer a Jesucristo, por lo que os estamos muy agradecidos. Pero al mismo tiempo nos habéis traído vuestras distinciones y divisiones: unos nos predicáis el metodismo, otros el luteranismo, el congregacionismo o el episcopalismo. Os  pedimos que prediquéis a Jesucristo y dejéis que  Él suscite en nuestros pueblos, por la acción de su Espíritu, la Iglesia conforme al genio de nuestra raza, que será la Iglesia de Cristo en Japón, la lglesia de Cristo en China, la Iglesia de Cristo en la India, libre de todos los ismos con que vosotros etiquetáis la predicación del Evangelio entre nosotros”.

El P. Villain, gran ecumenista católico, afirma que estas palabras contundentes causaron una gran conmoción entre los reunidos, pues todos cayeron en la cuenta de que, como afirma san Pablo, las divisiones de los cristianos hacen ineficaz la cruz de Cristo, son un escándalo y un grave obstáculo para el para el anuncio del Evangelio, pues el mundo sólo creerá en nosotros los cristianos en la medida en que nos vea unidos. En aquel momento, afirma el P. Villain, había nacido el Movimiento Ecuménico.

Unos años antes un estudioso de las religiones, el bengalí Mozoamdar (1840-1905), había escrito esta frase verdaderamente interpeladora: “Insistís en que me haga cristiano, pero ¿cuál de las innumerables formas de cristianismo debo aceptar? Seré toda la vida un hombre de Cristo, pero nunca un cristiano”. De entonces a hoy, el progreso del ecumenismo ha sido evidente. A él se ha sumado con entusiasmo la Iglesia Católica, especialmente a raíz del Concilio Vaticano II. Las palabras del Señor, “Padre, que todos sean uno” , están más cerca de hacerse realidad hoy que en 1910. Sin pecar de ingenuidad, hemos de reconocer que ya no es posible la marcha atrás, aunque pueda haber retrocesos, desganas y fracasos puntuales. El camino hacia la plena unidad visible está entremezclado de optimismo y pesimismo, primaveras e inviernos, luces y sombras, siendo éstas el reverso de un movimiento ya imparable.

El futuro del ecumenismo depende, en gran medida, de una firme y sólida espiritualidad ecuménica, que dé eficacia, fecundidad y estabilidad a los esfuerzos que en el terreno doctrinal, en la cooperación común y el testimonio vienen realizando las distintas iglesias y comunidades eclesiales. Sin ella no será posible lograr la restauración de la unidad.

Los cristianos, que navegan hacia el puerto de la plena comunión visible, han de hacerlo convertidos, santos y orantes. Son tres exigencias de la espiritualidad cristiana y, por lo mismo, también, de la espiritualidad ecuménica, porque “la conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos, deben considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico y pueden llamarse con razón ecumenismo espiritual” (UR 8).

La oración precedió, acompaña y deberá acompañar al Movimiento Ecuménico hacia el hogar común, porque la plena unidad es un misterio de tal envergadura que sólo de rodillas pueden los cristianos acercarse a él. La oración por la unidad no es compromiso exclusivo de los expertos en ecumenismo o de aquellos cristianos especialmente sensibilizados por este sector pastoral. Es compromiso de todo cristiano y de cada comunidad.

Todos hemos de incluir en nuestra oración diaria, personal y comunitaria en nuestras parroquias y comunidades, la causa de la unidad, que debe ser también la destinataria de nuestras mortificaciones y sacrificios. La plena comunión visible es un don, una gracia de Dios, que llegará cuando Él quiera. A nosotros nos corresponde pedir que se adelante ese momento soñado, pidiéndola a Dios con la misma insistencia y fervor con que Cristo la pidió al Padre en la noche de Jueves Santo.

Para todos, también para los hermanos cristianos de otras confesiones, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

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‘…Y postrándose de rodillas lo adoraron’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 4 de enero de 2019)

Queridos hermanos y hermanas:

“Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra”. Con estas palabras del salmo 71, responderemos a la Palabra de Dios en la solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía significa manifestación de Dios. En la Historia de la Salvación, Dios se ha ido manifestando paulatinamente. Al principio, a través de la creación; de la nube que guía al pueblo en su peregrinación por el desierto, del maná, las tablas de la ley, el arca de la Alianza y el templo. Después, Dios se revela por medio de los profetas. Con el naci­miento de Jesús, el Verbo hecho hombre, comienza la etapa definitiva de la manifestación plena de Dios a la hu­manidad. Desde entonces nos habla, se nos hace accesible no a través de intermediarios, sino por medio de su Hijo. El Dios eterno y todopoderoso, inmortal e invisible, se acerca a nosotros a través de su Verbo, reflejo de su gloria e impronta de su ser (Hebr 1,1-3). Él es el origen y causa de todo lo que existe, la vida y la luz verdadera (Jn 1,3-9). Él es la Palabra eterna del Padre que en la pasada Nochebuena se ha hecho carne, en la debilidad y pobreza de un niño frágil e indefenso, y ha plantado su tienda entre nosotros (Jn 1,14), para hacernos partícipes de su plenitud, para ofrecernos la salvación y la gracia, para compartir con nosotros su vida divina.

¿Y cuál debe ser nuestra primera actitud ante este Niño que la estrella anuncia a los Magos? Sin duda, la misma de estos personajes misteriosos, que como nos dice san Lucas, caen de rodillas, se postran ante Él y le adoran. Pero en este día, en que rendidos de hinojos adoramos al Dios que se nos ha manifestado en la figura frágil de un niño, hemos de dar un paso más y romper con aquellos ídolos que nos esclavizan o degradan, porque ocupan el lugar del único Señor de nuestras vidas, el orgullo, el egoísmo, el consumismo, el placer, el confort o el dinero.

Los magos de Oriente, postrados ante Dios hecho niño, nos recuerdan que sólo Dios es Dios, que Dios es alguien real, el primer y supremo valor de nuestra vida, más importante que la salud o el dinero, que nuestro futuro o nuestra familia, nuestros anhelos o proyectos. Ellos nos recuerdan además que cualquier sumisión absoluta y totalizante a otras realidades o programas es una idolatría. Los magos de Oriente, ávidos buscadores de Dios, nos invitan a reorientar nuestra vida renunciando a los ídolos y a los sucedáneos, a vivir como hijos, formando parte de la familia de hermanos que tiene por primogénito a Jesús.

En la solemnidad de la Epifanía es necesario dejarnos conquistar por la persona de Jesús, para amarlo con todas nuestras fuerzas, poniéndolo no sólo el primero, porque ello significaría que entra en competencia con otros afectos, sino como el único que realmente llena y plenifica nuestras vidas, y para seguirlo con decisión y radicalidad. Es ésta una fecha muy apta para entronizarlo de verdad en nuestro corazón, como Señor y dueño de nuestros afectos, de nuestros anhelos y proyectos, de nuestro tiempo, nuestros planes, nuestra salud y nuestra vida entera.

Pero además de adorar al Señor, la solemnidad de la Epifanía nos compromete a anunciarlo a nuestros hermanos. En su nacimiento histórico hace 2000 años, Jesús se manifestó primero al pueblo de Israel representado por José, María y los pastores. Pero el Señor vino para toda la humanidad, representada por los Magos. Estos personajes misteriosos, originarios de culturas dis­tintas de la de Israel, simbolizan la voluntad salvífica universal de Dios en la encarnación y el nacimiento de su Hijo. La Epifanía es la fiesta de la universalidad de la salvación, que Jesucristo ofrece a todos los hombres y mujeres de todas las épo­cas y lugares. Nadie está excluido del plan salvador de Dios, sea alto o bajo, joven o anciano, rico o pobre, sabio o iletrado. Por ello, celebrar la fiesta de la Epifanía nos invita a todos a renovar el compromiso apostólico y misionero, de modo que la manifestación que co­menzó con la adoración de los Magos, siga extendiéndose al mundo entero con nuestra colaboración, con nuestra palabra y con nuestro testimonio, compartiendo con nuestros hermanos nuestro mejor tesoro, Jesucristo.

Hoy es ésta una urgencia apremiante de la Iglesia en Europa y en España, que necesita más que en épocas anteriores, cristianos laicos confesantes, con una vida espiritual recia y profunda, que no escondan su fe y que lleven su compromiso cristiano al mundo de la escuela y de la universidad, al mundo de la economía y del trabajo, al mundo de la cultura y de los medios de comunicación social, y también al mundo de la política y de la acción sindical, para enderezar todas estas realidades temporales según el corazón de Dios.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

           + Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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