‘Ante la coronación canónica de la Virgen de la Victoria’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 28 de septiembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

Dedico mi carta semanal a la coronación canónica de la venerable imagen de Ntra. Sra. de la Victoria, titular de la Hermandad de las Cigarreras, que tiene su sede canónica en la antigua Fábrica de tabacos. El sábado, día 13 de octubre, tendré el honor de coronarla en nuestra Catedral.

Después de saludar a todos los miembros de la Hermandad, les recuerdo que la piedad popular ha meditado a lo largo de los siglos en el quinto misterio glorioso del Rosario “la coronación de la Virgen María como reina y señora de todo lo creado”. La carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae” de san Juan Pablo II nos introducía en su contemplación con estas palabras: “A esta gloria, que con la ascensión pone a Cristo a la derecha del Padre, es elevada Ella misma con su asunción a los cielos, anticipando así, por especialísimo privilegio, el destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne”.

La contemplación de la coronación de María transporta nuestros corazones hacia las realidades celestiales, a las que todos estamos llamados. Ella, como primicia, participa en cuerpo y alma de la gloria de su Hijo. La Iglesia peregrina descubre en Ella su vocación más profunda, que no es otra que participar un día en el cielo de la Pascua de su Señor.

La coronación de María como reina y señora de cielos y tierra ha sido enseñada por la Iglesia como verdad que pertenece a la fe. La tradición ha interpretado siempre como referidas a la Virgen estas palabras del salmo 44: “De pie, a tu derecha, está la reina, enjoyada con oro”. El Apocalipsis, por su parte, nos presenta a María como la mujer “vestida de sol, la luna bajo sus pies, coronada con doce estrellas” (12,1). Ambos textos bíblicos tienen su reflejo en la iconografía mariana y constituyen el punto de partida del rito litúrgico de las coronaciones de aquellas imágenes de la Virgen que gozan de una extraordinaria veneración por parte de los fieles.

En el Nuevo Testamento la corona expresa la participación en la gloria de Cristo y es signo de santidad. San Pablo espera recibirla en el último día del Juez justo, junto “con todos aquellos que tienen amor a su venida” (2 Tim 4,8). Santiago nos habla de la “corona de la vida” que recibirán aquellos que perseveran firmes en la fe (Sant 1,12; Apoc 2,10); san Pedro nos asegura que es “la corona de gloria que no se marchita” (1 Ped 5,4); y, de nuevo, san Pablo la presenta como la “corona incorruptible” (1 Cor 9,25), sin parangón con la gloria efímera y los sucedáneos de felicidad de este mundo.

Dios quiera que la coronación de su titular sea para todos los miembros de la Hermandad de Ntra. Sra. de la Victoria y sus devotos, un verdadero acontecimiento de gracia, que renueve su vida cristiana y que nos recuerde a todos que nuestra primera obligación como cristianos es aspirar a la santidad, cada uno según su propio estado y condición, como nos ha encarecido recientemente el papa Francisco en la exhortación apostólica Gaudete et exsultate. María, coronada por Dios Padre en su asunción a los cielos, y por la Iglesia como fruto del amor y del cariño de sus hijos, es el modelo más acabado de colaboración con la gracia y de disponibilidad para acoger y secundar el plan de Dios. En eso consiste precisamente la santidad, a la que Ella nos alienta, y para lo contamos con su intercesión poderosa.

La coronación debe fortalecer además el compromiso evangelizador de los miembros de la Hermandad. La Virgen entregó al mundo al Salvador. Como ella, nosotros estamos obligados a anunciarlo y compartirlo con nuestros hermanos con el aliento de la que es Estrella de la Nueva Evangelización, como la llamara Juan Pablo II en La Rábida en 1993. Ella nos acompañará en esta tarea apremiante en nuestra Archidiócesis.

Termino mi carta felicitando de corazón a la Hermandad de las Cigarreras. Sé que ha preparado a conciencia este acontecimiento y no solo desde el punto material y logístico. Así se lo encarecí al Hermano Mayor y su Junta de Gobierno en su visita hace tres años para solicitarme la coronación. Les pedí que tuviera una fuerte tonalidad espiritual y que sirviera para incrementar su formación cristiana. Sé que han tenido un serio programa formativo y les felicito. Les pedí que fueran austeros en los gastos. Me consta que lo han sido y que, como acción social, han querido ayudar con una cantidad importante al recién creado centro para mujeres embarazadas con dificultades para proseguir con su embarazo. Dicho centro está vinculado a la familia eclesial Hogar de Nazaret y tiene su sede en la parroquia de san Joaquín.

Para los miembros de las Hermandad de las Cigarreras y para todos los devotos de la Virgen de la Victoria, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

 

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‘Nuestros hermanos los presos’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 21 de septiembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

El próximo lunes, 24 de septiembre, celebraremos la memoria litúrgica de Ntra. Sra. de la Merced, patrona de las instituciones penitenciarias. Por ello, comienzo mi carta semanal saludando cordialmente a todos los hermanos y hermanas que en nuestra Archidiócesis están privados de libertad, a los funcionarios que trabajan en los Centros Penitenciarios de Sevilla y a los capellanes y voluntarios del equipo de la Delegación diocesana de Pastoral Penitenciaria. A todos os deseo una celebración gozosa de la fiesta de la Virgen de la Merced.

Esta advocación surge en el reino de Aragón en el siglo XII y se extiende a lo largo del siglo XIII, cuyos inicios debieron ser muy duros para las ciudades del mediterráneo español. Eran frecuentes las incursiones de los turcos y beréberes en nuestro litoral, sembrando muerte y destrucción y haciendo cautivos a miles de cristianos que eran deportados al norte de África. En el año 1212 san Pedro Nolasco y san Raimundo de Peñafort fundan la orden de la Merced para la redención de los cautivos. Con las limosnas de toda la cristiandad, los frailes mercedarios los redimen, encomendándose a la protección y amparo de la Virgen de la Merced.

Tanto la Orden mercedaria como la Orden de la Santísima Trinidad, fundada por san Juan de Mata en 1198, han escrito páginas gloriosas de heroísmo y entrega desinteresada a los cautivos por amor a Jesucristo. Siguen hoy su estela las capellanías y los voluntarios de la pastoral penitenciaria, que con su presencia en las cárceles hacen presente el rostro misericordioso de Cristo y de su Iglesia sirviendo a nuestros hermanos encarcelados, los más pobres entre los pobres, pues nadie es más pobre que aquel que está privado de libertad. En la prisión, por otra parte, se concentran todas las formas de pobreza: violencia y delincuencia, marginación social, drogodependencias, desestructuración familiar y todo tipo de carencias humanas y afectivas.

Los capellanes y voluntarios de la Delegación  Diocesana, integrada por laicos y consagrados, en comunión y en nombre de nuestra Iglesia particular, tratan de vivir la bienaventuranza de Jesús: “venid, benditos de mi Padre… porque estuve en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 34.36) y, con ella, la más antigua y genuina tradición de la Iglesia primitiva, la preocupación por los encarcelados compartiendo su sufrimiento (Hbr 13,3). Tratan al mismo tiempo de crear en los centros penitenciarios una autentica comunidad de creyentes.

En ellos fomentan la creación de catecumenados de adultos y ofrecen a los internos la oportunidad de tener un encuentro fuerte con Jesucristo, por medio de la recepción de los sacramentos de la iniciación cristiana. Convencidos de que Jesucristo es el mejoro tesoro que posee la Iglesia y de que su seguimiento es fuente de gozo, paz, alegría y esperanza, los capellanes y voluntarios tratan de compartir con los internos su mayor riqueza, conscientes de que éste es el mejor servicio que pueden prestarles.

En sus visitas a la cárcel, no olvidan la promoción humana, la meta de la reinserción y la relación con el entorno familiar, para lo cual es importante la conexión con las parroquias de origen y la colaboración con Caritas diocesana. Junto con las autoridades penitenciarias, capellanes y voluntarios tienen por delante una importante tarea: siendo heraldos de la compasión y del perdón infinitos de Dios, han de ayudar a los internos a recuperar la esperanza y a redescubrir el sentido de la existencia, de manera que, con la gracia de Dios, puedan transformar su propia vida, reconciliarse con su entorno y, en la medida de lo posible, iniciar una vida honesta y recta en el seno de la sociedad.

En las vísperas de la fiesta de Ntra. Sra. de la Merced, al mismo tiempo que agradezco a capellanes y voluntarios su excelente servicio, invito a todos los fieles de la Diócesis y a las parroquias a colaborar en la pastoral penitenciaria, en primer lugar, con la oración que sostiene las actividades que se realizan, y también implicándose personalmente, tanto en las visitas y en el trabajo pastoral dentro de la prisión como fuera de ella.

Concluyo dirigiéndome a los internos de los Centros Penitenciarios de Sevilla. Queridos amigos: Dios os quiere. Esta es la primera seguridad  con que podéis contar y el manantial de la verdadera alegría. Fuera de la prisión hay muchas personas que tienen todo lo que se puede desear y no son felices. Por el contrario, se puede carecer de libertad y de dinero y vivir con  paz y alegría, si en nuestro corazón está el Señor. Este es el secreto de la auténtica alegría: que os dejéis amar por Dios y que Él ocupe el primer lugar en vuestra vida.

Contad con mi afecto y mi amistad. También con mi oración por vosotros y por vuestras familias. Para todos vosotros y para quienes leen habitualmente mi carta semanal, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

 

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‘Murillo, genio del arte y cristiano ejemplar’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 14 de septiembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

Estoy seguro de que a nadie extrañará que dedique una de mis cartas semanales a Bartolomé Esteban Murillo, extraordinario pintor sevillano, en el año en que Sevilla celebra el CD aniversario de su nacimiento. Murillo fue esencialmente, aunque no exclusivamente, un pintor religioso, faceta que conocieron en gran medida los arzobispos, el cabildo hispalense, con el que colaboró durante treinta años, y las instituciones religiosas de la ciudad, sobre todo la Hermandad de la Santa Caridad. Fue amigo de muchos miembros de la corporación capitular sevillana, singularmente de Justino de Neve. Fue grande además su cultura religiosa. Pero, sobre todo, a su genio artístico indiscutible, Murillo unió una fe sincera y una piedad no fingida, todo lo cual le confirió una clara afinidad o connaturalidad con la verdad revelada, el sentido sobrenatural de lo divino, el “sensus fidelium”, del que hablan los teólogos, que Dios concede a quienes viven cerca de Él con sencillez de corazón.

Porque nadie da lo que no tiene, yo estoy convencido que sólo la profunda religiosidad de Murillo explica unas obras que rezuman una extraordinaria unción religiosa y que nos muestran la visión de un cielo amable, claro y límpido; que nos descubren también lo etéreo de esos rompimientos de gloria que conectan el cielo con la tierra, que unen a Dios con el hombre. Murillo nos brinda además la belleza de las manos y los rostros de sus inmaculadas, de las santas Justa y Rufina, de los ángeles que sirven de escabel a sus purísimas y la mirada de la santidad de san Fernando en el cuadro pintado con ocasión de su canonización en 1671, todo lo cual es capaz de tocar el corazón de quienes contemplan sus obras sin prejuicios ni corazas, intuyendo en la belleza visible, la belleza invisible de Dios.

No se puede dudar de la profunda religiosidad de Murillo, miembro de las Hermandades del Rosario y de la Vera Cruz, miembro también de la Tercera Orden de san Francisco y de la Santa Caridad. En el hogar cristiano de Murillo surgieron dos vocaciones: su hijo Gaspar Esteban fue sacerdote y canónigo de Sevilla. Su hija Francisca María fue monja dominica en el convento sevillano de Madre de Dios.

Murillo ingresó en la Hermandad de la Santa Caridad en 1665 admitido por su fundador, el Venerable Miguel Mañara, con el que mantuvo una estrecha y sincera amistad. En el año 1650 Mañara apadrina a la hija del pintor Isabel Francisca, y al año siguiente a su hijo Francisco Miguel. Mañara y Murillo sintonizaron por entero en el meollo de la vida cristiana, en la caridad teologal hacia Dios y en la caridad con el prójimo, especialmente los pobres, los enfermos y los necesitados para los que Mañara funda la Hermandad y el Hospital de la Santa Caridad. Ambos habían leído en la primera carta de san Juan que “nadie puede decir que ama a Dios a quien no ve, si no ama al prójimo a quien ve” (1 Jn 4,20). Ambos habían leído en los Dichos de luz y amor de san Juan de la Cruz que “en la tarde de la vida te juzgarán del amor”. De ahí su compromiso cristiano y su compromiso fraterno.

Mañara, y con él Murillo, estaba convencido de la misteriosa identificación de Jesús con los pobres y los enfermos, en los que ve el rostro doliente del Señor. Por ello, encarece a sus hermanos de la Santa Caridad la necesidad de asistir a los enfermos no desde la lejanía, sino desde la cercanía y la inmediatez corporal, lavando, curando y besando sus llagas, pues como él mismo escribe “debajo de aquellos trapos está Cristo pobre, su Dios y Señor”. Esta es también la convicción hoy del papa Francisco: En la vigilia de Pentecostés de 2013 pregunta a los representantes de los movimientos eclesiales: «Y cuando das la limosna, ¿tocas la mano de aquel a quien le das la limosna, o le echas la moneda?». A continuación, el Papa les invitaba a ver y tocar en los pobres y enfermos la carne de Cristo, tomando sobre nosotros el dolor de los pobres.

Desde su convicción de que Jesucristo se identifica misteriosamente con los pobres, Murillo acepta gustoso los exigentes códigos morales que Mañara impuso a sus hermanos como fundador de la Santa Caridad. Entre otras muchas prescripciones, aquellos estaban obligados, a pedir limosna para los pobres en la puerta de San Miguel de la catedral y en las iglesias en que se celebraba jubileo todos los domingos y fiestas, y consta que Murillo cumplió escrupulosamente esta obligación.

En la documentación para justificar su entrada en la Caridad en 1665 se especifica que lo hace porque “será muy del servicio de Dios Nr. Sr. y de los pobres, tanto para su alivio como por su arte para el adorno de nuestra capilla”. Murillo era muy consciente de la fuerza evangelizadora de su pintura. Basta rastrear sus presupuestos existenciales y sus convicciones más íntimas. Es más que probable que Mañara y Murillo concibieran conjuntamente el programa iconográfico de las obras de misericordia, que Murillo llevará a los lienzos. Es seguro que en la mente de ambos el proyecto tenía una finalidad catequética y evangelizadora. Mañara lo manifestó más de una vez. El encargo debió materializarse entre el citado año 1665 y 1670, fecha de su conclusión.

Como es bien sabido, las obras de misericordia son catorce, siete corporales y siete espirituales. El programa iconográfico se centra en las corporales: visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento; dar posada al peregrino; vestir al desnudo; socorrer a los presos y enterrar a los muertos. Las seis primeras fueron pintadas por Murillo. La séptima no es lienzo. Es una talla soberbia, el entierro de Cristo, emplazada en el retablo mayor, debida a la gubia de Pedro Roldán y policromada por Valdés Leal a partir del año 1670.

De los seis lienzos sólo dos se hallan en su destino originario, la capilla de San Jorge, la segunda y la tercera de las obras de misericordia, que llevan como título la Multiplicación de los panes y los peces y Moisés haciendo manar el agua de la roca del Horeb, han sido recientemente restauradas por el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico. Los otros cuatro lienzos se inscriben en la relación fatal de los cuadros expoliados por el mariscal Soult, de infausta memoria, autor de la mayor catástrofe cultural acaecida en la historia de Sevilla. Me refiero a la primera de las obras de misericordia, la curación del paralitico de la piscina de Bethesda; la cuarta, Abraham y los tres ángeles; la quinta, el regreso del hijo pródigo; y la sexta, la liberación de san Pedro. Los cuatro se encuentran en pinacotecas extranjeras.

Insisto de nuevo en mi convicción de que Murillo confería a sus obras una finalidad didáctica y evangelizadora e, incluso, una finalidad apologética. Él se insertó de lleno en el movimiento que propugnaba en la Sevilla de la primera mitad del siglo XVII la definición dogmática de la Inmaculada Concepción. Sus diecinueve inmaculadas lo atestiguan. Aunque nacido en 1617, tuvo necesariamente que conocer lo que Domínguez Ortiz denominó el estallido inmaculista, provocado en la fiesta de la natividad de la Virgen de 1613 por un sermón predicado por el P. Diego de Molina, prior del convento dominico de Regina Angelorum, que manifestó alguna duda sobre la concepción sin mancha de la Santísima Virgen apoyándose en santo Tomás.

La reacción no se hizo esperar. El pueblo sencillo de Sevilla mostró con vehemencia su oposición. Los cronistas de la época nos dicen que la conmoción popular durante varias semanas provocó incluso problemas de orden público. La abundancia y exuberancia de las inmaculadas de Murillo tiene seguramente mucho que ver con la pasión con que vivió Sevilla la prehistoria del dogma inmaculista. Tales inmaculadas fueron el referente visual y plástico de una fe en la concepción inmaculada de la Virgen que creció incesantemente en Sevilla, ciudad mariana por excelencia, que tanto contribuyó a la declaración dogmática del papa Pío IX de 8 de diciembre de 1854.

Que la Virgen Inmaculada nos ayude a todos en este año a imitar la vida cristiana sincera de Bartolomé Esteban Murillo y su testimonio de fe.

Para todos mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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Función en honor del Santísimo Cristo de la Vera Cruz y Vigilia de Adoración a Jesús Sacramentado



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Boletín informativo de septiembre de 2018

(Publicado el martes, 11 de septiembre de 2018)

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Nuestra Sección Adoradora en los medios de comunicación - AGOSTO DE 2018

(Publicado el sábado, 1 de septiembre de 2018)

ANUNCIO DE LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES DE LA PORCIÚNCULA EN ALCALÁ DE GUADAÍRA
Reseña publicada en:

CRÓNICA DE LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES DE LA PORCIÚNCULA EN ALCALÁ DE GUADAÍRA
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