‘En la fiesta de la Sagrada Familia’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 28 de diciembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

En el marco precioso de la Navidad celebramos en este domingo la fiesta de la Sagrada Familia. Comienzo mi carta semanal saludando a los Delegados diocesanos, a los sacerdotes y laicos comprometidos en la Pastoral Familiar en los Centros de Orientación Familiar y en las parroquias. Os manifiesto mi afecto fraterno, mi aprecio y gratitud por la hermosa tarea que realizáis, tan urgente y necesaria en esta hora de la Iglesia y del mundo.

Pocos flancos de la pastoral de la Iglesia son tan urgentes y fecundos como la pastoral de la familia y de la vida, un campo verdaderamente apasionante y en el que hay tanto por hacer. A todos os invito a fortalecer la comunión en los planos doctrinal y pastoral. Es de capital importancia que todos los que servimos en este sector tan esencial en la vida y en la acción de la Iglesia trabajemos unidos, naveguemos en la misma barca, remando con el mismo ritmo, con la misma intensidad y en la misma dirección. Lo contrario sólo conduce a la ineficacia y a la esterilidad, en un campo verdaderamente importante en la vida de la Iglesia y en el que no podemos derrochar energías inútilmente.

No es el momento de hacer un análisis sobre la situación de la familia en el mundo occidental y en España, que ciertamente está sumida en una profunda crisis. Sí quisiera subrayar el altísimo valor social y eclesial que encierra la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer y en el amor conyugal, santificado por la gracia del sacramento y abierto a la transmisión de la vida. Las palabras de la Constitución Gaudium et Spes, a pesar de sus cincuenta años largos de vigencia, no han perdido un ápice de actualidad: “La salud integral de la persona, de la sociedad y de la comunidad cristiana está estrechamente ligada a la salud integral de la comunidad conyugal y familiar” (GS 48). Esta afirmación del Concilio Vaticano fue reformulada por Juan Pablo II con estas palabras: “El futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la familia”. Otro tanto nos ha dicho en esos años cientos de veces el papa Francisco, que bien recientemente nos ha recordado la afirmación de GS “la familia es la escuela del más rico humanismo”.

En los últimos años se ha repetido hasta la saciedad que esta “es la hora de la familia”. Efectivamente, es la hora de establecer una pastoral familiar orgánica desde las parroquias; de acompañar a los matrimonios para que vivan gozosamente su fidelidad, la espiritualidad que les es propia y entiendan el matrimonio como una auténtica vocación dentro de la Iglesia y un camino específico de santificación; de acompañar a los novios para que se preparen con seriedad para el matrimonio y asuman plenamente el proyecto de Dios en sus vidas; de ayudar a esposos y novios a que descubran la dimensión más profunda y auténtica de la sexualidad según el plan de Dios; de ayudar a los matrimonios y a las familias con problemas o en situaciones difíciles; de reclamar a los poderes públicos una mayor atención y ayuda a la familia en todos los sentidos, económico, educativo y cultural; y de ayudar a los matrimonios para que sean los primeros transmisores y comunicadores de la fe a sus hijos, conscientes de que la familia es la primera célula de la Iglesia, la Iglesia doméstica.

Es este un tema de capital importancia en el marco de la nueva evangelización. Los padres, en efecto, son los primeros educadores y evangelizadores de los hijos. Nadie puede suplantarles ni privarles de este sagrado derecho, que están llamados a ejercer en primera persona. Ellos deben ser los primeros responsables del anuncio del Evangelio a sus hijos, a través de la palabra y de su testimonio de vida. En la iniciación cristiana de sus hijos en el hogar es cuando los padres cristianos “llegan a ser plenamente padres, es decir, engendradores no sólo de vida corporal, sino también de aquella que, mediante la renovación del Espíritu brota de la Cruz y Resurrección de Cristo”, como escribiera Juan Pablo II en Familiaris consortio (n. 9).

Es un hecho constatable que, entre nosotros, desde hace décadas, se ha interrumpido la transmisión de la fe en la familia. Muchos padres han dimitido de la obligación primordial de ayudar a sus hijos a conocer al Señor, iniciarles en la oración y los hábitos de piedad, en la devoción a la Virgen, el descubrimiento del prójimo y la experiencia de la generosidad. Es una consecuencia fatal de la secularización de nuestra sociedad, en la que valores religiosos representan bien poco. Es urgente, pues, que la pastoral familiar ayude a los padres a redescubrir su misión como primeros evangelizadores de sus hijos, para lo que cuentan con la gracia del sacramento.

 Para todas las familias de la Archidiócesis, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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A la venta los décimos del Sorteo Extraordinario del Niño de la Lotería Nacional

(Publicado el martes, 25 de diciembre de 2018)

Como siempre, cada décimo se venderá a 23 €, de los cuales 3 € serán en concepto de colaboración con nuestra Sección Adoradora Nocturna.

Con este donativo podemos llevar a cabo muchos de los actos que organizamos durante el año, entre otros fines, porque, con cada pequeña aportación, logramos hacer mucho.

Y además, siempre está la ilusionante posibilidad de que nos sonría la suerte y el número salga premiado, como ha sucedido en alguna ocasión.
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Vigilia de Adoración a Jesús Sacramentado para despedir el año

(Publicado el lunes, 24 de diciembre de 2018)

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Boletín informativo de diciembre de 2018

(Publicado el viernes, 21 de diciembre de 2018)

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‘Para vivir de verdad la Navidad’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

Queridos hermanos y hermanas:

¡Santa y feliz Navidad! Este es mi deseo en la víspera de la Nochebuena para todos los cristianos de la Archidiócesis. No es para menos. El lunes, en la Misa de medianoche, la liturgia nos anunciará de nuevo la gran noticia que hace dos mil años el ángel anunció a los pastores: “No temáis, os traigo la Buena Nueva, una gran alegría para todo el pueblo: en la ciudad de David os ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). Y volveremos a escuchar el cántico de los ángeles: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Por ello, nos alegramos y regocijamos con la liturgia de la Iglesia, porque con el nacimiento de Jesús «se manifiesta la benignidad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres» (Tit 3,4). Así es en realidad. La encarnación y el nacimiento del Señor es fruto del amor deslumbrante de Dios por la humanidad. «El Verbo, igual con el Padre -escribe san Juan de Ávila- quiso hacer romería y pasar por el mundo peregrino. Por amor toma ropa de paño grueso, el sayal de nuestra humanidad» (Serm. 16).

La admiración, el estupor y la gratitud deben ser en estos días las consecuencias naturales de la contemplación del don de la Encarnación, gratitud en primer lugar al Padre de las misericordias, de quien parte la iniciativa. Dios Padre se apiada del hombre perdido y se acerca a nosotros por medio de su Verbo. Pone en Él un corazón humano y lo hace uno de los nuestros. En Cristo el Padre se nos entrega, gesto que es tanto más de agradecer por cuanto que esto acontece, como dice san Pablo, cuando nosotros estábamos lejos y vivíamos de espaldas a Dios (Rom 5,8-10). Esta es la maravilla que en estos días de Navidad contemplamos y celebramos con gratitud.

Nuestra acción de gracias deberá detenerse también en Jesús, quien en su entrada en el mundo dirige a su Padre esta oración filial: «He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad» (Heb 10,5-7). Jesús obedece al Padre para reparar la desobediencia de Adán (Hebr 5,8), obedece hasta la muerte por nosotros (Fil 2,8), con la sumisión del que es enteramente libre. Agradezcamos al Señor en estos días su obediencia, pues en ella está en el origen de nuestra salvación.

No olvidemos en nuestra contemplación serena y agradecida a la tercera persona de la Santísima Trinidad, pues la Encarnación se realizó «por obra y gracia del Espíritu Santo». Él fue la sombra fecunda que obró el prodigio (Lc 1,35) en una especie de Pentecostés anticipado. Por ello, llenos de gratitud, alabamos también al Espíritu Santo.

Por último, en esta Navidad hemos de acercamos con amor filial a Santa María, la «llena de gracia» (Lc 1,28), la esclava obediente a la Palabra de Dios (Lc 1,38). Con María la humanidad tiene una deuda permanente e impagable. Su fiat, su sí, su hágase en mí según tu palabra hace posible nuestra salvación. Con gran generosidad responde a Dios que ella es su esclava y que desea ardientemente que se realice con su cooperación su proyecto salvador. Nosotros admiramos con emoción su grandeza y con gratitud inmensa la alabamos como causa de nuestra alegría.

Un nuevo modo de agradecer el nacimiento del Señor es reconocer y respetar la dignidad del hombre, que en la encarnación recobra toda su grandeza. En el oficio de lecturas del día de Navidad nos dirá san León Magno que, al precio de la sangre de Cristo, Dios ha concedido al hombre una dignidad extraordinaria: ha sido hecho partícipe de la naturaleza divina, miembro del cuerpo místico y templo del Espíritu Santo. Cristo, pues, descubre al hombre la grandeza de su vocación. Por ello, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado (GS, 22). En su encarnación, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre, identificándose especialmente con el hambriento, el sediento, el desnudo, el transeúnte y el inmigrante, el enfermo y el privado de libertad (Mt 25,31-46).

En consecuencia, agradecemos el don de la Encarnación, cada vez que reconocemos, respetamos y defendemos la dignidad inalienable del hombre, cuando lo valoramos como Dios lo valora y le amamos como Dios le ama. Cuando curamos sus heridas o aliviamos su soledad, cuando damos de comer al hambriento o cobijo a los sin techo, cuando tutelamos y defendemos la dignidad de nuestros hermanos.

En su nacimiento el Señor se hace enteramente solidario con nosotros. Por ello, sólo viviremos auténticamente la Navidad si una fuerte carga de fraternidad alienta nuestras relaciones y sacude nuestra indiferencia ante los hermanos. La cercanía a los pobres es una actitud obligada si queremos vivir coherentemente la Navidad.

Os reitero a todos mi felicitación más cordial ¡Santas y felices Pascuas para todos los cristianos de la Archidiócesis!

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

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‘Una Navidad cerca de los pobres’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

(Publicado el viernes, 14 de diciembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

De acuerdo con los datos que nos brinda Cáritas diocesana, en nuestra Archidiócesis, tener trabajo no significa dejar de ser pobre. De hecho, uno de cada cuatro sevillanos con empleo está en riesgo de exclusión porque sus salarios son ínfimos. El empleo remunerado ya no sirve de garantía para salir de ser la pobreza. Según la Encuesta de Población Activa del cuarto trimestre de 2017, en la provincia de Sevilla hay 206.900 personas en paro y la tasa de desempleo alcanza el 22,4 por ciento, con un 20,15 por ciento de hombres y un 25,08 de mujeres. Llama la atención el hecho de que el número de hogares con todos sus miembros activos en paro se eleva a 70.762, mientras que 67.799 personas desempleadas no reciben ninguna prestación, casi el 34 por ciento del total de los parados.

Las frías cifras que nos ofrecen las estadísticas tienen rostros concretos, nombres y apellidos. Cualesquiera que sean las causas de su situación, son personas que sufren, que no tienen trabajo, que pasan hambre y frío, que en ocasiones carecen de vivienda, de luz eléctrica y de medios para promocionarse culturalmente. Es evidente que este triste panorama nos interpela a todos, a los responsables políticos, a la sociedad y también a la Iglesia y a los cristianos.

Estamos ya en vísperas de Navidad. Todo indica que, como en los años anteriores, van a ser muchos los que van a intentar secuestrar el sentido religioso de estos días santos. Desde hace semanas, los reclamos publicitarios nos invitan al derroche y al consumismo desenfrenado, que solapa y secuestra el Misterio y ofende a los pobres. Por ello, un año más os invito a vivir unas Navidades austeras, pues la alegría verdadera no es fruto de los grandes banquetes ni de los regalos ostentosos. Nace del corazón puro, de la buena conciencia y del encuentro cálido con el Señor, que viene a transformar y a plenificar nuestras vidas. Vivid también unas Navidades solidarias. El Señor viene a nuestro encuentro también en los pobres, en los pequeños, en los que no cuentan, en los débiles y desfavorecidos, en los que carecen de lo necesario para vivir, en quienes han perdido la esperanza.

En la liturgia del Adviento el profeta Isaías nos recuerda que el Señor viene a “enjugar las lágrimas de todos los rostros”. Y lo quiere hacer a través nuestro. Sólo así “celebraremos y nos gozaremos con su salvación…” (Is 25, 9-10). Esto quiere decir que sólo disfrutaremos de la alegría auténtica de la Navidad quienes, movidos por la caridad de Cristo, nos acerquemos a los pobres poniéndonos de su parte y en su lugar, compartiendo con ellos nuestros bienes, viviendo también muy cerca de los inmigrantes y refugiados, de los enfermos y de los ancianos que viven solos.

Una forma práctica y segura de ejercer la caridad con los pobres es a través de Cáritas Diocesana o de las Cáritas parroquiales, de las que todos nos debemos sentir orgullosos. Conozco y aprecio el esfuerzo que estas instituciones están haciendo a través de sus programas de asistencia a enfermos y desvalidos y de sus proyectos de empleo y lucha contra la exclusión social. Valoro también los planes de formación del voluntariado acerca de la identidad eclesial de Cáritas, el impulso que está dando al Fondo Diocesano de Comunicación Cristiana de Bienes y todos los programas que tratan de robustecer la esperanza vacilante de los pobres. Agradezco además el trabajo de los voluntarios de la sede diocesana y de las Cáritas parroquiales.

Invito a todos los fieles de la Diócesis a colaborar con nuestras Cáritas siempre, pero especialmente en estos días. En la sinagoga de Nazaret el Señor nos declara el núcleo más genuino de su mensaje cuando nos dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí: me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, para proclamar la liberación de los cautivos, devolver la vista a los ciegos y liberar a los oprimidos…” (Lc 4,18). Esta fue la tarea del Señor en su vida histórica entre nosotros y es también la tarea que quiere realizar a través de sus discípulos, que en el tiempo de la Iglesia debemos cumplir esta Escritura, siendo testigos del amor de Dios por el hombre, que de forma tan cercana y visible se hace patente en los misterios que celebramos en Navidad.

En nombre de los pobres, agradezco a los directivos, técnicos y voluntarios de Cáritas su entrega, su defensa de la dignidad de la persona humana y su servicio a los necesitados. Cuidad siempre las raíces sobrenaturales de vuestro compromiso caritativo, pues quienes se comprometen en el servicio de la caridad en la Iglesia han de ser personas movidas ante todo por el amor de Cristo, que despierta en ellos el amor al prójimo.

Para todos, especialmente para los pobres,  para los socios, voluntarios y técnicos de Cáritas, mi saludo afectuoso y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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Vigilia mensual de Adoración a Jesús Sacramentado

(Publicado el martes, 11 de diciembre de 2018)

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Carta Pastoral ‘Vivamos con intensidad el Adviento’

(Publicado el viernes, 7 de diciembre de 2018)

Queridos hermanos y hermanas:

De la mano de la Virgen Inmaculada hemos comenzado el nuevo año en la Liturgia de la Iglesia y, simultáneamente, el tiempo santo de Adviento. En él nos preparamos para recordar la venida del Señor en carne hace veinte siglos y su nacimiento en la cueva de Belén. Pero la celebración del nacimiento del Señor es algo más que un recuerdo, un aniversario o un cumpleaños. Es un acontecimiento actual, porque la liturgia místicamente lo actualiza cada año y porque toca y compromete profundamente nuestra existencia: el Señor que vino al mundo en la primera Navidad y que volverá glorioso al final de los tiempos, quiere venir ahora a nuestros corazones y a nuestras vidas.

Del mismo modo que el pueblo de Israel se preparó para la venida del Mesías, que era esperado como el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a nuestros primeros padres, renovada a los patriarcas y reiterada una y mil veces por la palabra de los profetas, así también hoy el nuevo pueblo de Dios, los cristianos, nos preparamos intensamente para celebrar el recuerdo actualizado de aquel gran acontecimiento, que significó el comienzo de nuestra salvación. Sólo si disponemos nuestro corazón para acoger al Señor, como lo hicieron María y José, los pastores y los magos, el Adviento y la Navidad será para nosotros un hito de gracia y salvación.

A lo largo de las cuatro semanas de Adviento escucharemos en la liturgia a los profetas que anunciaron la llegada del Mesías esperado. Isaías, Zacarías, Sofonías y Juan el Bautista nos invitarán a prepararnos para recibir a Jesús, a allanar y limpiar los caminos de nuestra alma, es decir, a la conversión y al cambio interior, para acoger con un corazón limpio al Señor que nace, que debe nacer o renacer con mayor intensidad en nuestras vidas.

Adviento significa advenimiento y llegada; significa también encuentro de Dios con el hombre. En estos días, el Señor, que vino hace 2000 años, se va a hacer el encontradizo con nosotros. Para propiciar nuestro encuentro con Él, yo os propongo algunos caminos: en primer lugar, el camino del desierto, la soledad y el silencio interior, tan necesarios en el mundo de ruidos y prisas en que estamos inmersos, que tantas veces propicia actitudes de inconsciencia, alienación y atolondramiento. Necesitamos en estos días cultivar la interioridad; necesitamos entrar con sinceridad y sin miedo en el hondón de nuestra alma para conocernos y tomar conciencia de las miserias, infidelidades y pecados que llenan nuestro corazón e impiden que Jesucristo sea verdaderamente el Señor de nuestras vidas. Qué bueno sería iniciar o concluir el Adviento con una buena confesión, que nos reconcilie con el Señor y con la Iglesia, permitiéndonos reencontrarnos con Él.

El Adviento es tiempo además de oración intensa, prolongada, humilde y confiada, en la que, como los justos del Antiguo Testamento, repetimos muchas veces Ven, Señor Jesús. La oración tonifica y renueva nuestra vida, nos ayuda a crecer en espíritu de conversión, a romper con aquello que nos esclaviza y que nos impide progresar en nuestra fidelidad. Por ello, es siempre escuela de esperanza. La oración nos ayuda además a abrir las estancias más recónditas de nuestra alma para que el Señor las posea, las ilumine y dé un nuevo sentido a nuestra vida.

Nuestro encuentro con el Señor que viene de nuevo a nosotros en este Adviento no será posible sin la mortificación, el ayuno y la penitencia, que preparan nuestro espíritu y lo hace más dócil y receptivo a la gracia de Dios. Tampoco será posible si no está precedido de un encuentro cálido con nuestros hermanos, con actitudes de perdón, ayuda, desprendimiento, servicio y amor, pues no podemos decir que acogemos al Señor que viene de nuevo a nosotros, si no renovamos nuestra fraternidad, si no le acogemos en los hermanos, especialmente en los más pobres y necesitados.

El Adviento es uno de los tiempos especialmente fuertes del año litúrgico. Por ello, hemos de vivirlo con intensidad y con esperanza, la virtud propia del Adviento, la esperanza en el Dios que viene a salvarnos, que viene a dar respuesta a nuestras perplejidades y sinsentidos, a poner bálsamo en nuestras heridas, a devolvernos la libertad y a alentarnos con la promesa de la salvación definitiva, de una vida eterna, feliz y dichosa.

Acabamos de celebrar la solemnidad de la Inmaculada Concepción. La Santísima Virgen es el mejor modelo del Adviento. Ella acogió a su Hijo, primero en su corazón y después en sus entrañas. Ella, como dice la liturgia, esperó al Señor con inefable amor de Madre y preparó como nadie su corazón para recibirlo. Que ella sea nuestra compañera y guía en nuestro camino de Adviento. Que Ella nos ayude a prepararnos para recibir al Señor y para que el encuentro con Él transforme nuestras vidas y nos impulse a testimoniarlo y anunciarlo.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia, ataviada para el Tiempo de Adviento y la Solemnidad de su Inmaculada Concepción

(Publicado el sábado, 1 de diciembre de 2018)




Fotografías: N. H. A. D. Juan Escamilla Martín.
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