‘Apreciar y usar el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 22 de febrero de 2019)

Queridos hermanos y hermanas:

     En 2012 celebrábamos el Año de la Fe, promulgado por el papa Benedicto XVI para conmemorar el quincuagésimo aniversario del inicio del Concilio Vaticano II y el vigésimo de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. Efectivamente, en otoño de 1992, el papa Juan Pablo II promulgaba el Catecismo, que es uno de los frutos más preciosos del Concilio. En él se expone de forma orgánica, sistemática e íntegra la fe de la Iglesia en el lenguaje acreditado por la Tradición. Su publicación en más de cincuenta idiomas constituyó un auténtico acontecimiento en todo el mundo. A lo largo de estos años, los obispos, sacerdotes, consagrados y laicos hemos ido apreciando la utilidad y valor de este auténtico don de Dios a la Iglesia de nuestro tiempo.

En los últimos años, sobre todo, hablando a las Hermandades y encareciendo la necesidad de la formación, les he dicho que yo me sentiría muy contento y satisfecho si todos conocieran y estudiaran no el Catecismo de Juan Pablo II, que puede ser un magnífico libro de consulta, sino el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, que debería ser el libro de cabecera o vademécum de todos los cristianos de la Archidiócesis. Se trata de un texto más breve y más fácil de leer que el Catecismo primero, pero es completo, seguro y en estrecha armonía con él. Contiene todos los elementos esenciales de la fe y de la moral católica, formulados de una manera sencilla, accesible a todos, clara y sintética. Fue publicado en junio de 2005 y preparado, por encargo del papa Juan Pablo II, por una comisión de expertos presidida por el Cardenal Ratzinger. A él, ya investido como Pastor Supremo de la Iglesia con el nombre de Benedicto XVI, correspondió entregar el Compendio al Pueblo de Dios. Su fuente lógicamente es el Catecismo de 1992, texto de referencia, que sigue manteniendo toda su autoridad e importancia, pues en él se encuentra la exposición armoniosa y auténtica de cuanto los católicos tenemos que creer y de aquello que hemos de practicar.

El Compendio pretende servir al anuncio renovado del Evangelio hoy. Siguiendo la estructura del Catecismo originario, dividido en cuatro partes, como escribiera el papa Benedicto XVI, “presenta a Cristo profesado como Hijo unigénito del Padre, como perfecto Revelador de la verdad de Dios y como Salvador definitivo del mundo; a Cristo celebrado en los sacramentos, como fuente y apoyo de la vida de la Iglesia; a Cristo escuchado y seguido en obediencia a sus mandamientos, como manantial de la existencia nueva en la caridad y en la concordia; y a Cristo imitado en la oración, como modelo y maestro de nuestra actitud orante ante el Padre”.

El Compendio tiene la forma de diálogo entre el maestro y el discípulo, que ha sido siempre el género literario propio de los catecismos. Responde a la estructura más profunda de la transmisión de la fe. En ella, Dios nos habla y nosotros respondemos. Las sucesivas preguntas nos implican, invitándonos a proseguir en el descubrimiento de aspectos siempre nuevos de las verdades cristianas. Esta opción metodológica ayuda a abreviar el texto, reduciéndolo a lo esencial y favoreciendo la claridad, la asimilación y la posible memorización de los contenidos.

El Compendio, publicado también en edición de bolsillo, contiene catorce bellas láminas, que iluminan cada una de las secciones. De este modo, las mejores obras del arte religioso de todos los tiempos recobran la dimensión catequética y evangelizadora que tuvieron en su origen, muestran la armonía que existe entre verdad y belleza y ayudan a despertar y alimentar nuestra fe.

Se cierra el Compendio con un apéndice, en el que se incluyen algunas oraciones comunes para toda la Iglesia, también en su versión latina. Su aprendizaje facilita la oración en común de los fieles de lenguas diversas en reuniones y circunstancias especiales. Ello contribuye, sin duda, a estrechar nuestros vínculos de unidad en la comunión de la Iglesia. Se incluyen también algunas fórmulas catequéticas de la fe católica, entre ellas las bienaventuranzas, los mandamientos de la Iglesia, las virtudes, los dones y frutos del Espíritu Santo, las obras de misericordia, los pecados capitales y los novísimos.

Concluyo mi carta semanal invitando a todos, sacerdotes, consagrados, catequistas, profesores de Religión, miembros de movimientos, asociaciones, hermandades y padres de familia a leer y estudiar el Compendio, pues mucho puede contribuir a dar un nuevo impulso a la evangelización, a la catequesis y a la renovación y fortalecimiento de nuestra fe. Por todo lo que acabo de decir, el Compendio debe estar en todos los hogares de la Archidiócesis, como instrumento de formación, información y consulta de las familias cristianas, como ayuda en la educación de los hijos en la fe y como vehículo de comunión de todos los cristianos de Sevilla en la misma fe de la Iglesia.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

 

 

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Cultos al Santísimo Cristo de la Vera+Cruz: Solemne Triduo de Desagravio en Carnaval y Vía Crucis

(Publicado el domingo, 17 de febrero de 2019)


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Boletín informativo de febrero de 2019

(Publicado el jueves, 14 de febrero de 2019)

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Vigilia mensual de Adoración a Jesús Sacramentado

(Publicado el domingo, 10 de febrero de 2019)

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‘LLamados a la santidad’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 8 de febrero de 2019)

Queridos hermanos y hermanas:

El pasado 19 de marzo, solemnidad de san José, firmaba el papa Francisco la exhortación apostólica Gaudete et Exsultate, en la que nos ha recordado que todos los cristianos estamos llamados a la santidad. Estoy seguro de que más de uno habrá recibido este documento con alguna extrañeza por proceder de un Pontífice cuyo magisterio ha tenido hasta ahora un marchamo prevalentemente social. No nos debe sorprender, sin embargo, que el Papa haya querido adentrarse en el núcleo más profundo del misterio de la Iglesia, su santidad, corazón también del más importate documento del Concilio Vaticano II, la constitución Lumen Gentium, que dedica su capítulo quinto a la vocación universal a la santidad.

Siguiendo la huella del Concilio, la exhortación apostólica quiere ser un aldabonazo que nos recuerda a los cristianos de hoy, tal vez demasiado adormecidos e instalados en un cierto aburguesamiento espiritual, nuestra vocación más profunda. El Papa nos recuerda la palabra intemporal de Jesucristo: “Sed santos, como el Padre celestial es santo” (Mt 5,48). Nos recuerda también el consejo de san Pablo: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1 Tes 4,3).

En realidad, la santidad es la primera necesidad de la Iglesia y del mundo en esta hora crucial. En momentos de crisis en la vida de la Iglesia han sido los santos quienes le han marcado las sendas de la verdadera renovación. “Los santos, -escribió el Papa Benedicto XVI- son los verdaderos reformadores… Sólo de los santos, sólo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo”. El Papa Francisco, por su parte, nos ha recordado que todos estamos llamados a la santidad que “significa vida inmersa en el Espíritu, apertura de corazón a Dios, oración constante, humildad profunda y caridad fraterna”.

El momento histórico que nos ha tocado vivir necesita cristianos santos. Vivimos hoy situaciones muy delicadas. Todos conocemos la crisis moral que corroe a las sociedades occidentales, sumidas en el nihilismo, la angustia, la tristeza y la desesperanza. Ello es consecuencia de la secularización, que trata de expulsar a Dios de la vida social e, incluso, del corazón de nuestros contemporáneos.

Ante esta situación, no existe otro antídoto que la santidad. Nuestro mundo, herido por la injusticia y la desesperanza, desequilibrado por el egoísmo, la violencia, el hambre y las desigualdades terribles entre el hemisferio norte y el hemisferio sur, no curará sus heridas desde las soluciones o las recetas que le brinden los sociólogos, los técnicos o los políticos, ni desde el mero servicio asistencial, soluciones que en ningún caso sanan el corazón del hombre, sino desde la revolución silenciosa de la santidad y del amor.

La santidad es obligación de todos los bautizados, en primer lugar, de los sacerdotes y consagrados, pero también de los laicos. La Iglesia y el mundo necesitan santos, santos en la vida ordinaria, héroes de lo pequeño, santos de lo sencillo, santos de lo cotidiano, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, padres y madres de familia, que encuentran su camino de santificación en la oración, en la participación en los sacramentos, en la profesión, la educación de sus hijos, la identificación de la propia voluntad con el querer de Dios, y en la ofrenda de la propia vida, abierta a las necesidades de los que sufren y comprometida en el apostolado y en la construcción de la nueva civilización el amor. Son los que el Papa denomina “la clase media de la santidad”.

El Papa dedica un párrafo precioso a nuestras madres, al “genio femenino”, a los “estilos femeninos de santidad, indispensables para reflejar la santidad de Dios en este mundo”. Después hace memoria de las grandes santas de la historia de la Iglesia, recuerda “a tantas mujeres desconocidas u olvidadas quienes, cada una a su modo, han sostenido y transformado familias y comunidades con la potencia de su testimonio”.  Contempla también la santidad en lo que el califica como “el pueblo de Dios paciente: los padres que crían con tanto amor a sus hijos, esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, los enfermos, las religiosas ancianas que siguen sonriendo… aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios”.

El Papa nos recuerda que la santidad no es imposible, pues Jesucristo que nos ha llamado a ella nos capacita con la fuerza de su Espíritu para responder. Siguiendo la estela marcada por Juan Pablo II y Benedito XVI en sus homilías a los jóvenes, nos dice: “No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser. Depender de Él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad”.

Que el Señor nos ayude a todos a vivir este precioso ideal. Con mi afecto y bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla 

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Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia ataviada para la fiesta litúrgica de la Presentación del Señor (popularmente conocida como La Candelaria)

(Publicado el sábado, 2 de febrero de 2019)




Fotografías: N. H. A. D. Juan Escamilla Martín.
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‘Colaboremos con Manos Unidas’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 1 de febrero de 2019)

Queridos hermanos y hermanas:

Como viene siendo costumbre desde hace cerca de sesenta años, Manos Unidas, la institución de la Iglesia en España para la ayuda, promoción y desarrollo del Tercer Mundo, organiza la Campaña contra el hambre el segundo domingo de febrero, que este año será el próximo día 10. Con este motivo me dirijo a los sacerdotes, diáconos, consagrados y laicos de nuestras comunidades y a todas las personas de buena voluntad, para invitaros a colaborar generosamente a este buen fin, la lucha contra el hambre en el mundo y el desarrollo de los países del hemisferio sur.

Los datos son tristemente elocuentes: todavía hoy, a pesar de la globalización, la mitad de la humanidad padece hambre o está mal alimentada; una quinta parte de la población mundial sobrevive con menos de un dólar al día; y 1.200 niños mueren cada hora como consecuencia del hambre.

Este estado de cosas interpela a la conciencia de los gobernantes de todo el mundo, llamados a globalizar eficazmente la solidaridad con los pueblos del hemisferio sur. Como afirmara Benedicto XVI en un célebre discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante el Vaticano en enero de 2010, “sobre la base de datos estadísticos disponibles, se puede afirmar que menos de la mitad de las ingentes sumas destinadas globalmente al armamento sería más que suficiente para sacar de manera estable de la indigencia al inmenso ejército de pobres”.

Hay fundamento, pues, para afirmar que un nuevo orden mundial podría eliminar el hambre en un corto espacio de tiempo. Sin embargo, no está en nuestras manos esta decisión que podría cambiar el rumbo del mundo, haciéndolo más humano y fraterno, de acuerdo con los planes de Dios. Tal decisión es patrimonio de quienes tienen en sus manos el destino de los pueblos, que no parecen estar especialmente predispuestos a adoptar resoluciones tan radicales. Esta constatación, sin embargo, no debe inhibirnos ni conducirnos al escepticismo. Está a nuestro alcance colaborar en la construcción de la “nueva civilización del amor” en el ambiente y circunstancias en que la Providencia de Dios nos ha situado. Depende de nuestra libertad responsable, que, ayudada por la gracia, es la que verdaderamente permite soñar con un mundo mejor.

Manos Unidas, organismo oficial de la Iglesia en España para la ayuda, promoción y desarrollo del Tercer Mundo que, en el año 2010, año de su cincuentenario, recibió el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, como reconocimiento a su espléndida historia a lo largo de medio siglo, cumple entre nosotros una misión profética. Nos recuerda que los pobres existen y que el servicio a los que carecen de lo más elemental pertenece a la entraña del Evangelio. Manos Unidas, “experta en humanidad”, como obra que es de la Iglesia, y experta también en la aplicación escrupulosa de los fondos que recibe a proyectos de desarrollo, espolea un año más nuestra solidaridad, virtud que nos obliga al compromiso firme y perseverante por el bien común, es decir, el bien de todos los hombres y mujeres, hijos de Dios y hermanos nuestros. La solidaridad, como nos dijera Juan Pablo II, “es la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesta a “perderse” en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a “servirlo” en lugar de oprimirlo para el propio provecho” (SRS 38).

El amor fraterno es el corazón del mensaje de Jesús. A lo largo de su vida, “Él manifestó su amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y los pecadores. Él nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano” (Plegaria eucarística Vc). Por ello, la fuente de nuestra entrega a los pobres es el amor del Señor, que nos ha amado hasta el extremo, hasta dar la vida por nosotros (Jn 15,13). En la Eucaristía participamos de ese amor, que como nos ha dicho muchas veces el papa Francisco, nos hace capaces de vivir la fraternidad, de mirar con compasión, con los ojos de Jesús, al Tercer Mundo, compartiendo nuestros bienes con nuestros hermanos. Lo exige nuestra común condición de hijos de Dios y el destino universal de los bienes creados.

Concluyo mi carta semanal rogando a los sacerdotes que colaboren con todo interés en la Campaña contra el Hambre, que celebramos el próximo fin de semana. Les agradezco de antemano el empeño que van a poner en la homilía y en la realización de la colecta. Agradezco también el tiempo y el trabajo de los directivos y voluntarios de Manos Unidas de la Archidiócesis y el desprendimiento de sus socios. Agradezco a la nueva Presidenta Delegada, María Albendea, su disponibilidad ejemplar para asumir este servicio, en el que está derrochando mucha inteligencia y generosidad. Le auguro un servicio fecundo en favor de los países del Sur. Invito a los fieles todos a la generosidad con nuestros hermanos más pobres, con la seguridad de que no quedará sin recompensa.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

 

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