Lc 20, 27-38. No es Dios de muertos, sino de vivos.
En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer». Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».
Comentario dominical del Padre Manuel María Roldán Roses, Cura Párroco de Santiago el Mayor, de Alcalá de Guadaíra.
En este final del Año Litúrgico, la Palabra de Dios nos habla del final de los tiempos, de la resurrección que esperamos a los seguidores de Jesús, el Señor de la Vida.
En el evangelio de este domingo, Jesús nos muestra su visión de la vida eterna: el Padre nos tiene preparada una vida totalmente nueva después de la resurrección. Se trata -nada más y nada menos- de una participación en su misma Vida divina. Dios es un Dios de vivos, no de muertos.
Los cristianos confesamos en el Credo que creemos en la Vida futura. Esta fe se debe traducir en esperanza, que ilumina nuestra visión de la vida futura…, y de la presente. Estamos “de paso”, como peregrinos hacia la Patria futura y definitiva.
Ahora bien, creer y pensar en la Vida eterna futura no supone escapar de los compromisos de esta vida temporal. Más bien lo contrario: adelantar a este mundo el Reino de Dios. Debemos, eso sí, dar importancia a las cosas que de verdad la tienen, relativizando lo demás: la mayoría de las veces lo urgente no es lo importante.
Somos, pues, un Pueblo en marcha que tiene como meta el Reino de los cielos. Nos fiamos plenamente de Jesús, el Maestro.
En el evangelio de este domingo, Jesús nos muestra su visión de la vida eterna: el Padre nos tiene preparada una vida totalmente nueva después de la resurrección. Se trata -nada más y nada menos- de una participación en su misma Vida divina. Dios es un Dios de vivos, no de muertos.
Los cristianos confesamos en el Credo que creemos en la Vida futura. Esta fe se debe traducir en esperanza, que ilumina nuestra visión de la vida futura…, y de la presente. Estamos “de paso”, como peregrinos hacia la Patria futura y definitiva.
Ahora bien, creer y pensar en la Vida eterna futura no supone escapar de los compromisos de esta vida temporal. Más bien lo contrario: adelantar a este mundo el Reino de Dios. Debemos, eso sí, dar importancia a las cosas que de verdad la tienen, relativizando lo demás: la mayoría de las veces lo urgente no es lo importante.
Somos, pues, un Pueblo en marcha que tiene como meta el Reino de los cielos. Nos fiamos plenamente de Jesús, el Maestro.