Evangelio del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

(Publicado el sábado, 16 de noviembre de 2019)


Mc 13, 24-32. Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos.


En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre.


Comentario dominical del Padre Manuel María Roldán Roses, Cura Párroco de Santiago el Mayor, de Alcalá de Guadaíra.

Las Lecturas de este domingo siguen la línea escatológica del final del Año Litúrgico: el futuro definitivo de la historia de la humanidad. Los últimos tiempos los preparamos ya, desde ahora, especialmente con la celebración eucarística.

Jesús nos ha dicho que “el final de los tiempos no vendrá enseguida”. Ahora es el tiempo de dar testimonio, y no dejarse engañar por personas ni supuestos signos que anuncian la proximidad del fin.

El tiempo histórico que los cristianos están llamados a vivir viene marcado por las dificultades y contradicciones. La actitud requerida es la perseverancia. La fidelidad a Jesucristo debe ser total y continua, con la seguridad de que su ayuda no faltará. Por lo tanto, debemos mirar al futuro con serenidad y paz. La Palabra no nos quiere infundir angustia, sino animarnos a tener más confianza en Dios y serle fieles. La fatiga y las desgracias de la vida cotidiana han de ser una ocasión para ir madurando en nuestra fe y dar un testimonio de vida coherente en Jesús. Es decir, tomar el presente con seriedad (que no es sinónimo de tristeza ni miedo), para vivir en vigilancia pensando en el futuro sin descuidar el presente en todas sus dimensiones.