‘La más hermosa tradición sevillana’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 30 de noviembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

El próximo sábado celebraremos la solemnidad de la Inmaculada Concepción, verdad definida como dogma de fe por el Beato Pío IX el 8 de diciembre de 1854, al proclamar que la Santísima Virgen, “fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción”.

La Concepción Inmaculada de María es una de las obras maestras de la Santísima Trinidad. En la plenitud de los tiempos, Dios Padre prepara una madre para su Hijo, que se va a encarnar para nuestra salvación por obra del Espíritu Santo. Y piensa en una mujer que no tenga parte con el pecado, no contaminada por la mancha original, limpia y santa.

La Concepción Inmaculada de María es consecuencia de su maternidad divina. Es además el primer fruto de la muerte redentora de Cristo al aplicársele anticipadamente los méritos de su inmolación pascual. En María aparece de forma esplendorosa la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.

El sentido de la fe del pueblo cristiano, ya en los primeros siglos de la Iglesia, percibe a la Santísima Virgen como “la Purísima”, “la sin pecado”, convicción que se traslada a la liturgia y a las enseñanzas de los Santos Padres y teólogos. En el camino hacia la definición, pocas naciones han contraído tantos méritos como España. La conciencia de que María fue concebida sin pecado original aflora especialmente en Andalucía en la época barroca, en las obras de nuestros poetas, pintores y escultores y, sobre todo, en la devoción de nuestro pueblo.

Sevilla, que venía celebrando la fiesta de la Inmaculada desde 1369, no queda a la zaga en la defensa del privilegio concepcionista. El fervor por “la pura y limpia” crece incesantemente a partir del Renacimiento. En su honor se erigen cofradías, se celebran fiestas religiosas y salen a la luz numerosas publicaciones. Pero será en septiembre de 1613 cuando se produzca lo que el profesor Domínguez Ortiz califico como el estallido inmaculista. El detonante fue un sermón predicado por el P. Diego de Molina, prior del convento de Regina Angelorum en la fiesta de la natividad de María, en el que manifestó alguna duda sobre la concepción sin mancha de la Santísima Virgen apoyándose en Santo Tomás.

La reacción no se hizo esperar. El pueblo sencillo, que desde antiguo veneraba la purísima Concepción de la Santísima Virgen, mostró con vehemencia su oposición. Las órdenes religiosas más proclives al dogma de la Purísima, especialmente franciscanos y jesuitas, con el apoyo del arzobispo don Pedro de Castro y Quiñones, alentaron manifestaciones populares, desagravios, concursos de poesía, novenas, funciones solemnes, procesiones, rondas nocturnas cantando coplas alusivas, ediciones de pasquines y hojas volanderas en las que podían leerse letrillas de claro gracejo sevillano.

Los cronistas de la época nos dicen que la conmoción popular provocó incluso problemas de orden público. A raíz de estos hechos el Arzobispo, a una con el Cabildo, en julio de 1615 envió a Roma una legación para solicitar la reafirmación de la doctrina inmaculista e, incluso, su definición dogmática.

La respuesta de la Santa Sede tuvo lugar en octubre de 1617 mediante una bula de Paulo V, en la que, sin definir el dogma, reafirmaba la doctrina inmaculista y prohibía a los contrarios exponer sus doctrinas. Ni qué decir tiene que la respuesta de Roma fue recibida en Sevilla con alborozo y entusiasmo. Hubo corridas de toros, iluminación de calles, repique general de campanas y cultos extraordinarios. Mientras tanto, el 23 de septiembre de 1615, la Hermandad del Silencio había sido la primera en incorporar a sus reglas el juramento anual de defender el privilegio inmaculista hasta la efusión de sangre, voto al que se sumaron la práctica totalidad de las Hermandades de la ciudad en el año 1616, y que siguen renovando cada año en sus fiestas de Regla. Un año después, se suma la Universidad hispalense, el Cabildo catedralicio y el Ayuntamiento, imponiéndose la obligación de jurar la defensa de esta doctrina en los actos de toma de posesión de sus cargos.

Si Sevilla ardió en entusiasmo inmaculista tras los sucesos de 1613, con mayor razón exteriorizó su fervor mariano con ocasión de la definición del dogma en la fiesta de la Inmaculada de 1854. En esta ocasión se celebraron solemnísimos cultos y toda suerte de festejos, se encendieron luminarias y repicaron las campanas de la Catedral y de toda la Archidiócesis.
Esta es la historia sumaria de una de las más hermosas tradiciones sevillanas, que todos estamos obligados a mantener y acrecentar, creciendo cada día en amor a la Virgen, imitándola en su pureza de corazón y en su alejamiento del pecado, conociendo e imitando sus virtudes, poniéndola en el centro de nuestro corazón y de nuestra vida cristiana, e invocándola como medianera de todas las gracias necesarias para ser fieles.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz fiesta de la Inmaculada.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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‘Solidaridad con el sufrimiento de Venezuela, Nicaragua y Honduras’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 23 de noviembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

En los últimos meses no dejan de llegarnos noticias preocupantes y dolorosas sobre los países hermanos de Hispanoamérica. Los medios de comunicación nos dan noticia de la crisis económica de Argentina, de los sufrimientos de Venezuela, que vienen de lejos, de los conflictos sangrientos que vive Nicaragua, víctima de una dictadura implacable, y de la marcha de una legión de hondureños que huyen de su país ante la pobreza y el clima de violencia insoportable. Estoy convencido de que el sentimiento de solidaridad con estos países hermanos es compartido por todos los sevillanos. Nos unen el idioma, la cultura y la fe en Jesucristo.

Pero no sólo nos llegan noticias casi siempre desgarradoras. Están llegando también a los barrios de nuestras ciudades y pueblos muchos hermanos latinoamericanos buscando la paz, la esperanza y un futuro mejor que no encuentran en sus lugares de origen. Los hermanos de Venezuela llevan tiempo emigrando a nuestro país, a Sevilla y a sus pueblos. Son en muchas ocasiones personas de gran valía y alta cualificación profesional. Últimamente vienen a nosotros también hermanos de la querida República de Nicaragua. En ambos países se están viviendo situaciones de represión y de conculcación sistemática de los derechos humanos, cuando no de violencia extrema, que hacen temer un enfrentamiento civil. Por ello, son muchos los venezolanos y nicaragüenses que vienen a España en demanda de asilo y de refugio. Es seguro que todos nosotros nos hemos conmovido contemplando en los medios el triste e infructuoso peregrinar de millares de hondureños que han salido de su patria huyendo del hambre y de una violencia generalizada.

Como en los tiempos de San Óscar Romero, la iglesia latinoamericana está dando un testimonio emocionante de fidelidad al Evangelio defendiendo la vida, la justicia y la libertad de su pueblo. Eso le está costando ser perseguida de diversas maneras: sacerdotes maltratados y templos y sagrarios profanados. Hasta el Nuncio de Su Santidad y varios obispos están siendo amenazados y acosados por su clara defensa de la vida y la dignidad de los campesinos, los estudiantes y las familias de su pueblo. También las iglesias de los países vecinos están siendo ejemplo de solidaridad y de acogida, sobre todo con los venezolanos, viviendo aquello a lo que nos exhorta el Señor en el evangelio: “Tuve hambre y me distéis de comer, fui peregrino y me acogisteis” (Mt 25,35).

Un número significativo de venezolanos y nicaragüenses llegan a España arropados por amigos y familiares que llevan ya tiempo entre nosotros. Normalmente, la primera institución a la que acuden buscando consuelo y ayuda es la Iglesia. Silenciosamente entran en nuestros templos y, con gran piedad, rezan al Señor y a la Santísima Virgen con lágrimas en los ojos. Silenciosamente salen de nuestras iglesias con el corazón dolorido y a la vez consolado y esperanzado. También llegan a nuestras Cáritas parroquiales solicitando ayuda. A los párrocos, a los directores y voluntarios de las Cáritas parroquiales y a los responsables de las bolsas de Caridad de nuestras Hermandades les pido que acojan con especial solicitud a los hermanos que, recién llegados de estos países, necesitan nuestra escucha, nuestra comprensión y nuestra ayuda. Personalmente he pedido al Director de Cáritas diocesana que busque la forma más eficaz de hacerles llegar nuestra ayuda. He encargado también al Delegado de Migraciones que muestre la cercanía y la solicitud de la Iglesia con estos hermanos.

Mucho me duelen los comentarios xenófobos y racistas que circulan por las redes sociales, sobre todo cuando son de personas cercanas a la Iglesia. Se difunden datos falsos y rumores infundados que hieren a los inmigrantes y hacen daño a nuestras propias comunidades. Hemos de acallar esos rumores. Los inmigrantes no son causantes de los problemas sociales que tienen nuestros barrios o nuestros pueblos. Son ellos los que sufren muchas veces situaciones de explotación e injusticia. Ellos, por el contrario, con su ilusión, su ternura, su amor a la vida y su fidelidad a sus culturas y tradiciones, están enriqueciéndonos a todos. Por otra parte, ellos rejuvenecen nuestras comunidades parroquiales y nos evangelizan con su fe sencilla y fervorosa, como he comprobado con gozo en mis visitas a las parroquias.

Antes de concluir, envío un abrazo fraterno a mis hermanos en el episcopado de Venezuela, Nicaragua y Honduras, en unos momentos en los que ellos y su pueblo están viviendo situaciones difíciles y dolorosas. En esta hora es preciso recordar las palabras del Evangelio: “Dichosos vosotros cuando os injurien y os persigan y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía. Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt 5,11-12). Que la Santísima Virgen, patrimonio común de España e Hispanoamérica, cuide, bendiga y proteja a estos pueblos hermanos y a sus pastores.

Para todos, y muy especialmente para nuestros hermanos de Venezuela, Nicaragua y Honduras, mi abrazo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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Boletín informativo de noviembre de 2018

(Publicado el lunes, 19 de noviembre de 2018)

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‘II Jornada Mundial de los Pobres’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 16 de noviembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

El 13 de junio del año pasado, el papa Francisco hacía público un mensaje titulado “No amemos de palabra sino con obras”. Con él instituía la “Jornada mundial de los pobres” que, en su segunda edición, celebramos en este domingo.

En aquel documento nos decía el Papa que el amor a los pobres es “un imperativo que ningún cristiano puede ignorar”, pues “el amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de los pobres”. Añadía el papa Francisco que el amor a los pobres no se concreta en las palabras vacías ni en las emociones momentáneas ante una desgracia o una catástrofe, sino en “una respuesta de amor” a la entrega de Jesús por nosotros que, con la gracia de Cristo, se transforma en misericordia efectiva con nuestros hermanos más necesitados, traducida en obras concretas.

Así lo vivieron las primeras generaciones cristianas, haciendo suyas las enseñanzas de Jesús (cf. Mt 5, 3; Hch 2, 45; St 2, 5- 6, 14-17). Pero no siempre ha sido así. En ocasiones nos hemos olvidado de los pobres, a pesar de que el Espíritu Santo siempre nos ha recordado este mandato capital del Evangelio, a través de quienes, como los santos, han dedicado su vida al servicio de los últimos.

El Papa nos precavía del peligro de pensar que cumplimos el mandamiento del amor con ayudas esporádicas o con voluntariados puntuales, que tranquilizan nuestra conciencia, pero que no nos llevan a un verdadero encuentro con los pobres y a un compartir fraterno que se convierta en un estilo de vida. Esto sólo es posible desde la oración auténtica y desde la conversión continua, que nos estimulan a vivir la caridad y el gozo cuando tocamos con las manos “la carne de Cristo” en sus pobres.

A continuación, el Santo Padre nos decía que, si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres. Así lo pedía en la vigilia de Pentecostés de 2013 a los movimientos eclesiales: «Y cuando des la limosna, ¿tocas la mano de aquel a quien le das la limosna, o le echas la moneda?». A continuación, el Papa nos invitaba a todos a ver y tocar en los pobres y enfermos la carne de Cristo, tomando sobre nosotros el dolor de los pobres. Esta recomendación es una constante en la historia de la caridad cristiana: ver en los pobres y en los enfermos el rostro doliente del Señor. Nuestro Miguel Mañara pedía a sus hermanos de la Santa Caridad que sirvieran a los enfermos desde la cercanía y la inmediatez corporal, lavando, besando, y curando sus llagas. La razón es la identificación misteriosa del Señor con los pobres y enfermos: “debajo de aquellos trapos –escribe Mañara- está Cristo pobre, su Dios y Señor”.

Otro tanto predicaba a sus fieles san Juan Crisóstomo: “Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez”. Esto quiere decir que estamos llamados a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de su soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades.

La realidad de la pobreza en nuestro mundo compromete nuestra vida, con frecuencia demasiado cómoda. No nos quedemos paralizados o resignados, como si la pobreza en el mundo fuera un mal fatal contra el que no podemos luchar. Impliquémonos con generosidad sin poner condiciones.

La Jornada Mundial de los Pobres espolea nuestra conciencia un tanto adormecida y quiere ser un fuerte llamamiento a nuestra conciencia creyente, pues los pobres nos permiten entender el Evangelio en su verdad más profunda. Sería bueno que en la semana previa a esta Jornada se organicen encuentros de solidaridad y ayuda concreta; que, como signo de la realeza de Cristo, se invite a los pobres y a los voluntarios a participar conjuntamente en la Eucaristía que celebraremos el domingo siguiente, en el que recordaremos que la iglesia debe ser en el mundo “el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

Una vez más recuerdo que Sevilla capital tiene el triste privilegio de poseer tres de los cinco barrios más pobres de España y cinco de los quince barrios más pobres de la Europa. A la Vicaría para la Nueva Evangelización, a Cáritas Diocesana y a las Delegaciones Diocesanas más directamente concernidas, encomiendo la programación de esta Jornada.

Para todos, y muy especialmente para los pobres y quienes viven más cerca de ellos ayudándoles y sirviéndoles, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan Jose Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

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Vigilia Mensual de Adoración a Jesús Sacramentado

(Publicado el martes, 13 de noviembre de 2018)

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‘Día de la Iglesia Diocesana’, carta pastoral de monseñor Juan José Asenjo (11-11-2018)

(Publicado el jueves, 8 de noviembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

El próximo día 11 de noviembre celebraremos el Día de la Iglesia Diocesana con el lema “Vivimos y celebramos la fe en comunidad, porque somos una gran familia contigo”. Aprovecho esta circunstancia para reflexionar con vosotros sobre el ser más íntimo de la Iglesía.

La Iglesia es como la prolongación de la Encarnación, la Encarnación continuada, el sacramento de Jesucristo, su prolongación en el tiempo. es la escalera de nuestra ascensión hacia Dios. La Iglesia es Cristo que sigue entre nosotros predicando, enseñando, acogiendo, perdonando los pecados, salvando y santificando, hasta el punto de que, si el mundo perdiera a la Iglesia, perdería la Redención.

La Iglesia no es el intermediario engorroso del que uno trata de desembarazarse por inútil y molesto. Al contrario, es el ámbito necesario y natural de nuestro encuentro con Jesús y la escalera de nuestra ascensión hacia Dios, en frase muy gráfica de san Ireneo de Lyon. Sin ella, antes o después, todos acabaríamos abrazándonos con el vacío, o terminaríamos entregándonos a dioses falsos. Ella es el regazo materno que nos ha engendrado y que nos permite experimentar con gozo renovado cada día la paternidad de Dios.

Al sentirla como madre, hemos de sentirla también como espacio de fraternidad. Junto con sus otros hijos, nuestros hermanos, hemos de percibirla como nuestra familia, el hogar cálido que nos acoge y acompaña, como la mesa en la que restauramos las fuerzas desgastadas y el manantial de agua purísima que nos renueva y purifica. Su Magisterio no es un yugo o una carga insoportable que esclaviza y humilla nuestra libertad, sino un don, una gracia impagable, un servicio magnífico que nos asegura la pureza original y el marchamo apostólico de su doctrina.

Hemos de vivir nuestra pertenencia a la Iglesia con alegría y con inmensa gratitud al Señor que permitió que naciéramos en el seno de una familia cristiana, que en los primeros días de nuestra vida pidió a la Iglesia para nosotros la gracia del bautismo. Si no fuera por ella, estaríamos condenados a profesar la fe en solitario, a la intemperie y sin resguardo. Gracias a ella, nos alienta y acompaña una auténtica comunidad de hermanos.

Hemos de vivir también nuestra pertenencia a la Iglesia con orgullo, con la conciencia de ser miembros de una buena familia, una familia magnífica, una familia de calidad, pues si es verdad que en ella hay sombras y arrugas por los pecados de sus miembros, es también cierto que la luz, ayer y también hoy, es más intensa que las sombras, y que la santidad, la generosidad y el heroísmo de muchos hermanos y hermanas nuestros es más fuerte que nuestro pecado y nuestra mediocridad.

Hemos de vivir además nuestra pertenencia a la Iglesia con responsabilidad, de manera que nuestra vida sea una invitación tácita a penetrar en ella, conocerla, vivirla y sentarse a su mesa. Hemos de procurar, por fin, que lo que la Iglesia es para nosotros, lo sea también a través de nosotros, es decir, regazo materno y cálido hogar, puente, escalera, lugar de encuentro, mesa fraterna, manantial y, sobre todo, anuncio incansable del Señor a nuestros hermanos, con la conciencia de que éste es el mejor servicio que podemos prestarles.

En las vísperas del Día de la Iglesia Diocesana, invito a todos a crecer en amor a nuestra Archidiócesis, a rezar por ella y a colaborar con ella en el cumplimiento de su mision. Mantener las instituciones eclesiales exige medios económicos cuantiosos, para retribuir modestamente a los sacerdotes, garantizar el funcionamiento de los Seminarios y demás servicios diocesanos, servir a los pobres, construir nuevos templos y restaurar y conservar nuestro ingente patrimonio artístico y cultural. Por ello, una de las finalidades de esta jornada es solicitar la ayuda generosa de los fieles.

Una forma de ayudar a la Iglesia es a través de la declaración de la renta, cada año al final de la primavera, asignando el 0,7 % de nuestros impuestos a favor de la Iglesia católica. Otras formas loables son las donaciones directas, en forma de cuotas, suscripciones, donativos, legados o testamentos y siendo generosos en la colecta de este domingo, que tiene como destino la Archidiócesis.

Pido a los sacerdotes y religiosos que en esta jornada procuren explicar con sencillez a los fieles la naturaleza de la Iglesia particular, la misión del obispo y de los sacerdotes, la importantísima misión de los Seminarios y el peculiar servicio salvífico y sobrenatural que la Diócesis presta a los fieles. Les ruego además que expliquen el lema de la jornada y hagan con esmero la colecta.

Pidamos al Señor que esta jornada contribuya a fortalecer nuestra conciencia de familia, a amar con sentimientos de gratitud filial a nuestra Archidiócesis, a crecer en actitudes de colaboración con ella, a asumir y aplicar el Plan Pastoral, y a valorar y sentir como algo muy nuestro todo lo diocesano.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla

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‘La esencia del Cristianismo’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 2 de noviembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

Pocas religiones son tan complejas como la religión judía en su normativa moral y en sus prescripciones rituales. Según los especialistas, las normas que imponia el Pentateuco eran  697. Abarcaban todos los ámbitos de la vida, el culto, la vida de familia: la vida política y económica, las profesiones, los alimentos, la comida, la higiene personal, etc. Todas estas prescripciones eran vividas por los judíos observantes y temerosos de Dios. Hoy las observan, sobre todo, los judíos ortodoxos, conocidos como Hassidim. Representan un 10% en Israel y son identificables por sus vestimentas peculiares y los tirabuzones que nacen de sus sienes.

Precisamente porque el número de prescripciones era exagerado, ya desde el principio de la historia de Israel, se busca reducir tal cantidad de preceptos a un número mínimo. El libro del Deuteronomio, como escucharemos en la primera lectura de este domingo, los reduce a uno solo: “Escucha Isael, el Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos  y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado”. Es el célebre Shemá Israel, que los judíos deben recordar dos veces al día. Cuando van a la sinagoga atan estos versiculos del Deuteronomio en las muñecas y en la frente. Los sitúan también en unas tablillas en las jambas de la puerta de la casa, y las tocan y las besan con devoción al entrar y salir. Otro recordatorio de la soberanía de Dios sobre nosotros es la kipá o solideo que los judíos varones llevan en la cabeza para recordarse que Dios se encuentra por encima de ellos, por lo que tienen que comportarse de acuerdo con la ley divina.

La Palabra de Dios de este domingo nos habla de la soberanía de Dios.  Para muchos contemporáneos nuestros, la adoración del Dios vivo y verdadero que se nos ha manifestado en Jesucristo, es una actitud difícil e, incluso, insoportable. A poco que observemos la realidad que nos circunda, concluiremos que el mundo actual es un mundo autosuficiente y orgulloso de sus avances técnicos, un mundo que ha alumbrado una antropología sin Dios y sin Cristo, considerando al hombre como el centro y medida de todas las cosas, entronizándolo falsamente en el lugar de Dios y olvidando que no es el hombre el que crea a Dios, sino Dios quien crea al hombre. Para una parte de la cultura moderna, la adoración y sumisión a Dios entraña una alienación intolerable. Por ello, la cultura occidental, ensimismada y cerrada a la trascendencia, ha renunciado a la adoración y reconocimiento de la soberanía de Dios y, como consecuencia, ha perdido el sentido del pecado y de los valores permanentes y fundantes.

En este domingo todos estamos llamados a aceptar con gozo la soberanía de Cristo sobre nosotros y nuestras familias, entronizándolo de verdad en nuestro corazón, como Señor y dueño de nuestros afectos, de nuestros anhelos y proyectos, de nuestro tiempo, nuestros planes y nuestra vida entera. Que hagamos verdad hoy y siempre aquello que cantamos en el Gloria: “…porque sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo Jesucristo”.

Pero el Evangelio de este domingo nos descubre también la novedad del mensaje Cristiano. Un rabino al que preocupa la multiplicidad de preceptos del judaísmo y que querría verlos reducidos a lo esencial, pregunta a Jesús: ¿Cuál es el mandamiento principal y primero de la Ley?  El Señor le responde diciendo que son dos los preceptos principales de la nueva ley. Recordando el texto del Deuteronomio,  amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, añade Jesús que siendo éste el primero, el segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como  a ti mismo.

Aquí está la novedad del mensaje cristiano: frente a un amor restrictivo, vigente en Israel, reducido a los de la propia raza; en una sociedad en la que estaba vigente el ojo por ojo y diente por diente, Jesús predica un amor universal, incluso a los enemigos, a los que no piensan o no votan como yo, son de distinta religión, de distintas culturas o costumbres. Cualquier hombre o mujer por ser imagen de Dios, tiene una dignidad inmensa, es hijo de Dios, redimido por la sangre preciosa de Cristo, y en consecuencia es hermano mío. Jesús ha querido identificarse misteriosamente con nuestros hermanos. Por ello, el menosprecio, la explotación y la injusticia contra un semejante, es un menosprecio y un delito cuyo destinatario es el Señor. Otro tanto debemos decir de las ayudas o servicios que prestamos a nuestros hermanos. Esta es la mejor prueba de nuestro amor a Dios, pues como nos dice san Juan, si alguno dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso.

 Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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