Nombramiento de nuevos adoradores nocturnos en la Sección de Alcalá de Guadaíra y fin del Quinario a Jesús Sacramentado

(Publicado el sábado, 20 de junio de 2015)

El pasado día 18 de junio, en el marco del Quinario a Jesús Sacramentado, la Sección de Alcalá de Guadaíra recibió a tres nuevos adoradores (María Dolores Asensio Oller, José López Fuentes y Antonio Araujo Gómez). Conforme a lo establecido en el Manual de la Adoración Nocturna Española, el sacerdote celebrante, el Padre Manuel Ángel Cano, les incorporó a la Adoración Nocturna, haciéndoles participantes de todas las gracias y bienes espirituales de la Sección alcalareña.

El presidente de la Sección, Juan Jorge García García encendió un cirio en la lámpara del Sagrario y se colocó junto al celebrante, quien procedió a la bendición e imposición de insignias, pidiendo que aquellos a quienes les sean impuestos los distintivos de la Adoración Nocturna, fructifiquen en la santidad para gloria y alabanza de Dios.

Antes de que los nuevos adoradores fueran llamados uno a uno y subieran para recibir de manos del Padre Manuel Ángel la insignia y el cirio encendido, el celebrante dijo: “Recibid el signo de la Adoración Nocturna para que os sirva de escudo en las luchas de la vida, os recuerde la necesidad de buscar constantemente la gracia del Señor y os haga alabar y bendecir al Santísimo Sacramento. Y recibid también la vela encendida, para que seáis luz del mundo y conservéis en él íntegra la fe, fortalecida la esperanza y aumentada la caridad. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.”

Recibida la insignia y el cirio encendido se fueron colocando en semicírculo en el presbiterio. Con la bandera bendecida y colocada en el lado del Evangelio, los nuevos adoradores pasaron ante ella, la besaron y se retiraron a sus puestos, dispuestos a adorar a Cristo Eucaristía. Como dijo el Papa Juan Pablo II en su visita a España el 31 de octubre de 1982: “¡Dios está aquí! ¡Venid, adoradores! ¡Adoremos a Cristo Redentor! La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este Sacramento de Amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración. Y en esas horas junto al Señor, os encargo que pidáis particularmente por los sacerdotes y religiosos, por las vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada. ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!”




El viernes 19 finalizó el Quinario a Jesús Sacramentado, siendo el Padre Manuel María Roldán Roses, Párroco de Santiago el Mayor, quien ocupó la Sagrada Cátedra. A este sacerdote, la Sección alcalareña le debe que los adoradores sean y se sientan auténticos agentes pastorales de la Parroquia a cuya collación pertenece el Convento de Santa Clara. El Padre Manuel María, que es profesor del Centro de Estudios Teológicos, ofreció una homilía de gran carga teológica y doctrinal, cuyo contenido merece ser conocido y saboreado. Por eso se transcribe a continuación:

Archicofradía de la Adoración Nocturna Española, Hermanas Clarisas, Hijas de San Francisco y Santa Clara, queridos hermanos todos. No cabe duda que en el capítulo VI de San Juan, la parte de él que hemos proclamado en el Evangelio, contiene todo lo que es la teología de la Eucaristía y conviene acercarnos, sobre todo en momentos como este, de este Quinario en honor, gloria y alabanza de Jesús Sacramentado. Así pues, acercarnos a este misterio inefable, misterio de los misterios, que es la presencia de Dios en este Pan Vivo bajado del Cielo, como dice Jesús. Conviene, pues, acercarnos para comprender lo que es la grandeza de la Eucaristía.

En primer lugar, lo que empieza bien, ya sabemos que no va a acabar bien. Sabemos por esas expresiones fuertes de Jesús, que los judíos no asumieron que era el Pan Vivo bajado del Cielo. Pero la cosa no empieza tan mal, porque ellos, los que le escuchan, están deseosos. Ellos dicen: bueno, trabajar por el alimento que no perece, el alimento que perdura (esto viene después de la multiplicación de los panes y los peces). Y bien, ¿cómo podemos ocuparnos en los trabajos? Palabra clave: los trabajos. Es decir, ¿qué tengo yo que hacer para agradar a Dios?, le preguntan. Y Jesús, sin rodeos les responde: “Que creáis en el que él ha enviado”.

¿Cómo agrado yo a Dios? Teniendo fe en Jesucristo (lo que nos falta es la fe en Jesucristo), creyendo en el Plan de Dios. Porque creer en Jesucristo, no solamente es creer en que él es el Hijo bendito, en que él es el hijo de Dios, sino creer que él es quien me trae la salvación. Eso es lo importante: creer que él es salvación y vida para mí.

Por lo tanto, si yo no tengo fe en ese principio, pues todo lo demás huelga, porque podré hacer muy poco con mi vida que agrade a Dios. Porque creer es adhesión, no es simplemente, además, una adhesión intelectual. El demonio también cree en Dios y también cree que Jesucristo es el Hijo de Dios. Pero es una adhesión intelectual: lo conoce. Se trata de una adhesión existencial, con la vida: yo creo y me pego a Jesús hasta el punto que quiero que él viva en mí. De eso es de lo que se trata. Y claro, ellos le preguntan: ¿Y qué signo hay para que creamos en ti? Porque el signo que tenemos es el maná en el desierto. Es decir, Dios libera el pueblo, hace que cruce el Mar Rojo, lo alimenta por el desierto, lo trae a la tierra prometida, hace una alianza, un pacto. Pues bien, ese es el signo. Y Jesús dice, en primer lugar, “No fue Moisés quien os dio Pan del Cielo”. ¿Por qué? Pues porque vuestros padres comieron de ese pan y murieron. La liberación no es total. Es una liberación social y política, la que ellos tuvieron; también religiosa: se constituyeron en pueblo de Dios. Pero no era completa, murieron. Estaban bajo el poder del pecado y del dominio del mal. La muerte tiene todavía dominio.

Es mi Padre el que da el Pan de Dios que baja del Cielo y da vida al mundo. Es Dios quien toma la iniciativa. No es un hombre, por muy santo que fuese Moisés. Es Dios y, además, ese Pan que va a dar Dios, ese da la Vida al mundo. No es simplemente una liberación. No es simplemente, ya que os convertisteis en su pueblo, sino que además da la Vida, pero no se trata solamente de una vida física, biológica, sino que también es la Vida divina.

Por eso, ellos dicen: “Ah, danos siempre de este Pan. Tú eres el profeta, te estimamos como profeta, ¿dónde está este pan? Danos siempre de este Pan, para que tengamos la vida divina, para que la muerte y el mal no tengan dominio sobre nosotros. Danos este Pan. Queremos este Pan.”

Pero comienzan los problemas. Dice Jesús: “Yo soy el pan de la Vida. El que viene a mí, no pasará hambre, y el que cree en mí, nunca pasará sed.” Jesús es quien dice: “No tenéis que seguir buscando ni esperando.” Pues esperan todavía al Mesías. No tenéis que seguir esperando, pues Dios hace tiempo ya que cumplió su promesa. Pero entonces le critican: ¿Cómo es posible? Estamos viendo que este es un hombre. Es Jesús el hijo de José. Conocemos a su padre y a su madre. ¿Él ha bajado del Cielo? ¿Cómo es posible?

Jesús les habla del don de Dios. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Es decir, hay que pedir la fe. Señor auméntanos la fe. Que nuestra fe no mengüe. Que nuestra fe crezca, que germine, que dé frutos, en primer lugar en mi vida. Auméntanos la fe.

Sabemos bien que la fe es uno de las tres virtudes teologales, significa que procede de Dios, no del hombre ni de lo que el hombre sabe ni de lo que el hombre puede, sino que es un don de Dios. Pues auméntanos la fe y yo lo resucitaré en el último día.

Por eso dice Jesús: “El que cree, tiene ya vida eterna”. Ese es el principio de la vida eterna. Ese tipo de fe, ese tipo de confianza, ese tipo de creencia, ese tipo de adhesión: “Porque yo soy el Pan de la Vida. No como aquel, que lo comieron y murieron. Yo soy el Pan Vivo que ha bajado del Cielo.” El Pan Vivo, que en el literal evangelio griego, es más que un participio pasado, un participio presente. Es decir: “Yo soy el Pan Viviente bajado del Cielo”. Es una traducción mucho mejor para comprender el misterio de la Eucaristía. No es Pan Vivo, sino el Pan Viviente, porque el que es viviente, puede dar vida. El que me come, tiene ya vida. Porque tiene poder de recibirme a mí para tener vida divina, vida eterna. Por eso dice Jesús, que ha bajado del Cielo y el que come de este Pan, vivirá para siempre. “Y el Pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.

Podíamos haber seguido leyendo el capítulo VI de San Juan, pero dentro de un mes vamos a leerlo en la Eucaristía de los domingos. Tendremos esto a finales de julio, primero de agosto, leer todo este capítulo VI de San Juan. Por lo tanto, Jesús es el Pan Viviente que ha bajado del Cielo. Recibirlo a él, es tener vida eterna; creer en Jesús es tener vida eterna, vida divina. Y por lo tanto, se trata de estar en íntima unión con Jesús. Porque igual que el don de la fe es una virtud teologal y es un don de Dios, también la esperanza es una virtud teologal, es un don de Dios. Y también la caridad es un don de Dios, como virtud teologal. Y si no tenemos a Jesús, no podemos tener ninguna de estas tres virtudes, que son las que nos introducen y nos hacen vivir ya, aquí y ahora, aunque veladamente y con distancia, la vida divina, la vida intratrinitaria.

Por eso, qué gran misterio. Y tenemos a Jesús en la Eucaristía. Por eso él se queda en el Pan y el Vino. Podía haberse quedado en otro gesto, en otro símbolo, en su santa libertad y sabiduría. Sin embargo, escoge el alimento y la bebida: el pan y el vino. Para manifestar de una forma comprensible que igual que el alimento nos da la vida, el recibirlo a él, en las Especies Consagradas del Pan y el Vino, que se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor, pues nos da la Vida divina, la Vida perdurable, la Vida eterna.

Así pues, queridos hermanos, sin la Eucaristía no podemos vivir. Esa fue la respuesta de aquellos jóvenes, trescientos mártires, cuando le preguntaban: ¿Por qué celebráis la Eucaristía? El procónsul romano ha prohibido que celebremos la Eucaristía, y ellos les dijeron: “Sin la Eucaristía no podemos vivir. Nos quitáis la vida, pero la vida que de verdad nos interesa. No una vida temporal y sometida a contradicciones, como esa, sino la Vida divina, la Vida perdurable, la Vida de Dios ya aquí en la tierra. No podemos vivir sin la Eucaristía.”

Por eso, queridos hermanos, es la Eucaristía celebrada, la Eucaristía recibida, y como hacéis muy bien vosotros, la Eucaristía adorada. No hay mayor tesoro, no digo en la Iglesia sino en el mundo, que el que guarda el Sagrario. No hay mayor don, el donante se ha hecho don en la Eucaristía. Y yo, pobre de mí, estoy invitado a ese banquete, que me da salud y que me da la salvación, que me da la vida divina. Yo estoy también invitado a postrarme de rodillas y adorarlo a él y pedirle que dé esta Vida divina para el mundo entero, para la Iglesia y para todos los hombres y mujeres del mundo. Para que podamos transformar este mundo nuestro del que tanto nos quejamos, y muchas veces con razón, el Reino de Dios. Sin Jesús no podemos. Sin la Eucaristía estamos mermados, no tenemos fuerzas, no tenemos capacidad, no tenemos pasión. Sin la Eucaristía no tenemos estímulo. Ver a Dios en la Eucaristía para adorarlo. Recibir a Dios en la Eucaristía celebrada para tener la fuerza y la Vida divina es luz.

Este es el gran misterio que nos congrega, este es el gran don de Dios a la Iglesia. Por eso decía San Juan Pablo II el Grande: “La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia”. Nos hace a todos nosotros mantenernos en la fe, vivir en la fe, la esperanza y la caridad. Nos hace estar unidos a Jesús, sentir a Dios, tan dentro nuestro. Nos da esa posibilidad de ser testigos ante el mundo. Adoremos, hermanos, ese misterio. Recibámoslo como únicamente podemos hacerlo, con estupor y con gratitud eterna, porque el donante se ha hecho don y el Dios que ha creado al mundo se ha hecho al mundo para que yo tenga vida, y vida eterna.

A continuación en las preces se pidió al Señor por nuestro obispo Santiago, para que se mejore, y reemprenda con decisión, alegría, cercanía y la sencillez que le caracteriza, su fructífero Episcopado.

Seguidamente los fieles presentes gozaron de la Exposición del Santísimo, realizando Estación Mayor a Jesús Sacramentado, disfrutando del silencio necesario para la meditación, la oración personal, y terminar recibiendo la Bendición con Su Divina Majestad, proceder a la Reserva del Santísimo e irse en paz, conscientes de que estos cinco días de Adoración al Señor, han sido maravillosos y una fuente de gozo espiritual.


Redacción y fotografías: N.H.A.D. Francisco Burgos Becerra.