a Sección Adoradora Nocturna.
A la venta los décimos del Sorteo Extraordinario de Navidad de la Lotería Nacional
(Publicado el domingo, 1 de diciembre de 2019)
a Sección Adoradora Nocturna.
Carta Pastoral con motivo de la ‘III Jornada Mundial de los Pobres’
(Publicado el sábado, 16 de noviembre de 2019)
Evangelio del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
Jesús nos ha dicho que “el final de los tiempos no vendrá enseguida”. Ahora es el tiempo de dar testimonio, y no dejarse engañar por personas ni supuestos signos que anuncian la proximidad del fin.
El tiempo histórico que los cristianos están llamados a vivir viene marcado por las dificultades y contradicciones. La actitud requerida es la perseverancia. La fidelidad a Jesucristo debe ser total y continua, con la seguridad de que su ayuda no faltará. Por lo tanto, debemos mirar al futuro con serenidad y paz. La Palabra no nos quiere infundir angustia, sino animarnos a tener más confianza en Dios y serle fieles. La fatiga y las desgracias de la vida cotidiana han de ser una ocasión para ir madurando en nuestra fe y dar un testimonio de vida coherente en Jesús. Es decir, tomar el presente con seriedad (que no es sinónimo de tristeza ni miedo), para vivir en vigilancia pensando en el futuro sin descuidar el presente en todas sus dimensiones.
Santa Misa y Vigilia de Adoración al Santísimo Sacramento
(Publicado el domingo, 10 de noviembre de 2019)
Carta Pastoral por el Día de la Iglesia Diocesana ‘Sin ti no hay presente. Contigo hay futuro’
(Publicado el sábado, 9 de noviembre de 2019)
Evangelio del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
En el evangelio de este domingo, Jesús nos muestra su visión de la vida eterna: el Padre nos tiene preparada una vida totalmente nueva después de la resurrección. Se trata -nada más y nada menos- de una participación en su misma Vida divina. Dios es un Dios de vivos, no de muertos.
Los cristianos confesamos en el Credo que creemos en la Vida futura. Esta fe se debe traducir en esperanza, que ilumina nuestra visión de la vida futura…, y de la presente. Estamos “de paso”, como peregrinos hacia la Patria futura y definitiva.
Ahora bien, creer y pensar en la Vida eterna futura no supone escapar de los compromisos de esta vida temporal. Más bien lo contrario: adelantar a este mundo el Reino de Dios. Debemos, eso sí, dar importancia a las cosas que de verdad la tienen, relativizando lo demás: la mayoría de las veces lo urgente no es lo importante.
Somos, pues, un Pueblo en marcha que tiene como meta el Reino de los cielos. Nos fiamos plenamente de Jesús, el Maestro.
Crónica de la Función Conmemorativa del CXVII aniversario de la Sección y Besamanos de Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia del Género Humano
(Publicado el martes, 5 de noviembre de 2019)
Evangelio del Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
(Publicado el domingo, 3 de noviembre de 2019)
Carta Pastoral ‘Noviembre, mes de los difuntos’
(Publicado el viernes, 1 de noviembre de 2019)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy celebramos la solemnidad de Todos los Santos y mañana la Conmemoración de los Fieles Difuntos, y no quiero que vaya adelante este mes, que en la piedad popular está dedicado a los difuntos, sin dedicar una de mis cartas semanales a quienes “nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz”. El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 958) nos dice que “la Iglesia peregrina… desde los primeros tiempos del cristianismo, honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció sufragios por ellos, pues, `es una idea piadosa y santa orar por los difuntos para que sean liberados del pecado’ (2 Mac, 12,46)”.
La visita al cementerio y la oración por nuestros familiares, amigos y bienhechores difuntos, especialmente en el mes de noviembre, es en primer lugar una profesión de fe en la resurrección de la carne, en la vida eterna y en la pervivencia del hombre después de la muerte, uno de los artículos capitales del Credo Apostólico. Gracias a la resurrección del Señor, los cristianos sabemos que somos ciudadanos del Cielo, que la muerte no es el final, sino el comienzo de una vida más plena, feliz y dichosa, que Dios nuestro Señor tiene reservada a quienes viven con fidelidad su vocación cristiana y mueren en gracia de Dios y en amistad con Él.
Los sufragios por los difuntos, entre los que hay que contar también la mortificación y la limosna, son además una confesión explícita de nuestra fe en el dogma de la Comunión de los Santos y de nuestra convicción cierta de que los miembros de la Iglesia peregrina, junto con los Santos del Cielo y los hermanos que se purifican de sus pecados en el purgatorio, constituimos un pueblo y un cuerpo, el Cuerpo Místico de Jesucristo. Somos una familia, en la que todos nos pertenecemos, que participa de un patrimonio común, el tesoro de la Iglesia, del que forman parte los méritos infinitos de Jesucristo, todos los actos de su vida, muy especialmente su pasión, muerte y resurrección, y la oración constante de quien “vive siempre para interceder por nosotros” (Hebr 7,25). A este patrimonio precioso pertenecen también los méritos e intercesión de la Santísima Virgen y de todos los Santos, la plegaria de las almas del purgatorio y nuestras propias oraciones, sacrificios y obras buenas, que hacen crecer el caudal de caridad y de gracia del Cuerpo Místico de Jesucristo.
Los miembros de la Iglesia no somos islas. Todos, vivos y difuntos, estamos misteriosamente intercomunicados por lazos tan invisibles como reales. Todos nos necesitamos y podemos ayudarnos. “Como la Iglesia –nos dice Santo Tomás de Aquino- está gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común”. De él todos podemos participar. Por ello, acudimos cada día al Señor y nos encomendamos a la Santísima Virgen, a los Santos y a nuestro ángel custodio. Del mismo modo, podemos y debemos encomendar la fidelidad y perseverancia en nuestros compromisos a la intercesión de las almas del purgatorio, a las que también nosotros podemos ayudar a aligerar su carga y a acortar la espera del abrazo definitivo con Dios, con nuestras oraciones, sacrificios y sufragios, singularmente con el ofrecimiento de la santa Misa. Como es natural, hemos de encomendar en primer lugar a nuestros seres queridos, familiares, amigos y conocidos, pero también a todas las almas del purgatorio, sobre todo, a aquellas que no tienen quienes recen por ellas o están más necesitadas.
En el último día de nuestra vida, en la presencia del Señor, conoceremos en qué medida las oraciones y sacrificios de otras personas por nosotros nos mantuvieron en pie y afianzaron nuestra vida cristiana. Entonces comprobaremos el valor salvífico de nuestra plegaria y de nuestras buenas obras para otros hermanos, cercanos o lejanos, conocidos o desconocidos. Entonces sabremos también cómo nuestra tibieza y nuestros pecados debilitaron el tesoro de gracia del Cuerpo Místico de Cristo, haciéndonos reos de los pecados ajenos, lo cual ya desde ahora debe estimularnos a afinar en nuestra fidelidad al Señor y en el cumplimiento de nuestros deberes.
Al mismo tiempo que os invito a encomendar, especialmente en este mes, a las benditas ánimas del purgatorio a la piedad y misericordia de Dios, entre las que seguramente tenemos familiares y amigos, os recuerdo con el papa Pío XII, en su encíclica Mystici Corporis, el misterio, que él llama “verdaderamente tremendo y que nunca meditaremos bastante”, que la salvación de un alma dependa de las voluntarias oraciones y mortificaciones de otros miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo. Este misterio sorprendente debe ser para todos una interpelación constante y una llamada apremiante a la santidad y a vivir con responsabilidad nuestra vida cristiana, pues muchos bienes en la vida de la Iglesia están condicionados a nuestra fidelidad.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Hoy, Solemne Función en honor de Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia del Género Humano, en Acción de Gracias por el CXVII Aniversario Fundacional de la Sección
Hoy quiero cantarte, Señora de los Ángeles,
A la venta los décimos del Sorteo Extraordinario de Navidad de la Lotería Nacional
a Sección Adoradora Nocturna.
Carta Pastoral ‘Necesitamos oír la voz del laicado’
(Publicado el jueves, 31 de octubre de 2019)
Queridos hermanos y hermanas:
Los laicos estáis llamados a ser Iglesia en medio del mundo. Como pide el papa Francisco, necesitamos un laicado que se arriesgue, que se implique, que no tenga miedo a equivocarse y que mire siempre hacia adelante con alegría y esperanza. Ante el avance de la secularización, la apatía y la indiferencia religiosa, estáis llamados a vivir el sueño misionero de llegar a todas las personas (niños, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos) y a todos los ambientes (familia, trabajo, empresas, educación, compromiso socio-caritativo, ocio y tiempo libre…). Estáis llamados también a escuchar la llamada universal a la santidad encarnada en el contexto actual en los ambientes, la familia, el trabajo, la educación de los hijos y las relaciones sociales, «con sus riesgos, desafíos y oportunidades» (GE, n. 2).
En nuestras Orientaciones Pastorales Diocesanas (2016-2021), siguiendo la propuesta del papa Francisco para toda la Iglesia, se propone “que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera” (EG 15,25). Por ello, en el curso pastoral 2019-2020, como recordaba en mi carta pastoral de inicio de curso “Haciendo amigos de Dios”, continuamos nuestro camino de conversión con la alegría de vivir el Evangelio en medio de nuestra sociedad, cada uno según las peculiaridades de su vocación y misión.
En nuestra Archidiócesis nos estamos preparando para celebrar el Congreso Nacional de Laicos, que se celebrará en febrero de 2020, en Madrid, organizado por la Conferencia Episcopal Española. Este Congreso, que lleva por lema «Pueblo de Dios en salida», desea escuchar la voz del laicado y reflexionar sobre la dimensión misionera de nuestra fe cristiana, tomando como pilares fundamentales la vocación, la comunión y la misión.
Desde estas líneas quiero animar a todas las parroquias, a sus grupos, a los laicos que participan en la misa dominical, a los que realizan servicios eclesiales; y a los que forman parte de los Movimientos y Asociaciones, de nuestras Hermandades y Cofradías, y aquellos que desempeñan su tarea en colegios, obras asistenciales o sociales, a todos, a que os impliquéis en el proceso de comunión y sinodalidad que supone esta experiencia de la fase diocesana del Congreso en nuestra Archidiócesis.
Como seguramente conocéis, la fase diocesana está abierta hasta el próximo 15 de noviembre. En ella se nos pide que facilitemos una amplia participación del Pueblo de Dios en Sevilla. Para ello hemos preparado un documento-cuestionario recibido de la Comisión Episcopal de Apostolados Seglar de la Conferencia Episcopal Española. Para sostener esta acción, para su adecuado impulso y animación se ha constituido la Comisión Diocesana del Congreso presidida por el señor Obispo Auxiliar, el Vicario para la Nueva Evangelización y los delegados diocesanos que mayor número de laicos aglutinan: Pastoral Juvenil, Familia y Vida, Hermandades y Cofradías, y Apostolado Seglar.
Una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable donde todos nos hemos de sentir Pueblo de Dios capaces de compartir nuestros dones con los hermanos. Este es el camino que vamos a recorrer en estos meses, orar, escuchar, analizar, dialogar, discernir y aconsejar para que se tomen las decisiones necesarias conforme a la voluntad de Dios. Esta llamada es también para los que han abandonado la fe o la práctica religiosa, para los que se fueron y ya no están, y para los que nunca caminaron a nuestro lado, ni se sentaron en la mesa cálida y familiar de la Iglesia. Es una llamada para todos, para redescubrir el mensaje siempre nuevo de Jesús.
Desde estas líneas quiero agradeceros vuestra colaboración, signo de comunión y fraternidad, en el proceso que hemos iniciado. Para facilitar la participación de todos, en nuestra Archidiócesis hemos querido ofrecer un cuestionario online, que se puede rellenar personalmente y que se puede encontrar al inicio de nuestra página web. La participación online está pensada especialmente para cuantos acuden a nuestras Eucaristías dominicales y no suelen participar asiduamente en nuestros grupos diversos, aunque todos podéis participar. El Papa Francisco nos dice que “los laicos están en primera línea de la vida de la Iglesia” por eso nadie se puede quedar al margen de este proceso que hemos iniciado.
Jesús nos pide que sepamos leer los signos de los tiempos (GS 4) a partir de su mandato misionero: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Cf. Mc 16,15). Ese es el gran desafío que tenemos como Iglesia. En el cuestionario se nos pide reconocer, interpretar y elegir. Estamos llamados a recorrer la senda del caminar juntos, porque solo una pastoral que sea capaz de renovarse a partir del cuidado de las relaciones y de la calidad de la comunidad cristiana será significativa y atractiva para la mujer y el hombre de hoy.
Encomiendo al Señor y a su bendita Madre el trabajo que se os pide y los frutos del Congreso. Mi bendición para todos.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Crónica del nombramiento como "Adoradores Honoríficos de Jesús Sacramentado" de las personas que encarnaron a los Reyes Magos y la Estrella de la Ilusión en la Cabalgata del pasado 5 de enero
(Publicado el martes, 29 de octubre de 2019)
Solemne Función y Besamanos en honor de Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Consolación y Gracia del Género Humano, en Acción de Gracias por el CXVII Aniversario Fundacional de la Sección
Hoy quiero cantarte, Señora de los Ángeles,
Carta Pastoral ‘De nuevo la eutanasia’
(Publicado el viernes, 25 de octubre de 2019)
Queridos hermanos y hermanas:
Escribo esta carta semanal con el propósito de ayudar a mis lectores a reflexionar sobre un tema que ha vuelto tristemente al primer plano de la actualidad. Nos dicen que sobre él existe consenso social por lo cual es necesario legislar. Como es bien sabido, la eutanasia es la acción u omisión tendente a acelerar la muerte del anciano o del enfermo terminal o desahuciado con el propósito de ahorrarle sufrimientos. Permitida ya en algunos países, es uno de los signos más evidentes de la deshumanización de nuestra sociedad. Aunque se enmascare con eufemismos tales como muerte digna o muerte dulce, es un verdadero asesinato y, por ello, una acción gravemente inmoral.
Siendo cierto que toda vida humana es digna del máximo respeto, lo es aún más en la ancianidad y la enfermedad. La ancianidad constituye la última etapa de nuestra peregrinación terrena. En su fase final puede discurrir en condiciones muy penosas y precarias. No faltan quienes se cuestionan si tiene sentido la existencia de un ser humano absolutamente dependiente y cercado por el dolor. ¿Por qué seguir viviendo en esas condiciones infrahumanas y dramáticas? ¿No sería mejor aceptar la eutanasia como una liberación? ¿Es posible vivir la enfermedad como una experiencia humana que hay que asumir con paciencia, valor y espíritu cristiano?
Con estas preguntas se confrontan cada día quienes por profesión o parentesco deben acompañar y servir a ancianos o enfermos, especialmente cuando parece que no existen ya posibilidades de curación. La mentalidad eficientista hoy imperante tiende a marginar a estas personas, como si fueran solo un peso y un problema para la sociedad. Quienes creen en la dignidad de todo hombre o mujer, cualquiera que sea su estado y situación, saben que hay que respetarles y sostenerles, aunque su estado sea terminal. Entonces es lícito recurrir a los cuidados paliativos que, aunque no curan, pueden aliviar los sufrimientos del enfermo, sin olvidar el amor, el cariño, el consuelo y el acompañamiento, tan importantes como los cuidados clínicos.
Querría subrayar también que en la atención a los ancianos y enfermos deben involucrarse las familias. El ideal sería que sean ellas las que acojan y se hagan cargo de ellos con afecto y alegría, de forma que los ancianos y enfermos terminales puedan pasar el último período de la vida en su casa y prepararse a la muerte en un clima de calor familiar. Si es imprescindible el ingreso en el hospital, es importante que no decaiga el vínculo del paciente con sus seres queridos y su propio entorno. En ambos casos debe facilitarse a estas personas el consuelo de la oración, el acceso a los sacramentos, la visita del sacerdote y el consuelo de los hermanos en la fe, los equipos parroquiales de pastoral de la salud.
Los últimos papas, san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han exhortado muchas veces a científicos y médicos a seguir investigando para prevenir y curar las enfermedades ligadas al envejecimiento, sin ceder jamás a la tentación de recurrir a la eutanasia y al acortamiento de la vida de enfermos y ancianos. Juan Pablo II afirmó en Evangelium vitae que «la tentación de la eutanasia se presenta como uno de los síntomas más alarmantes de la cultura de la muerte que avanza sobre todo en las sociedades del bienestar» (n. 64). De ello deberían tomar buena nota los políticos, científicos, investigadores, médicos y enfermeros.
La vida del hombre es don de Dios que todos debemos custodiar siempre. Tal deber corresponde sobre todo al personal sanitario cuya vocación específica es ser servidores de la vida en todas sus fases, particularmente en la ancianidad y en la enfermedad terminal. En esas circunstancias, el remedio no es quitar la vida al enfermo, aunque él lo pida, sino aliviar sus sufrimientos, cosa que hoy es posible. Idéntico deber corresponde también a las familias, que no pueden disponer de la vida de un ser querido enfermo. Otro tanto cabe decir de los políticos y legisladores, que no pueden enmendarle la plana al único dueño de la vida que es Dios. En estos momentos, en España necesitamos un compromiso real para que la vida humana sea respetada en todas sus fases, desde la concepción hasta el último aliento.
Para los cristianos la fe en Cristo ilumina la enfermedad y la ancianidad. Muriendo en la cruz, Jesús dio al sufrimiento humano un valor y un significado trascendente. Ante el sufrimiento y la enfermedad los creyentes no podemos perder la serenidad, porque nada, ni siquiera la muerte, puede separarnos del amor de Cristo. En Él y con Él es posible afrontar y superar todas las pruebas y, precisamente en el momento de mayor debilidad, experimentar los frutos de la Redención. El Señor resucitado se manifiesta en cuantos creen en Él como el viviente que transforma la existencia dando sentido salvífico también a la enfermedad y a la muerte.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Homilía en la ordenación sacerdotal de Eduardo Vega
(Publicado el sábado, 19 de octubre de 2019)
- El Señor nos concede el privilegio de participar la ceremonia de ordenación sacerdotal de un hermano nuestro, Eduardo Vega Moreno, a quien nos unen los vínculos de la sangre, de la amistad, del afecto y de la estima y, sobre todo, los vínculos bien profundos de la misma fe en el Señor Jesús. En un clima de plegaria ferviente, vamos a vivir con él uno de los acontecimientos más transcendentales de su vida.
- En realidad, todos nosotros, desde el bautismo, tenemos ya el carácter sacerdotal, el sacerdocio común. En el bautismo quedamos incorporados a Jesucristo, sumo y eterno sacerdote, y fuimos hechos partícipes de su sacerdocio, de su condición de profeta, de su dignidad real y de su misión de pastor. En virtud del sacerdocio común, todos estamos llamados a ser santos y a sanar y santificar a nuestros hermanos; con el encargo de los profetas que hablan en nombre de Dios y proclaman y testimonian el Evangelio; con la misión de los reyes o pastores del pueblo, para vivir la diversidad de carismas en la unidad, el amor, la comunión y la preocupación por nuestros hermanos.
- Pero de entre los miembros de este pueblo de reyes, profetas y sacerdotes, Dios llama a algunos, a los que entrega una especial participación en su función de sacerdote, profeta y pastor, distinta no sólo en grado sino sustancialmente del sacerdocio común de todos los bautizados. Por el sacramento del orden, por la imposición de manos del Obispo y la efusión del Espíritu, el Señor les encomienda que actúen “en la persona de Cristo” ejerciendo el sacerdocio ministerial al servicio de todo el Pueblo de Dios.
- Querido hermano Eduardo: el sacerdocio que dentro de unos momentos vas a recibir como don y que, a partir de ahora vas a ejercer como ministerio, te va a vincular con un nuevo vigor con Jesucristo, el sumo y eterno sacerdote, y te va a exigir la mayor fidelidad desde la especial amistad e intimidad con Él. Al elegirte y llamarte, al regalarte el don de la vocación y al hacerte ahora partícipe de su sacerdocio, el Señor te ha distinguido con una amistad especial por una iniciativa libre y gratuita. Porque el Señor te ha amado primero, espera de ti una respuesta de amor, una respuesta de amistad. Los sacerdotes debemos ser los primeros amigos de Jesús, los grandes amigos de Jesús. “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”, nos dice el Señor en su discurso de despedida. Esto quiere decir que la amistad y comunión profunda de los sacerdotes con el Señor, debe tener después como consecuencia el seguimiento fiel y la transparencia cabal de aquel en cuyo nombre actuamos.
- En el ejercicio de tu ministerio, querido Eduardo, vas a representar a Jesucristo, maestro, sacerdote y pastor. Vas a desempeñar la función de enseñar en su nombre. Antes de predicar la Palabra de Dios, acógela en tu corazón, creyendo lo que escuchas y viviendo lo que enseñas. En el anuncio de la Palabra de Dios, no olvides nunca la comunión con la Iglesia, pues ella es su depositaria e intérprete. No olvides tampoco el testimonio de vida, pues los discursos más brillantes, sólo aprovechan y estimulan si van acompañados de las obras y el buen ejemplo.
- Vas a desempeñar también la función de santificar en nombre de Cristo, el sumo y eterno sacerdote. En la administración de los sacramentos y, especialmente, en la celebración de la Eucaristía, Él te va a permitir actuar en su nombre, “representando a la persona de Cristo Cabeza de la Iglesia”. Ello te exigirá una permanente conversión a Él y una identificación profunda con aquel a quien vas representar, algo que los fieles tienen derecho a esperar de ti.
- En la administración de los sacramentos, vas a entrar en la esfera de la santidad de Dios. Ello pide de ti una vida santa, inspirada en el radicalismo evangélico, una vida, como la de Jesús, pobre, casta, humilde y obediente, edificada y recreada cada día en la oración. Que Él lo sea todo para ti. En oración y en la celebración de la Eucaristía, descubrirás el gozo y el valor de tu propia vida. Ese es el lugar de la Iglesia y su quehacer principalísimo por todo el orbe de la tierra y ese es el lugar y el quehacer fundamental de todo sacerdote. A la vera del Señor encontrarás la alegría, la fortaleza y la seguridad necesarias para la exigente tarea que te espera.
- En el ejercicio de tu sacerdocio, por fin, vas a desempeñar, en nombre de Cristo, la función rectora de la comunidad. Que Jesucristo, el Buen Pastor, te conceda crecer cada día en caridad pastoral y en amor a los fieles; que los ames con entrañas de padre. Que les dirijas con auténtico espíritu de servicio. Que descubras cada día su presencia en los más pobres y sencillos, en los enfermos, los ancianos, los niños y los jóvenes, amando y sirviendo a todos, buscando la oveja perdida, perdonando los pecados, consolando a los afligidos, sanando los corazones destrozados, liberando a quienes son víctimas de tantas cadenas (Is 63,1-3) en nombre de aquel que no vino a ser servido, sino a servir a dar su vida en rescate por todos.
- Hoy el Señor toma posesión de ti para seguir anunciando el Reino de Dios a tus hermanos, para manifestar la bondad y la misericordia de Dios, para llevar el perdón a los hijos descarriados y ayudarles a creer en su Padre celestial y a vivir de acuerdo con su condición de hijos de Dios y ciudadanos del cielo. Vive enteramente a su servicio, sin reservarte nada, sin añorar nada, sin mirar para atrás, poniendo al Señor y su Reino en el primer término de tus anhelos y proyectos.
- Se humilde, paciente y perseverante. No te creas más que nadie. No dudes nunca del valor de la Palabra que anuncias. No te avergüences de Jesús ni de su Iglesia. No pongas nunca la sabiduría de Dios al servicio de la pobre sabiduría de los hombres. No sometas el poder del Evangelio a tus conveniencias, ni a los deseos de los poderosos de este mundo. Conserva siempre la confianza en el Señor, vive de verdad como siervo suyo. Él te hará libre para cumplir su voluntad y para servir a tus hermanos en la verdad y en el bien.
- Entra de lleno en la paradoja del Evangelio, que nos dice que, en este mundo, quien pierde la vida por el Señor, la gana; y quien pretende ganarla al margen de Dios, la pierde. Vive la sencillez y la simplicidad del Evangelio que es más sabia que la sabiduría del mundo. Él nos asegura que la humildad y la debilidad de Dios es la fuerza profunda que mueve la vida de la Iglesia. Al hacerte hoy partícipe del sacerdocio de Jesús, asumes su debilidad, pero también su fortaleza invencible. A partir de ahora llevarás en tu cuerpo, en tu ministerio, la debilidad y el dolor de su muerte, pero llevaréis también el esplendor y la victoria de su resurrección, que es la mejor garantía de un sacerdocio fecundo y fiel.
- En la hermosa aventura que hoy comienzas siéntete siempre acompañado por la Virgen María, la Madre de Jesús, la Madre fuerte de la Iglesia naciente, la Madre amorosa y tierna de cuantos queremos vivir en comunión familiar con Jesús. Las palabras y el ejemplo de María constituyen una sublime escuela de vida en la que se han formado los apóstoles de ayer, de hoy y de siempre. Teniendo a María en el corazón, ella te ayudará a responder filialmente al Padre, a vivir el amor y la adhesión a su Hijo, y a acoger las inspiraciones del Espíritu Santo. Amen.
+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla
‘Cristo Vive (II)’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
(Publicado el viernes, 18 de octubre de 2019)
Queridos hermanos y hermanas:
Hace un mes publiqué una carta con un comentario sobre los cuatro primeros capítulos de la exhortación apostólica Christus vivit del papa Francisco. Os recuerdo que su argumento fundamental era la pastoral juvenil y vocacional. En ella se recogen los frutos del último Sínodo. Os recuerdo también las primeras palabras del Papa: “Cristo vive, esperanza nuestra y Él es la más hermosa juventud de este mundo… las primeras palabras que quiero dirigirá cada uno de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo!”.
En el capítulo quinto el Papa inculca a los jóvenes algunas convicciones: Dios es amor, Cristo vive y nos salva y el Espíritu Santo cambia nuestra vida, la ilumina y le imprime un rumbo mejor. A continuación, el Papa invita a los jóvenes a vivir y experimentar la amistad con Jesús con estas palabras terminantes, destino y meta de toda pastoral juvenil: “Por más que vivas y experimentes no llegarás al fondo de la juventud, no conocerás la verdadera plenitud de ser joven, si no encuentras cada día al gran amigo, si no vives en amistad con Jesús”. El Papa invita también a los jóvenes a ser apóstoles y a compartir la fe en Jesús: “¿Por qué no hablar de Jesús, por qué no contarles a los demás que Él nos da fuerzas para vivir, que es bueno conversar con Él, que nos hace bien meditar sus palabras? Jóvenes, no dejéis que el mundo os arrastre a compartir sólo las cosas malas o superficiales. Sed capaces de ir contracorriente y sabed compartir a Jesús, comunicad la fe que Él os regaló. Ojalá podáis sentir en el corazón el mismo impulso irresistible que movía a san Pablo cuando decía: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16)”.
El capítulo sexto se titula Jóvenes con raíces. Tener raíces es estar conectado a una historia, a una familia, a una cultura, a unos amigos, a unos padres y a unos abuelos a los que hay que escuchar, huyendo de la superficialidad y de la manipulación que halaga a los jóvenes, “que desprecian la historia, que rechazan la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoran todo lo que los ha precedido”. Son los puntos de arraigo que nos permiten asumir con realismo y amor el momento presente con su posibilidades y riesgos, con sus alegría y dolores, para anunciar la Buena Notica en estos tiempos nuevos.
El séptimo capítulo el Papa anima a encontrar nuevos caminos, creativos y audaces para la pastoral juvenil. En ellos se debe privilegiar el idioma de la proximidad, el lenguaje del amor desinteresado, que toca el corazón, llega a la vida y despierta esperanza. Es necesario acercarse a los jóvenes con la gramática del amor. El lenguaje que los jóvenes entienden es el de aquellos que dan la vida, el de quien está allí por ellos y para ellos, y el de quienes, a pesar de sus límites y debilidades, tratan de vivir su fe con coherencia. El punto de llegada y la meta es la experiencia de Dios, el encuentro con Jesús que transforma los corazones. Después vendrá la formación doctrinal y moral y la experiencia de la generosidad, la vivencia de la fraternidad y el servicio a los pobres, iniciándoles además en el apostolado, todo ello en un marco de familia, haciendo de la parroquia un verdadero hogar para tantos jóvenes sin arraigo familiar.
El octavo capítulo está dedicado a la vocación. Para el Papa “lo fundamental es discernir y descubrir que lo que quiere Jesús de cada joven es ante todo su amistad”. En el marco de esa amistad, afirma, “somos llamados por el Señor a participar en su obra creadora, prestando nuestra aportación al bien común a partir de las capacidades que recibimos”. La vida del joven y de cualquier persona debe ser para los demás ordinariamente en el marco de la familia y del trabajo. A algunos, sin embargo, el Señor les llama a seguirle en el sacerdocio o en la vida consagrada, camino que debemos proponer a los jóvenes con valentía. Los jóvenes no deberían descartar esta posibilidad si sienten la mirada atractiva y fascinante de Jesús.
El capítulo noveno está dedicado al discernimiento vocacional. El Papa comienza afirmando que “sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento”. Se trata de entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno. Se trata de reconocer la propia vocación en un clima de soledad, silencio, oración y apertura a la escucha de la llamada del Amigo, todo ello con el acompañamiento de personas solventes y la ayuda maternal de María, la Virgen fiel, modelo de los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.
Para todos los jóvenes y cuantos les acompañan, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Crónica de la Vigilia Diocesana de las Espigas celebrada en Pilas
(Publicado el domingo, 6 de octubre de 2019)
Solo queda resaltar y agradecer la gran acogida y masiva participación del pueblo e instituciones de Pilas en esta Vigilia Diocesana de las Espigas, consiguiendo entre todos, que haya sido memorable, con la seguridad de que todos, especialmente los organizadores, tendrán la satisfacción del deber cumplido.
Fotografías: D. Francisco Perejón Ortega.