Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla con motivo de la Jornada de la Infancia Misionera 2018

(Publicado el viernes, 26 de enero de 2018)

asenjo_oficial_2010_pmQueridos niños y niñas de nuestra Archidiócesis:

El próximo domingo 28 de enero, celebraremos la Jornada de la Infancia Misionera con el lema “ATRÉVETE A SER MISIONERO”. Es un lema audaz y valiente. ¿Quién puede atreverse a ser misionero? A veces imaginamos al misionero como un hombre o una mujer jóvenes y vigorosos que emprenden una vida difícil y dura en tierras lejanas. Muchas veces es así. Pero la llamada a la misión a la que nos invita Jesús no es exclusivamente para los jóvenes. Todos, cualquiera que sea nuestra edad y condición, estamos llamados a comprometernos valientemente en el anuncio de Jesucristo. Pero no sólo en tierras lejanas, sino también en nuestro entorno. También vosotros, queridos niños y niñas, estáis invitados a ser aquí misioneros valientes.

El Papa Francisco nos recuerda en su exhortación apostólica Evangelii gaudium que “en virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19)”. Por tanto, todos los bautizados estamos invitados a ser misioneros. Es una exigencia de nuestro ser cristiano.

Atreverse a ser misionero significa atreverse a anunciar a Jesucristo, su vida y mensaje como una buena noticia. Y qué mejor noticia que decir a nuestros amigos, vecinos o compañeros de estudio, que Dios es Amor, que nos quiere y nos ama inmensamente, y que la expresión máxima de ese amor es que se encarnó en Jesucristo para salvarnos, para llenarnos de vida, de ilusión, de esperanza.

Atreverse a ser misionero es atreverse a construir un mundo mejor para todos, más fraterno, en el que hombres y mujeres, niños y niñas, sintamos que somos igual de importantes para Dios, vivamos solidariamente entre nosotros y sintamos que Dios es la fuente de ese amor que nos une y dignifica a todos.

Atreverse a ser misionero es atreverse a compartir una caricia, un beso, un apretón de manos con aquel que se siente solo o sufre por cualquier causa. Cuántas veces, queridos niños y niñas, habéis experimentado el amor y cariño de vuestros padres cuando os habéis sentido tristes. Ese amor os ha dado vida y os ha animado a seguir. Pues mucho más grande es el Amor que Dios nos tiene a todos. Atreverse a ser misioneros es mostrar, aunque sea tímidamente, ese amor a quienes estando cerca de nosotros, en el barrio o en el colegio se sientan tristes. Dios nos mira y nos ama con pasión. Atrevámonos a compartir esa experiencia amorosa con los demás. Eso es ser también misioneros.

Al igual que los misioneros y misioneras llevan el Evangelio a todos los rincones del mundo y su mensaje está lleno de amor y esperanza, también vosotros, queridos niños y niñas, podéis anunciar la Buena Noticia del Amor de Dios a vuestros amigos y compañeros de colegio e incluso a vuestros familiares. Una manera de ayudar a los misioneros y misioneras que están en tierras lejanas e incluso de ser vosotros mismos misioneros es rezando, pidiendo a Dios por los misioneros, por las personas a quienes atienden, y de manera especial por niños y niñas de esos países, pidiendo a Dios que nos dé a todos un corazón sensible y solidario con los sufrimientos de los demás. Rezar así es muy importante y lo podéis hacer solos o en compañía de vuestros padres, o con los compañeros de colegio o de catequesis. Rezando juntos, en comunión, es también un modo precioso de ser misioneros.

También podéis ser misioneros aportando algo de vuestros ahorros a la colecta de esta Jornada y animando a otros a hacerlo. Así prolongaréis vuestra participación, durante la última Navidad, en la operación SEMBRADORES DE ESTRELLAS, en la que regalabais con una sonrisa en la calle preciosas estrellas de Navidad que anunciaban el mensaje de Jesús. Este gesto seguro que ha provocado sonrisas en la gente, y ha ayudado a tomar conciencia del auténtico espíritu navideño. De esta manera, vosotros mismos pasáis a formar parte de la gran familia misionera, generosa y solidaria con los más necesitados. Adultos, jóvenes y niños, todos estamos invitados a atrevernos a ser misioneros, y juntos, lo haremos mejor.

Concluyo con estas palabras del papa Francisco en la que nos invita a ser misioneros: “Discípulos misioneros que saben ver, sin miopías heredadas; que examinan la realidad desde los ojos y el corazón de Jesús, y desde ahí juzgan. Y que arriesgan, que actúan, que se comprometen. […] [Que] la intercesión de nuestra Madre nos acompañe en nuestro camino de discípulos, para que, poniendo nuestra vida en Cristo, seamos siempre misioneros, que llevemos la luz y la alegría del Evangelio a todas las gentes”.

Que la Santísima Virgen os ayude a todos, queridos niños y niñas, a ser valientes y a comprometernos en la misión. Para todos vosotros y para todos los que os han acompañado de una forma o de otra en la bella tarea de colaborar con los misioneros y misioneras, mi abrazo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

 

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Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla con motivo de la Semana de la Unidad de los Cristianos

(Publicado el viernes, 19 de enero de 2018)

asenjo_oficial_2010_pmQueridos hermanos y hermanas:

Entre los días 18 y 25 de enero, la Iglesia está celebrando la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. El ecumenismo fue una de las prioridades pastorales del Concilio Vaticano II y de los pontificados de Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Lo es también, desde los inicios de su ministerio, del papa Francisco, quien nos ha recordado que el compromiso por la restauración de la unidad no es algo secundario o residual en la vida de la Iglesia o un apéndice de la pastoral ordinaria, puesto que su fundamento es el plan salvífico de Dios y la positiva voluntad del Señor, que quiso que su Iglesia fuera una y oró al Padre en la víspera de su Pasión para que todos seamos uno (Jn 17,21).

Trabajar por la unidad supone tomar en serio la oración de Jesús. Por ello, el ecumenismo y el compromiso a favor de la unidad es el camino de la Iglesia, que no es una realidad replegada sobre sí misma, sino permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica, como nos dijera el papa Juan Pablo II en la Encíclica Ut unum sint.

El empeño en favor del restablecimiento de la comunión plena y visible de todos los bautizados no compromete sólo a los expertos, los teólogos que participan en el diálogo institucional entre las diferentes iglesias. Es compromiso de todos los bautizados, de las diócesis, de las parroquias y de todas las comunidades eclesiales. Todos estamos llamados a hacer nuestra cada día la oración de Jesús, a rezar y trabajar por la unidad de los discípulos de Cristo.

La globalización es, sin duda, uno de los signos del tiempo que nos ha tocado vivir. En este contexto y ante la misión evangelizadora de la Iglesia, el compromiso ecuménico es más necesario que nunca. La división entre los cristianos “es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de la predicación del Evangelio” (UR 1). Por ello, ecumenismo y evangelización son dos realidades inseparables. A través de ellas la Iglesia cumple su misión en el mundo y expresa su catolicidad.

Cuando asistimos al avance vertiginoso de un humanismo sin Dios y constatamos el recrudecimiento de los conflictos que humillan especialmente a los pueblos del Tercer Mundo, la Iglesia debe ser hoy, más que en otras coyunturas históricas, “signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Ante la profunda nostalgia de paz que sienten hoy tantos contemporáneos nuestros, la Iglesia, signo e instrumento de unidad, ha de esforzarse en superar las divisiones entre los cristianos, para ser testigo creíble de la paz de Cristo.

En los últimos cincuenta años el ecumenismo ha recorrido un camino que ni los más optimistas hubieran soñado antes del Concilio Vaticano II. Ha progresado el diálogo teológico, han desaparecido muchas incomprensiones y prejuicios entre las distintas confesiones cristianas, ha crecido la conciencia de que somos hermanos y de que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Por ello, hemos de dar gracias a Dios. Sin embargo, todavía no hemos llegado a la meta soñada: la comunión plena y visible en la misma fe, en los mismos sacramentos y en el mismo ministerio apostólico, mientras han surgido problemas nuevos, especialmente en el campo de la moral.

Las dificultades no nos deben paralizar, sino todo lo contrario. Un cristiano no puede renunciar jamás a la esperanza, ni perder la valentía y el entusiasmo. El camino es todavía largo y arduo. Vivamos la espiritualidad de comunión, para sentir a los hermanos cristianos de otras confesiones, en la unidad profunda que nace del bautismo, como alguien que nos pertenece, para saber compartir y atender a sus necesidades, para ofrecerles una verdadera y profunda amistad (NMI 43), para acogerlos y valorarlos como regalo de Dios.

Antes de concluir, quisiera referirme al ecumenismo espiritual que es el alma y el corazón de todo el movimiento ecuménico (UR 8). No existe verdadero ecumenismo sin la mortificación voluntaria, sin la conversión personal y la purificación de la memoria, sin santidad de vida en conformidad con el Evangelio y, sobre todo, sin una intensa y asidua oración que se haga eco de la oración de Jesús. En este sentido, invito de corazón a los sacerdotes y consagrados de la Archidiócesis a organizar en estos días en todas las parroquias, iglesias y oratorios actos específicos de oración por la unidad de los cristianos. Siempre, pero especialmente en esta Semana, todos los fieles de nuestra Iglesia diocesana debemos imitar a la comunidad apostólica, reunida después de la Ascensión con María, la Madre de Jesús, para invocar la venida del Espíritu Santo (Hech 1,12-14). Sólo Él, que es Espíritu de comunión y de amor, puede concedernos la comunión plena, que tan vivamente deseamos.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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Bendición del Santísimo Cristo de la Vera+Cruz

(Publicado el martes, 16 de enero de 2018)


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Vigilia de Adoración al Santísimo Sacramento


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Reunión formativa de la Misión Parroquial

El próximo viernes, 19 de enero, a las 18:45 horas, la Sección, como parte integrante de la feligresía de la Parroquia de Santiago el Mayor, celebrará en el Convento de Santa Clara la cuarta reunión formativa del segundo curso de la Misión Parroquial. Tendrá lugar en el locutorio de las Hermanas Pobres de Santa Clara, junto al patio interior anexo a la iglesia.

Es preciso llevar consigo el libro "Misiones Populares: Formarnos para la Misión II", editado por la Vicaría Episcopal para la Nueva Evangelización de la Archidiócesis de Sevilla.

Este mes trataremos el tema "El proyecto de Jesús. Las Bienaventuranzas.".
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Boletín informativo de enero de 2018

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‘Ante el Día de las Migraciones’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 12 de enero de 2018)

asenjo_oficial_2010_pmQueridos hermanos y hermanas:

Nuestra actitud ante los emigrantes y refugiados es para el papa Francisco una piedra de toque de la calidad de nuestra vida cristiana. El  Santo Padre viene a decirnos que para ser fieles a Jesucristo, hemos de vivir una cercanía real y eficaz con nuestros hermanos emigrantes. A lo largo del año 2017 no ha habido semana en la que el Papa no haya tenido un mensaje claro y comprometedor sobre la situación de los diversos grupos de refugiados y emigrantes, tanto en Europa y América, como en Oriente Medio o en el Este de Asia. Todo parece indicar que va a seguir haciéndolo en el año que acabamos de comenzar. La Jornada Mundial de la Paz, que celebrábamos el día 1 de enero tenía como lema: “Migrantes y refugiados, hombres y mujeres que buscan la paz”. El lema no puede ser más apropiado y verdadero: Quien sale de su país dejando dolorosamente atrás a su familia, lo hace para buscar una vida asentada en la paz y la justicia, dispuesto siempre a propiciar la paz y la justicia donde llega.

La movilidad humana es una característica de nuestro tiempo, favorecida por la globalización. El turismo, internet y los movimientos migratorios son fenómenos de nuestro tiempo permitidos por el Señor que dirige la historia humana. Como nos dice Jesús en el Evangelio, hemos de saber leer los signos de los tiempos, de la misma manera que sabemos por el viento y las nubes que la lluvia se aproxima. Los signos de los tiempos evidencian que las corrientes migratorias no son un fenómeno pasajero. Una razón evidente es la tremenda e injusta desigualdad entre el hemisferio norte y el hemisferio sur. Nada va a parar a los jóvenes que sueñan con vivir en una sociedad en creciente bienestar y progreso, cuando su tierra no tiene que ofrecerles más que miseria y violencia.

Mientras que no se subsanen las causas que fuerzan a emigrar desde los países del sur, no cesará el flujo migratorio de jóvenes que están dispuestos a saltar cualquier valla o a cruzar cualquier mar para alcanzar sus sueños. Por ello, es inaplazable la colaboración internacional, no para reforzar los controles y trasladar a los jóvenes emigrantes lejos de nuestras fronteras, como está ocurriendo, sino para destinar recursos de los países ricos y crear programas de desarrollo en los países del sur de modo que los jóvenes de aquellas latitudes puedan vivir en su propia tierra, y quien emigre lo haga tomando su decisión en condiciones de libertad.

Los datos son terribles: más de tres mil personas han muerto ahogadas en el Mediterráneo en el año 2017, y aumentaría mucho esta cifra si le sumamos los que fallecieron en el camino desde el África subsahariana hasta el Magreb, los centenares de mujeres violadas, asesinadas o condenadas por las mafias a la prostitución. De todo ello saben mucho instituciones católicas como el Servicio Jesuita de Ayuda al Migrante, o las religiosas Adoratrices u Oblatas y las consagradas de Villa Teresita. Otro tanto podrían decirnos otras asociaciones católicas y también las no confesionales, pero que tienen católicos entre sus voluntarios. A todos ellos nuestro reconocimiento más sincero.

El mensaje del Papa para la Jornada  de las Migraciones de este año nos invita a que conjuguemos cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. La acogida ha de ser la primera actitud ante el inmigrante pobre. La acogida ha de ser humana y solidaria. Un cristiano, como el Buen Samaritano, no pone excusas cuando vislumbra a lo lejos a quien está al borde del camino apaleado y herido. Ha de bajarse de su cabalgadura y acercarse, curar y vendar a quien necesita ayuda y atenderle hasta que pueda valerse por sí mismo. ¿Qué clase de sociedad seríamos si abandonáramos a su propia suerte al inmigrante que viene herido, desnutrido y maltratado o lo recluyéramos en la cárcel como si fuera un delincuente?

La atención humana y cristiana al emigrante no se reduce a los cuidados de urgencia. Hemos de procurar proteger sus derechos y su desarrollo personal para que puedan aportar su talento y sus valores a nuestra sociedad. El aspecto  más novedoso del mensaje del papa Francisco es el último verbo con el que diseña nuestro compromiso con el emigrante: integrar. Hasta no hace mucho, la integración se entendía como la asimilación por parte del emigrante de la cultura del país de acogida. El Papa Francisco da la vuelta a esta idea y nos dice que la integración de los emigrantes ha de significar la acogida de su propia cultura para enriquecer la cultura del país que les acoge.

En nuestras parroquias y movimientos hemos de revisar nuestra actitud con los hermanos emigrantes y cómo tratamos de integrarlos, acogiéndolos con cariño, ayudándoles y tratándoles de acuerdo con su dignidad de personas e hijos de Dios.

Para todos, especialmente para nuestros inmigrantes, mi afecto fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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‘Feliz Año Nuevo’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 5 de enero de 2018)

asenjo_oficial_2010_pmQueridos hermanos y hermanas:

Feliz año nuevo para todos los cristianos de Sevilla y para todos los sevillanos.  El primer día del año celebrábamos la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Iniciábamos, pues el nuevo año de la mejor forma posible, de la mano de María. La liturgia renovada después del Concilio Vaticano II ha colocado esta solemnidad, que sustituye a la antigua fiesta de la Circuncisión del Señor, en el corazón de la Navidad, reconociendo así el papel insustituible de María en el misterio que en estos días celebramos. A ella, que hace posible la encarnación y el nacimiento del Señor, le pido para todos vosotros que el año 2018 sea un año de gracia, de verdadera renovación de nuestra vida cristiana y de nuestro compromiso apostólico. Con palabras de la primera lectura de la Eucaristía de aquella solemnidad os deseo a todos que en el nuevo año “el Señor os bendiga y os proteja, ilumine su rostro sobre vosotros y os conceda su favor; [que] el Señor se fije en vosotros y os conceda la paz” (Núm 6,24-26).

Ayer sábado, día 6, celebrábamos la solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía significa manifestación de Dios. En la Historia de la Salvación, Dios se ha ido manifestando paulatinamente. Al principio, a través de signos materiales, la zarza, el arca, el templo… Después, por medio de los profetas. Con el naci­miento de Jesús, comienza la etapa definitiva de la manifestación plena de Dios a la hu­manidad. Desde entonces nos habla, se nos hace cercano y accesible no a través de intermediarios, sino por medio de su Hijo, igual a Él en esencia y dignidad, reflejo de su gloria e impronta de su ser. Él es su Verbo, el origen y causa de todo lo que existe, la vida y la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.

A lo largo de estos días de Navidad nos hemos acercado con admiración y piedad infinitas a la cueva de Belén para contemplar al Niño en el pesebre. Y hemos comprobado que el Hijo eterno de Dios se ha hecho hombre verdadero, con nombre y apellidos, con una genealogía, con un lugar de nacimiento y con una familia tan sencilla como extraordinaria. El que no tenía carne, el que era puro espíritu inmaterial, asume nuestra carne. Se despoja de su rango y toma la condición de esclavo pasando por uno de tantos. Deja el seno cálido del Padre y emprende el duro camino de los hombres. Se hace, como escribe san Juan de Ávila, romero y peregrino. Vive en la intemperie y el desierto. No pasa de puntillas junto a nosotros. Asume nuestra naturaleza con todas sus consecuencias, excepto el pecado, sin rehusar la  debilidad y la fragilidad del ser humano. Sudará, sentirá el cansancio, la fatiga y la tristeza. Necesitará comer y descansar. Experimentará el dolor y la pobreza, hasta el punto de no tener donde reclinar su cabeza.

Por amor a los hombres, se hace el encontradizo con nosotros hasta dejarse crucificar. Por ello, la única actitud posible en estos días es la gratitud inmensa ante el amor inaudito de Dios, sin límites ni tasas, que hace exclamar a san Juan “Tanto amó Dios al mundo, que le envió a su Hijo Unigénito para que los hombres tengan vida eterna”.

En su nacimiento histórico hace 2000 años, Jesús se manifestó primero al pueblo de Israel representado por José, María y los pastores. Pero el Señor vino para toda la humanidad, representada por los tres Magos de Oriente. Estos personajes misteriosos, originarios de culturas dis­tintas de la de Israel, simbolizan la voluntad salvífica universal de Dios en la encarnación y el nacimiento de su Hijo. Por ello, la Epifanía, manifestación de Dios a los pueblos gentiles, es nuestra fiesta. En las personas de los Magos está prefigurada la humanidad entera. El mis­terio revelado en primer término a los más ínti­mos y cercanos, se abre también a nosotros y a todos los hombres.

Que en estos días de Epifanía, al mismo tiempo que seguimos contemplando el misterio del Dios hecho niño, le agradezcamos con emoción el don de la fe que recibimos el día de nuestro bautismo, la auténtica y verdadera manifestación de Dios en nuestras vidas; y que tratemos de hacerla cada día más viva  y operante de modo que penetre en todas las entretelas de nuestra alma, de nuestra vida personal y familiar, de nuestros empeños y proyectos.

La Epifanía, junto con Pentecostés, es la gran fiesta de la misión universal de la Iglesia, una fiesta de una intensa tonalidad apostólica y misionera. La mejor manera de agradecer a Dios su manifestación y el regalo de la fe es renovar nuestro compromiso misionero, de modo que la manifestación que co­menzó con la adoración de los Magos, siga extendiéndose al mundo entero con nuestra oración, nuestra palabra y nuestro testimonio.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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