Patrimonio escultórico

SANTÍSIMO CRISTO DE LA VERA CRUZ

Se trata de una efigie de Cristo Crucificado, de autoría desconocida. Según estudios realizados en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, encabezados por el profesor D. Joaquín Arquillo Torres (q. e. p. d.), la Sagrada Imagen es de procedencia hispanoamericana, realizada en una pasta propia de aquellos lugares.

Es de tamaño natural, de pasta como se ha dicho, hueca por lo tanto, clavada con tres clavos sobre el Santo Madero, que no es arbóreo, sino plano, muy austero. Aparece ya muerto, con la llaga producida por la lanzada en el costado, y la cabeza totalmente inclinada, desplomada, sobre su hombro y clavícula derecha.

De todas sus características destaca sobremanera su bello rostro, impregnado de gran dulzura y serenidad, a la que contribuye el que tenga los ojos entreabiertos, a pesar de haber expirado. Muestra también un mechón cayendo verticalmente junto al rostro.

No es una representación de Cristo especialmente cruenta, aunque lleva regueros de sangre por la frente y hombros, producidos por la corona de espinas, u otros que caen por los brazos, procedentes de las llagas de los clavos, lo que también ocurre en los pies. El más llamativo es, sin duda, el de la llaga del costado, del que sí mana abundante sangre. Por lo demás, muestra algunos moratones y pequeñas heridas fruto de las torturas a las que fue sometido antes de morir, como describen los Evangelistas.

El sudario es muy plegado y ajustado a las caderas, formando un bello juego de luces y sombras. Lleva un gran anudamiento en el costado derecho, del que cae el paño verticalmente, aunque por su diferente morfología, bien pudiera haber sido añadido en época posterior. Como era costumbre en siglos anteriores, este sudario va recubierto por otro realizado en tela cuyo color corresponde, generalmente, a las diversas épocas del año litúrgico.

Durante la Cuaresma, pende de la parte posterior del travesaño de la cruz el velo de tinieblas, en el que destaca la representación del sol y de la luna a ambos lados de la Sagrada Imagen, estando el resto cuajado de estrellas.

El Santísimo Cristo de la Vera Cruz con el velo de tinieblas en su emplazamiento habitual
en el presbiterio de la iglesia del Monasterio de Santa Clara, al lado de la Epístola.

  • Significado del Velo de Tinieblas en el Crucificado
      Los tres Evangelios Sinópticos recogen en sus relatos de la crucifixión de Jesús que el cielo se cubrió de tinieblas durante tres horas:

      Mateo:"Desde la hora sexta se oscureció toda la tierra hasta la hora nona" (27, 45)

      Marcos:"Llegada la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona" (15, 33)

      Lucas:"Al oscurecerse el sol, cerca de la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona" (23, 44)

      La hora señalada en el horario romano corresponde desde las doce del mediodía (hora de la crucifixión) hasta las tres de la tarde (hora de la muerte). El relato atestigua que una vez Jesús expira, el velo del Templo de Jerusalén se rasgó de arriba abajo. Este velo separaba el Santo de los Santos —donde el Sumo Sacerdote entraba sólo una vez al año, en el Yon Kipur— del resto del Santuario. Significaba la separación radical entre Dios y los hombres causada por el pecado, y que Jesucristo destruye con su muerte en la cruz. Los Evangelistas interpretan estas "tinieblas" como el cumplimiento de la Profecía de Amós (s. VIII a. C.): "Dice el Señor Dios, aquel día haré que el sol se ponga a mediodía, cubriré la tierra de tinieblas en el claro día" (8, 9).

      Algunos estudiosos consideran que estas "tinieblas" tienen sólo un sentido simbólico, significando la muerte del Hijo de Dios, pero otros prefieren interpretarlas como algo más que una metáfora. Desde luego, científicamente queda demostrado que no fue un eclipse de sol, pues la muerte de Cristo ocurre durante la Pascua, marcada por el plenilunio (primera luna llena de primavera), y los eclipses no ocurren cuando la luna se encuentra en el lado de la tierra que está opuesto al del sol. Por otra parte, un eclipse lo máximo que dura son ocho minutos, y no tres horas. Otros autores piensan que este "oscurecimiento" podría haber estado provocado por una tormenta de arena, pero esto era habitual en Judea y los Evangelistas lo hubieran identificado como tal, y no como un hecho milagroso, extraordinario.

      Así pues, aceptando estas "tinieblas" como un hecho histórico y extraordinario, ocurrido por lo terrible de la muerte de Jesucristo, el Hijo de Dios, las interpretamos también en su sentido alegórico, con una comprensión teológica. Cristo es la plenitud de los tiempos. Su Encarnación, Muerte y Resurrección marcan un antes y un después en la historia, no sólo de los hombres, sino también del universo creado. Este mundo está representado por el sol, la luna y las estrellas, con Cristo Crucificado en el centro. El velo de tinieblas que cubría la tierra entera —causado por el pecado—, la ruptura del hombre con Dios, va a desaparecer, va a quedar atrás, pues Cristo es el Oriente sin ocaso, la Luz inextinguible, el Hombre Nuevo, la Nueva Creación. Si las tinieblas todo lo oscurecen, Cristo todo lo enaltece, lo recrea, lo ilumina. La redención no es sólo para el hombre, sino para toda la creación: con Cristo comienza un Mundo Nuevo. Él todo lo ilumina, no ya el sol, la luna o las estrellas, que reciben de Él su esplendor. Las tinieblas quedarán atrás, rotas, huídas, ante el Sol de Justicia que es Cristo el Señor. Su muerte fue sólo un tránsito, comienza una Luz Nueva. Él ha vencido la oscuridad, las tinieblas desaparecen para siempre.

      Manuel María Roldán Roses, Pbro.



NUESTRA SEÑORA REINA DE LOS ÁNGELES, CONSOLACIÓN Y GRACIA

La Sagrada Imagen de Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia es una bella y juvenil escultura de la Santísima Virgen María realizada en 2012 por la escultora utrerana D.ª Encarnación Hurtado Molina.

Mide 115 centímetros de altura, y está tallada en madera de cedro, policromada al óleo.

En la mano izquierda sostiene al Deífico Infante, Nuestro Señor Jesucristo, el Salvador del Mundo, que en su manita izquierda porta el orbe coronado por una cruz, que representa al Pueblo de Dios, al que bendice con la derecha.

La Señora porta en su mano derecha un rosario y el barquito, que representa la intercesión de María por la Iglesia. Eventualmente, también podemos contemplarla portando el cetro.

Ambas imágenes tienen ojos de cristal. La Virgen posee pestañas de pelo natural en los párpados superiores.

Sobre sus sienes y las del Unigénito se ciñen sendas coronas que resaltan la Realeza del que es Hijo de Dios y de la que fue elegida para ser el primer Sagrario, el Arca de la Nueva Alianza.

Todo el contorno de la Santísima Virgen está orlado por la ráfaga, en clara referencia a la mujer vestida de sol que describe el Libro del Apocalipsis (12, 1).

Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia en su altar, colocado en el presbiterio de la iglesia del Monasterio de Santa Clara, al lado del Evangelio.

La estética que sigue la Sagrada Imagen es la del modelo iconográfico de reina española de los siglos XVI y XVII: con falda muy amplia que se extiende sobre el candelero perfectamente lisa, sin presentar pliegues ni arrugas; el corpiño con mangas ceñidas al brazo sobre las que se colocan las mangas terminadas en punta y que deja entrever el manto que va desde la cabeza hasta la base del candelero.

El Divino Infante viste túnica ceñida a su cinturita con el cíngulo, decorada a juego con el traje de la Santísima Virgen. Coincidiendo con las fiestas del Bautismo del Señor y de su Presentación en el Templo (La Candelaria), el Santísimo Niño Jesús es vestido con el tradicional batón y luce las potencias en vez de la corona.

D.ª Encarnación Hurtado Molina, autora de la Sagrada Imagen, y D. Juan Jorge García García, Presidente de la Sección Adoradora Nocturna de Alcalá de Guadaíra, posan a las plantas de Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia.